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Viajar de Palestina a España para ver el mar que les niega Israel

Nisreem y sus hijos conocen el mar por primera vez en España | Imagen cedida a eldiario.es

Patricia Ruiz

Apenas 30 kilómetros separan la casa de la familia Tamimi de la playa más cercana. Ellos, sin embargo, miden esa distancia de otro modo. En el número de controles fronterizos, las alambradas, los interrogatorios y las “humillaciones diarias” que sufren por parte del Ejército de Israel y que impiden a Bassem y a sus hijos conocer el mar, “y la libertad en general”. 

Viven en la aldea de Nabi Saleh, en Cisjordania –territorio palestino ocupado–, donde el paso del movimiento pacífico de resistencia lo marcan las mujeres y los niños. “Digamos que el rol del hombre, a diferencia de lo que ocurre en otros sitios de la Palestina ocupada, es muy secundario. Quien verdaderamente encabeza y dirige las protestas son ellas, y los pequeños”, describe Manu Pineda, activista y miembro de la asociación Unadikum. 

Fue precisamente esa peculiaridad la que le llevó a querer organizar una conferencia en el Parlamento Europeo sobre el papel de la mujer en la resistencia palestina, trayendo a Europa a algunos de los miembros de aquella familia. Pero el viaje pendiente era otro. “Me agradecieron mucho la propuesta, pero me pidieron que por favor pusiera mis esfuerzos en conseguir sacar unos días a los niños de allí”.

No reclamaban unas vacaciones, sino un botón de pausa en el ritmo de su vida. Allí, describe Pineda, los niños luchan contra el Ejército desde que tienen prácticamente cinco años. “No conocen otra cosa”. 

Casi de improviso, y sin ninguna experiencia previa en el mundo de la cooperación, la asociación Unadikum puso en marcha un proyecto distinto. Traerían a España durante unos días a diez niños de dos familias, la de los Tamimi y la de Hashem, quien murió gaseado por los israelíes en octubre del año pasado en Hebrón, frente a su hija Hahan, de apenas cinco años.

La niña quedó desde entonces sin habla, hasta que el contacto con una playa española del Mediterráneo el mes pasado se lo devolvió junto a una sonrisa que ni su propia madre recordaba. A su lado, el más pequeño de los hermanos se asustaba, esta vez no por las armas ni los gritos habituales, sino por la inocencia propia de un niño de siete años que, al probar el agua del mar, se sorprendía por su sabor salado. 

La mayoría solo lo había visto por televisión y en fotografías. Otros pocos, los más afortunados, lo habían observado antes, una sola vez en su vida, aquel día en que su padre pidió permiso para ir a rezar en Ramadán a una mezquita de las afueras, varios años atrás. Apretujados en un coche, se escaparon a mirar y oler desde lo lejos, las olas por el parabrisas y la sal a través de las ventanillas bajadas. 

Aunque les costaba creerlo, ahora era real. “Cuando llegaron a España tardaron en asimilarlo todo. No entendían que se podían mover libremente, sin tener que estar sometidos a controles constantes, sin que les retuvieran y les interrogaran”, explica Pineda, quien recuerda que más allá del hecho de conocer el mar y visitar Europa, “lo que realmente han apreciado es una cotidiana sensación de libertad que ellos nunca tienen”. 

Controles constantes para salir de Palestina

Llegar no fue fácil. Los controles que sufren a diario se multiplicaron por el número de kilómetros que tenía el viaje planeado a España. En uno de ellos retuvieron a Bassem Tamimi y a su hija Ahed. Tuvieron que volver a la aldea hasta que consiguieron partir varios días más tarde. 

El mayor de los Tamimi, sin embargo, ni siquiera pudo ir. Con 19 años llevaba más de 10 meses en la cárcel junto con otros 22 compañeros de su equipo de fútbol, encerrados sin que se hubiera presentado una acusación contra ellos. Fueron liberados el 28 de julio, justo cuando sus familiares acababan de volver de nuestro país. 

La cena de reencuentro familiar estuvo plagada de contraste: el que dejaban las anécdotas sobre lo que el joven había vivido en prisión, y las del viaje de sus hermanos en Europa. “Son realidades opuestas, que están a años luz”, recuerda Pineda. 

Romper los esquemas

“En ningún momento intentamos hacer caridad con todo esto. Creo que cuando nos lo pidieron los propios palestinos, era una manera de echar gasolina al depósito para que pudiera seguir funcionando, porque ya estaban agotados. Entendimos que les estábamos ayudando para que pudieran seguir resistiendo”, describe el activista.

Intenta justificar las críticas que ha recibido Unadikum, una ONG de denuncia política, por haber organizado una acción humanitaria de este tipo, sin precedentes en su trayectoria por la defensa del pueblo palestino. “Al romper los esquemas de lo que normalmente hacemos, nos preguntaban '¿por qué ahora?, ¿por qué estos niños y no otros?', y yo creo que el '¿por qué X y no Y?' es un argumento utilizado habitualmente por los que finalmente no hacen nada ni por X ni por Y”, explica. 

Desde la organización consideraron que el proyecto no era incoherente con su trayectoria porque, además de conseguir animar a los pequeños, serviría como herramienta de concienciación y denuncia. “Han pasado unos días en colonias de verano con otros niños españoles que hasta el momento eran completamente ajenos a lo que se vivía en Palestina, de modo que han desarrollado tolerancia, empatía, y han conocido, tanto ellos como sus familias, la realidad de lo que allí se vive”, añade Pineda. 

A su regreso, de nuevo la alambrada, los controles, las preguntas. Esta vez, la respuesta era algo distinta. “Las fuerzas de ocupación me preguntaron qué había estado haciendo en España. El interrogatorio duró horas”, decía Muhammad, el hijo mayor de Bassem, que añade: “Les dije que era la primera vez que conocía la libertad y la tocaba con mis manos”. 

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