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Bolsas en máximos, salarios en mínimos

Wall Street sigue batiendo récords

Belén Carreño

Hubo un tiempo en que la evolución diaria de las bolsas no era noticia. En el que la prima de riesgo era un término técnico vedado a inversores en mercados de deuda alternativos. En el que la palabra récord era el término más utilizado en los titulares de las páginas salmón. Hubo un tiempo antes de la crisis donde hasta los pensionistas invertían en arriesgados productos financieros.

Ese tiempo está grabado en la historia con algunas cifras singulares. Como los 14.164,53 puntos que logró marcar el índice Dow Jones (la referencia bursátil más popular de Wall Street, aunque no la más representativa) el 9 de octubre de 2007, y que hasta esta semana había marcado el límite del cielo de la especulación financiera mundial. Pero este techo se ha vuelto a romper, con la bolsa estadounidense en unos niveles precrisis, que chocan con la realidad económica que se vive dentro y fuera de las fronteras del país.

La bolsa estadounidense se infla en medio de una dudosa recuperación económica, con el paro en unos niveles aún alarmantes para Estados Unidos y con la amenaza de que los recortes que habrá que imponer desde Washington, para cumplir los compromisos de déficit y de contención de deuda, aumentarán el desempleo. Los títulos de las empresas estadounidense, muchas de ellas auténticas estrellas globales, se hinchan frente a unas perspectivas de débil consumo, rentas comedidas, y más que probable caída de la demanda en el otro mercado más importante del planeta: Europa.

Los interrogantes son evidentes. ¿Por qué sube la bolsa? ¿Hay otra burbuja financiera? Y, sobre todo, ¿es un indicador adelantado de una posible mejora en la economía real?

A la primera pregunta hay que contestar con un principio básico: la bolsa sube porque hay más gente que compra, que la que vende. Esta verdad de perogrullo evidencia que hay más inversores interesados en acaparar acciones de empresas que en destinar sus ahorros a otro tipo de productos financieros. Es decir, que entre las escasas posibilidades que se vislumbran de conseguir rentabilidad, esta parece la menos mala de todas.

La política monetaria expansiva (esto es, facilitar el crédito, hacer inyecciones de liquidez y mantener los tipos de interés en mínimos) que practica la Reserva Federal estadounidense (la autoridad monetaria central), hacen que invertir en deuda o en dólares no tenga prácticamente retorno al otro lado del Atlántico. Se da la paradoja de que los inversores conservadores tampoco ven el atractivo a invertir en deuda pública europea, un recurso muy socorrido en tiempos de crisis para asegurar una inversión tranquila y sin sobresaltos.

Tras la crisis del euro, el inversor tiene miedo a los bonos incluso de países desarrollados, un cambio de paradigma inusual que ha dejado este tipo de inversiones reservadas para perfiles más agresivos. Pero el dinero está ahí, siempre ha estado, no se ha destruido en la crisis sino que se ha transformado y tiene que encontrar una nueva espita.

Empresas versus Estados

Empresas versus Estados

“La percepción es que ahora hay fuertes (las empresas) y débiles (los Estados), por lo que el inversor se ha ido con los fuertes”, explica Javier Flores, responsable del servicio de estudios de Asinver. Y el dinero se ha ido con las empresas a la espera de que escampe en la deuda europea.

En esta proyección de que a las empresas, al menos las estadounidenses, les va a ir bien ha colaborado de forma inequívoca su política monetaria. “La Reserva Federal ha utilizado como referencia una tasa de paro del 6,5% para continuar con su política monetaria actual. Esta información le ha dado certeza al inversor, y le anima a invertir en bolsa”, explica Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI).

Ontiveros es tímidamente positivo al creer que con un efecto retraso, esta euforia bursátil puede llegar al resto de la economía, bajo la idea de que siempre existe esta “asimetría entre las finanzas y la economía real”. Pero para que la mancha de optimismo se extienda, este experto pone como condición indispensable que mejore la demanda y el consumo, una posibilidad que está en entredicho.

“Para sostener la actual situación, o se incrementan las ventas o se incrementan los márgenes empresariales”, puntualiza Flores bajo la premisa de que los resultados empresariales no se pueden sostener solo en tipos baratos, sin una contraparte en la economía real. “Por ahora, la mejora no se está trasladando al empleo”, lamenta.

Precisamente, esta es una de las claves de la recuperación de la demanda. Que los ciudadanos tengan empleo y que mejoren sus salarios. Pero la tendencia es la opuesta y se está dejando sentir de igual forma a los dos lados del Atlántico.

Los beneficios se comen la parte de los salarios

Los beneficios se comen la parte de los salarios

Como ejemplo, basta ver que en el tercer trimestre de 2012, las empresas estadounidenses se quedaron con un 14,2% de la renta total del país, la mayor proporción desde 1950 en EEUU. Los salarios se llevaron un 61,7%, la cifra más baja desde 1966. A esta nueva composición de la renta se ha llegado después de que los beneficios empresariales hayan crecido un 20% desde 2008, mientras que la renta disponible de los estadounidense mejoró un 1,4% en el mismo periodo.

La distribución de las rentas en España es algo diferente pero la tendencia es alarmantemente la misma. En 2011, fue el primer año que en España se vio el cambio, con las rentas empresariales acaparando más parte del PIB que las rentas salariales. En las rentas empresariales se incluyen los beneficios empresariales, pero también la inversión y las rentas de los autónomos. Hace apenas dos semanas se conoció que definitivamente en 2012 en España se había rubricado el cambio de paradigma: los salarios en 2012 habían pasado a suponer un 44,2% de la economía, y los excedentes empresariales pesan ya el 46,1% (el resto de las rentas se va vía impuestos).

Mientras que el nivel de empleo y los salarios, no den síntomas de mejoría, las expectativas de que los resultados empresariales se acerquen y se asienten a los que se registraban en la época de la burbuja. Este mismo viernes, en Estados Unidos se conoció el primer dato esperanzador respecto al empleo, con un recorte absolutamente inesperado del paro, hasta la cota del 7,7%. Sin embargo, las perspectivas en EEUU no son nada optimistas, aunque podrían considerarse una auténtica fiesta en comparación con lo que espera en Europa.

La pasada semana, el Banco Central Europeo empeoraba sus perspectivas para la zona del euro, confirmando que 2013 será otro año de recesión y que en 2014 los países que comparten moneda única tendrán la economía estancada. Con estas perspectivas, el empleo no solo no mejorará sino que continuará empeorando.

Así las cosas, el actual comportamiento de los mercados de bolsas se vuelve a percibir como algo irracional. Los “fundamentales”, esto es, las tripas de las empresas con sus datos de facturación, deudas y beneficios, no acompañan a su inflamada cotización, al menos en Estados Unidos. Cabe recordar que la bolsa española no está viviendo el mismo tipo de alegría, y aún le queda un amplio recorrido para volver a los niveles precrisis.

El analista jefe de Intermoney, José Carlos Díez, lo tiene clarísimo en el caso de Alemania, que tiene la única otra bolsa europea al borde de tocar los máximos históricos. “Es imposible que las empresas alemanas den beneficios en línea con las expectativas bursátiles”, augura Díez. “Sus fundamentales no están bien”.

Con todo, la evolución de las bolsas ha servido como referencia para adiviar los cambios de ciclo en muchas ocasiones. Díez no desecha tampoco que las actuales subidas puedan anticipar algún cambio. “La evolución de la bolsa es condición necesaria pero no suficiente para proyectar la marcha de la economía”, recuerda el experto.

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