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La inflación bajó en marzo al 3,3% pero los alimentos subieron un 16,5%

Los precios en los supermercados y en las tiendas de alimentación siguen siendo asfixiantes.

Daniel Yebra

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El Índice de Precios de Consumo (IPC) subió un 0,4% en marzo en relación al mes anterior y recortó 2,7 puntos su tasa interanual, hasta el 3,3%, por el abaratamiento de la electricidad y los carburantes y porque los precios de alimentos y vestido y calzado aumentaron menos que en el mismo mes de 2022, según los datos definitivos publicados este viernes por el Instituto Nacional de Estadística (INE), que coinciden con los avanzados a finales del mes pasado.

Esta moderación de la tasa de crecimiento interanual del IPC sitúa la inflación en su menor nivel desde agosto de 2021, cuando se registró también una tasa del 3,3%, y supone romper con dos meses consecutivos de ascensos que llevaron el IPC hasta el 6% el pasado mes de febrero. La tasa interanual del IPC no se había reducido tanto en un mes desde mayo de 1977.



Por su parte, la inflación subyacente (sin alimentos no elaborados ni productos energéticos) bajó una décima en marzo, hasta el 7,5%, situándose 4,2 puntos por encima del IPC general y en sus valores más altos en más de 40 años.

La brecha entre la inflación subyacente y la tasa general es la más pronunciada desde agosto de 1986, cuando el INE empezó a calcular la primera. Este IPC estructural o subyacente supera a la general desde diciembre en tasas interanuales porque, mientras la energía ha caído o ha moderado los ascensos en los últimos meses respecto a los mismos meses del año pasado, los productos en los supermercados y los precios en los restaurantes, en las tiendas de ropa o en los almacenes de muebles han cogido el relevo y han aumentado con fuerza.

El Ministerio de Asuntos Económicos destaca positivamente que la inflación subyacente bajó en marzo por primera vez desde el pasado mes de septiembre, al tiempo que ha resaltado que España se mantiene entre los países con la inflación “más baja” de la Unión Europea.

Los precios asfixiantes de los alimentos

Según los datos de Estadística, los precios de los alimentos crecieron en marzo un 16,5% en tasa interanual, una décima menos que en febrero, cuando aumentaron un 16,6%, tasa récord desde 1994.

En este comportamiento influyó el hecho de que pescado y marisco, leche, queso y huevos y aceites y grasas subieron sus precios menos que en marzo del año pasado. Por contra, los precios de las legumbres y hortalizas y de otros productos alimenticios subieron más que en marzo de 2022.

El coste de la vida sigue sin dar tregua, como se observa en los gráficos, y es especialmente preocupante en los alimentos, de los que las familias no pueden prescindir sin poner en riesgo una alimentación suficiente y sana. Un problema que principalmente sufren los hogares más vulnerables, para los que el supermercado supone una buena parte de su gasto total y que apenas pueden quitarse o reducir gastos superfluos, porque no los tienen.

Subida mensual

En términos mensuales (marzo sobre febrero), el IPC registró un aumento del 0,4%, cinco décimas menos de lo que subió en febrero (0,9%) y 2,6 puntos por debajo de lo que lo hizo en marzo de 2022, cuando los precios se dispararon un 3%.

En este incremento mensual de los precios influyeron varios factores, entre ellos los alimentos, que se encarecieron un 1,1% respecto a febrero por las subidas de precios en la mayor parte de sus componentes, especialmente de legumbres y hortalizas, carne y otros productos alimenticios.

El 'efecto escalón'

La fuerte bajada de la inflación interanual responde al 'efecto escalón'. Los productos energéticos se dispararon un 60,9% en marzo de 2022 respecto a marzo de 2021. Un avance histórico, el mayor desde la crisis del petróleo de los 70, precedido por otro del 44,3% en febrero, otro del 33% en enero y, antes, por el 21,2% de media en el conjunto de 2021.

Aquel dato de marzo del año pasado fue el pico de una crisis energética con mayúsculas, que el Gobierno ha combatido con distintas medidas pero que poco a poco se ha extendido por prácticamente toda la cesta de consumo durante el año, a medida que las empresas han ido trasladando el encarecimiento de estos costes energéticos a los precios de venta. Un traslado que se ha traducido en una mejora de márgenes y en altos beneficios.

La crisis energética es hoy una crisis de inflación completa. Por eso el IPC subyacente, que excluye de su cálculo precisamente la electricidad, el gas y los carburantes, se mantuvo en un asfixiante 7,5% en marzo, cerca del techo de febrero del 7,6%. También por eso se vieron subidas mensuales, del 0,4% para el IPC general y del 0,7% para el índice subyacente o estructural.

Si se retroce a marzo de 2022, el salto respecto a febrero fue de tres puntos para la inflación general. Fue el mayor repunte de un mes a otro de toda la crisis, y así queda reflejado en el siguiente gráfico.



La caída más pronunciada se produjo en septiembre del año pasado, del 0,7%, por la caída de la energía. Mientras que en enero de este 2023 hubo un esperanzador descenso del 0,2%, pese a la retirada del descuento de los carburantes y con retroceso de los alimentos tras la bajada del IVA de la selección de productos básicos del Ejecutivo. Esa tendencia se truncó en febrero, con una escalada mensual del 1% del IPC general. Y, de nuevo, los aumentos continuaron en marzo.

Consciente del 'efecto escalón' por la caída de los precios de la energía, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, viene incidiendo en las últimas semanas en que la verdadera preocupación de la institución es la inflación subyacente. Una posición que implica admitir que las subidas de los tipos de interés oficiales (y por tanto de las hipotecas y del resto de préstamos) con las que está luchando contra las subidas de precios no sirven para distorsiones en los mercados del petróleo o del gas, como las provocadas por la guerra en Ucrania.

El BCE está insistiendo de todas formas en la estrategia de ahogar la capacidad de consumo de las familias y de inversión de las empresas, pese al riesgo de provocar una recesión económica y un incremento del desempleo.

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