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Corchos para salir a flote

El descorche periódico forma parte del ciclo vital del árbol, que regenera una nueva capa de corcho.

Isaac Altable

Dándose uno un paseo por Extremadura, Huelva o Salamanca se pierde la vista por las llanuras salpicadas de encinas o alcornoques. El bosque mediterráneo en convivencia con la actividad humana ha dado como resultado las dehesas que componen unas postales y unas fotos magníficas para el visitante. Un recuerdo visual que llevarse de vuelta a la ciudad.

Lo que ocurre es que el mantenimiento de estos hábitats no es tan sencillo como apretar el botón de la cámara fotográfica del smartphone de última generación antes de reemprender el camino a la vivienda urbanita. En el día a día, estos parajes se van destruyendo. Ya en 2010, ante “la crisis que vienen atravesando las dehesas como consecuencia de su baja rentabilidad económica y de la degeneración ambiental”, se redactó 'El libro verde de la dehesa', promovido por la Sociedad Española de Ciencias Forestales, la Sociedad Española para el Estudio de Pastos, la Asociación Española de Ecología Terrestre y la Sociedad Española de Ornitología, entre otros.

El estudio fue llevado a cabo por científicos del CSIC, las universidades de Córdoba, Extremadura, Rey Juan Carlos... Y coincidieron en que era necesario abordar una “regeneración del arbolado y mejora de su estado fitosanitario”. La conservación de la biodiversidad reclamaba el mantenimiento de la superficie. También hablaba de la “necesidad de revalorización” de las producciones comerciales de la dehesa.

En España hay unos 3,5 millones de hectáreas de dehesas, según el recuento del Ministerio de Agricultura de 2008 y son un “ejemplo de paisaje mediterráneo de alta diversidad”. Son fruto de la unión –parece que acertada– del bosque y la actividad humana, que lo clareó con sus cultivos y su ganadería. Con la idea de mejorar esa relación, nació en 2012 un proyecto denominado 'Dehesa: el valor de la calidad', apoyado por la Fundación Biodiversidad.

El objetivo del emprendimiento, analizan ellos, es “extender las artes tradicionales unidas con técnicas más modernas en la producción de corcho”. Muchos jóvenes del medio rural optaron en su momento por emplearse en sectores ahora pasto de la crisis (la construcción) y eran, en su mayoría, “jóvenes o autónomos en régimen agrícola o contratados por pymes”. Se trata de una iniciativa para reconducir y potenciar la actividad económica de las zonas de dehesas, en este caso, con la producción de corcho. Su ámbito de actuación se centra en Extremadura y Andalucía.

No es lo mismo abrir una botella de vino con el ‘pop’ de un corcho que con el chasquido de una silicona. Ni el aroma que deja el líquido en su cierre. Para gustos, hay colores; pero lo que es indudable es que el corcho proviene de un árbol que seguirá produciendo y que la silicona se sintetiza en un proceso de laboratorio. Desde luego, los productores de corcho se promocionan clamando que sus tapones son “naturales, ecológicos, reciclables…”. Y en cuanto al tema de las dehesas y su conservación, pueden hacer más rentables los ecosistemas de manera bastante sostenible.

El proyecto, inserto en el programa Empleaverde, se lleva a cabo durante 2013 y hasta 2014. Los promotores delegan en expertos la instrucción en “manejos eminentemente prácticos, como el descorche de los alcornoques con la máxima exigencia ecológica”. Aunque también se intenta que los propietarios e industriales se involucren en conseguir certificaciones de calidad que avalen los productos de sus dehesas. Es decir, poner en valor su campo. A finales del año que viene se comprobará si en el corcho había una posibilidad de salir a flote.

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