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Tengo dificultad para tragar, ¿debo preocuparme?

Revisión médica

Mercè Palau

La disfagia es el término médico que se usa para hablar de la dificultad para tragar. Cuando una persona sufre disfagia, un problema que según la Sociedad Europea de Trastornos de la Deglución (ESSD) afecta alrededor del 20% de la población general y hasta al 50-66% de las personas mayores de 60 años, puede ocurrir que tenga problemas para consumir ciertos alimentos o líquidos, algunas no pueden tragar nada, tienen dificultad para succionar, beber o masticar. 

Incluso puede suceder que, además del problema para tragar, también experimenten dolor. Comer, en la mayoría de las circunstancias, deja de ser algo placentero para convertirse en un verdadero reto. Y esto afecta directamente a la calidad de vida de quien lo padece y conlleva problemas médicos como deshidratación, desnutrición, etc. 

¿Qué significa tener dificultad para tragar?

En condiciones normales no somos conscientes de lo que realmente implica comer y tragar. Un gesto que parece tan simple en el fondo involucra varios músculos y nervios distintos y un esófago o tubo de deglución abierto y sin constricciones para que funcione de la forma correcta.

El tracto de deglución se inicia en la boca hasta llegar al estómago y el proceso implica varias acciones. Podemos controlar las que se producen en la boca, cuando masticamos. En circunstancias normales, una persona rara vez se atraganta durante una comida. En ocasiones, puede ocurrir que la comida se ‘pegue’ al esófago durante unos segundos, pero pasará de forma espontánea. 

Cuando los músculos encargados de ayudar a tragar no funcionan bien es porque no reciben los impulsos motores del cerebro. Mecanismos de sensibilidad de la boca, faringe y laringe están alterados, así como los nervios que transportan las órdenes del cerebro. 

Es cuando aparecen los problemas para tragar, con una sensación de parada del alimento en algún lugar entre la garganta hasta la entrada en el estómago y que puede provocar, según la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD), dolor e incluso náuseas y vómitos o presencia de regurgitación, es decir, que el alimento vuelve a la boca.

Diferentes tipos de dificultad para tragar

En líneas generales podemos hablar de dos tipos de disfagia: la motora y la mecánica. La primera está provocada por una alteración de los movimientos que permiten que los alimentos pasen de la boca al esófago y el problema suele ser un síntoma más. La sufren sobre todo personas que sufren Parkinson, demencia, ictus —se calcula que hasta el 47% de las personas que han sufrido ictus padecen disfagia en algún momento de la enfermedad—, miastenia gravis o esclerosis lateral amiotrófica (ELA). La evolución de este tipo de disfagia va paralela a la de la enfermedad y, en algunos casos, es necesario el uso de soportes artificiales. 

La disfagia mecánica se produce por una obstrucción en el trayecto faringo-esofágico, es decir, hay algo que obstruye el camino que deben seguir los alimentos —tumor, cicatriz, músculo que no se relaja, divertículo, etc.—. Según la zona donde esté la obstrucción la persona puede tener dificultad en la garganta, regurgitación de los alimentos que no pueden pasar o dolor en el pecho.  

Si no se diagnostican a tiempo, la dificultad para tragar puede provocar complicaciones como neumonía por aspiración o desnutrición.  

Prevenir pronto para tratar mejor 

Debido a que la disfagia afecta a tantas enfermedades, a menudo ni se comprende bien ni se diagnostica de la forma correcta. Por este motivo es importante contar con servicios como los que ofrece el Hospital Universitario General de Villalba, que dispone de una consulta especializada en disfagia formada por expertos del aparato respiratorio —boca, lengua, faringe o laringe— y en Medicina Digestiva.

Porque la detección y el diagnóstico correcto y precoz de la disfagia permite establecer unas pautas de tratamiento y rehabilitación que disminuyen la morbilidad asociada y evitan complicaciones mayores. 

Es importante atender a pequeños signos que puedan alertar de que la persona tiene dificultad para ingerir alimentos. “La disfagia suele dar pequeños síntomas como tos en las comidas o después de ingerir, atragantamientos con líquidos, demora inusual para terminar los alimentos y, en ocasiones, signos de desnutrición”, admite el doctor Luis Eduardo Cubillos del Toro, especialista del Servicio de Otorrinolaringología del hospital madrileño. 

Tras un trabajo exhaustivo y minucioso, en el que los expertos realizan un examen instrumental anatómico y funcional a partir de una videoendoscopia de la deglución, los expertos obtienen información sobre la seguridad y eficacia de la deglución. En los casos más complejos, “contamos con la videofluoroscopia de la deglución que, mediante un estudio radiológico dinámico, nos permite una valoración más completa de la deglución”, explica Cubillos del Toro. 

Cuando la disfagia se detecta a tiempo, en la mayoría de los casos el tratamiento a menudo implica un cambio en los alimentos para determinar cuáles son los que más problemas generan a la hora de tragar —alimentos secos, muy duros que se rompen en trocitos fácilmente, como los frutos secos, e incluso sopas y frutas con mucha agua—. También pueden prescribirse “espesantes para los líquidos como el agua ya que pueden aspirarse más fácilmente hacia la tráquea”, afirma el experto.  

La escala de dieta funcional IDDSI, del inglés International Dysphagia Diet Standardisation Iniative, clasifica la gravedad de la disfagia de acuerdo con el grado de restricción de la textura de la dieta e indica las modificaciones que deben realizarse en los líquidos y bebidas y en los sólidos. 

En los casos más graves en los que la disfagia ya está muy desarrollada es necesaria la intervención de un grupo multidisciplinar de expertos. “El hospital cuenta con dos servicios imprescindibles en su abordaje: Endocrinología y Nutrición, para una intervención nutricional, y Rehabilitación, con médicos y logopedas, para un reentrenamiento de la deglución”, aclara Cubillos del Toro.

Por tanto, dar a la disfagia una visión global, multidisciplinar e individualizada es fundamental para la prevención, diagnóstico, tratamiento y rehabilitación eficaces.

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