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Por qué fracasó el sorpasso

Pablo Iglesias y los dirigentes de Unidos Podemos en la noche del 26J.

Ignacio Escolar

Los datos son bastante claros. La coalición de Unidos Podemos ha perdido más de un millón de votos respecto al 20 de diciembre, uno de cada seis. Mantiene los escaños porque la ley electoral ahora no juega en contra, pero ni logra sobrepasar al PSOE ni aleja a Mariano Rajoy de La Moncloa ni tiene hoy la fuerza parlamentaria que tuvo hace unos meses para condicionar otro tipo de Gobierno. No hay otro conclusión posible: la estrategia del sorpasso ha fracasado. ¿Las causas? En mi opinión, hay que analizar al menos estas seis claves.

1. El deterioro en la imagen de Pablo Iglesias

Los méritos de Pablo Iglesias al frente de Podemos son indudables. Sin él, no existiría este partido; para perder un millón de votos antes tienes que ganarlos. Quedarse en ‘solo’ cinco millones y ‘solo’ 71 escaños no es el tipo de fracaso que nadie hubiese imaginado hace solo dos años.

Desde la nada, Iglesias ha sido capaz de liderar un nuevo partido que en sus primeras elecciones tenía su cara como logo y hoy es la tercera fuerza parlamentaria. Pero una parte importante del reciente retroceso de Podemos tiene que ver con sus errores y con su imagen actual, que está mucho más deteriorada que otras caras de su coalición: que Ada Colau, Iñigo Errejón, Mónica Oltra o el propio Alberto Garzón.

La actitud, la personalidad y el discurso de Iglesias le han pasado factura. Hace tiempo que el líder de Podemos tiene en las encuestas una mala valoración, inferior a la de sus propias siglas. Hace meses que Iglesias es uno de los líderes peor valorados, solo por encima del propio Mariano Rajoy. Ese deterioro en su imagen, incluso entre votantes de Podemos, se ha notado.

En el desgaste en la imagen de Iglesias influye ser el blanco principal de todas las críticas, ser la cabeza que se lleva todos los golpes. Pero también sus propios errores, que le han creado entre una parte importante de la sociedad –también entre una parte de sus votantes, aunque no los más forofos– una imagen de soberbia, de agresividad y de excesivo tacticismo.

En Podemos han sido conscientes de este deterioro en la valoración de Pablo Iglesias: por eso el cartel electoral también ha utilizado las caras de los demás líderes de la coalición para transmitir una imagen coral. El intento era bueno, pero es difícil esconder a tu candidato a presidente del Gobierno.

2. Los giros

Pablo Iglesias ha viajado demasiadas veces en demasiado poco tiempo de la radicalidad a la moderación, del puño en alto a la sonrisa. La táctica del poli bueno y el poli malo está muy bien para negociar, pero necesita de dos personas y Pablo Iglesias ha interpretado ambos papeles. En el paralelismo de Podemos como el PSOE de los 80 en esta nueva transición, Iglesias ha querido ejercer al mismo tiempo de Felipe González, el estadista, y de Alfonso Guerra, el que daba caña en los mítines. El primer viaje sumó nuevos votantes. La posterior ida y vuelta los ha restado.

Si Podemos logró pasar en poco más de medio año del 14% de las autonómicas, del 13% que le daban las encuestas en septiembre y del desastroso 8,9% de las catalanas hasta el 20,7% de las generales de diciembre fue, en parte, gracias al primer viaje a la moderación de Pablo Iglesias en la anterior campaña electoral; gracias a su apelación a la sonrisa, “que sí se puede” y a su discurso menos agresivo.

La campaña de diciembre movió a una parte importante de ese votante urbano, históricamente socialdemócrata, de más de 40 años y situación económica menos golpeada por la crisis; ese electorado que en Madrid apoyó a Manuela Carmena como alcaldesa pero en las autonómicas votó al PSOE de Ángel Gabilondo.

Tras las elecciones, durante la negociación, llegó otra vez el Pablo Iglesias más agresivo: el de “la cal viva” en el discurso de investidura –que el propio Iglesias después admitió como un error–, o el de esa rueda de prensa donde ofrecía su apoyo a la presidencia de Pedro Sánchez al mismo tiempo que lo ridiculizaba. Esos gestos no dañaron el núcleo duro del votante de Podemos –que en gran medida comparte tanto el tono como el fondo de esas críticas–, pero sí le alejó de una parte de sus votantes de diciembre.

Iglesias, en la última campaña, volvió a la moderación y la sonrisa: a los elogios a Zapatero y a presentarse como “socialdemócrata”. Pero su credibilidad se ha resentido con tanto giro. El traje de moderación no funcionó esta vez entre ese votante de izquierda moderada que es imprescindible para cualquier candidato progresista que quiera asaltar los cielos. Al mismo tiempo, los discursos de la moderación probablemente defraudaron a otra parte de sus votantes más de izquierdas.

3. Las negociaciones frustradas

¿De quién ha sido la culpa de la repetición electoral? ¿Por qué el anterior Parlamento fue incapaz de entenderse? La pregunta ha sido letal tanto para Pablo Iglesias como para Pedro Sánchez porque el único inocente frente a sus votantes ha sido Mariano Rajoy. En la izquierda, hay reparto de culpas para todos.

Una parte importante del electorado de izquierda responsabiliza al PSOE. Había otro gobierno posible sin pasar por Ciudadanos, y así lo asumió después en campaña el propio Pedro Sánchez: “Yo hoy podría ser presidente del Gobierno si hubiera aceptado el trágala y la vicepresidencia todopoderosa de Pablo Iglesias y mi presidencia honorífica”, aseguró el candidato socialista en una entrevista en eldiario.es. En su respuesta está implícito algo: que los números del anterior Parlamento permitían esa investidura de Pedro Sánchez con el apoyo de Podemos y la abstención de los independentistas. Que no era cierta la tesis del PSOE de que el único gobierno posible era el que ofrecía Sánchez con Ciudadanos en el pacto y con Podemos de convidado de piedra.

Al tiempo, otra parte de la izquierda culpa a Podemos del fracaso de la repetición electoral y responsabiliza a este partido de revivir a Mariano Rajoy. Había gobierno posible con los independentistas pero no iba a ser el Gobierno de la izquierda: tan de derechas es Convergencia como Ciudadanos. Y tampoco está claro que Sánchez tuviese el margen de maniobra necesario en su partido para pactar una investidura así sin que una parte del PSOE se rebelase, sin que algunos diputados socialistas votasen en contra.

Además, el PSOE tenía argumentos para dudar de la voluntad real de Pablo Iglesias de llegar a un pacto porque el líder de Podemos se los daba con el tono de sus intervenciones públicas. La forma en que Iglesias ofreció el acuerdo a Sánchez no fue una mano tendida. Lo hizo escogiendo el peor momento para el PSOE: en una rueda de prensa urgente mientras Pedro Sánchez estaba reunido con el rey (una forma de obligar al líder socialista a pronunciarse de forma inmediata y a ciegas, porque tenía convocatoria con los medios prevista tras la visita a Felipe de Borbón). Y lo hizo despreciando al candidato socialista con esa “sonrisa del destino” que le iba a permitir, casi de carambola, llegar a La Moncloa.

La conclusión –como se aprecia en el resultado electoral o en cualquier conversación con amigos– es que tanto unos como otros tenían trastos que tirarse a la cabeza para responsabilizar al contrario del fracaso de la legislatura más corta de la democracia. Y que estas culpas calaron de forma transversal, tanto en el electorado de Podemos como en el del PSOE –que tampoco está para brindar, por mucho que haya derrotado a las encuestas: tiene especial mérito que tu rival más directo pierda más de un millón de votos y tú no subas–.

Todos pagaron el pato menos Mariano Rajoy, que también por eso es el que más votos ha ganado. Porque la frustración fue en la izquierda, como el reparto de las culpas.

4. El miedo

Venezuela, Brexit, Cuba, Corea del Norte o incluso la China comunista. Los argumentos del miedo han sido permanentes y al final han calado, como demuestra el aumento en votos de la derecha. También han hecho mella en una parte del votante de Podemos.

Desde la propia dirección de Podemos creen que una de las razones del voto perdido hay que buscarla ahí: en el miedo, un miedo azuzado por la posibilidad, que parecía real en las encuestas, de que Pablo Iglesias llegase a convertirse en presidente del Gobierno. Según esa interpretación de Podemos, una parte de sus votantes se asustó ante esa posibilidad. Para ese millón perdido, era más fácil votar a Podemos como voto de protesta, o como una vía para girar al PSOE hacia la izquierda, que como una alternativa real de Gobierno.

También es probable que haya influído el derecho a la autodeterminación: Unidos Podemos cae menos en las comunidades menos centralistas –especialmente Catalunya y País Vasco–y más en aquellas que son menos partidarias a un referéndum en Catalunya. En este tema, la posición de esta coalición no ha cambiado. Pero en los últimos meses, tras las elecciones, ese debate ha estado mucho más presente en la vida pública de lo que estaba hasta ahora.

5. La alianza con Izquierda Unida

¿Restó votos la coalición entre Podemos e IU en lugar de sumarlos? Es el análisis más directo pero no creo que sea el acertado. Probablemente el resultado habría sido mucho peor para ambos de haber ido en solitario; si mantienen sus escaños, en vez de caer, es gracias a esta alianza. Pero la manera en la que se desarrolló la coalición no ha sido tampoco la óptima. Además, existe una relación llamativa: en aquellas provincias donde IU era más fuerte en votos, la caída de Unidos Podemos ha sido más pronunciada, como explica Ignacio Sánchez Cuenca en Infolibre y también profundizan Ignacio Jurado y Lluis Orriols en Piedras de Papel.

El pacto arrancó con muchas cuentas pendientes entre ambos bandos. Las críticas y desprecios de hace apenas un año fueron durísimas y esas heridas no estaban cicatrizadas. Un sector de los dirigentes y los votantes de IU odiaban y siguen odiando a Podemos, y viceversa. No hay más que escuchar el simbólico discurso de despedida como coordinador general de Izquierda Unida de hace unas semanas. “Me va a costar votar en estas elecciones, pero voy a votar”, decía Cayo Lara, que no solo hablaba por su boca sino que representaba también a un sector no irrelevante de la histórica militancia de IU.

No creo, sin embargo, que la alianza con Izquierda Unida haya añadido radicalidad a la imagen de Podemos. Al contrario: en algunos casos la ha moderado. IU en Andalucía es bastante más moderada que el Podemos de Teresa Rodríguez. También tiene una imagen y un discurso más moderado el “comunista” Alberto Garzón que el “socialdemócrata” Pablo Iglesias. Y en la actual dirección de Podemos, tras el golpe interno que destronó a Sergio Pascual y arrinconó a Iñigo Errejón, quien ha ganado poder son políticos como Irene Montero o Rafael Mayoral, que vienen del PCE y fueron claves en la alianza con IU. Son ellos, y no Alberto Garzón, quienes ahora pinchan en los mítines cánticos revolucionarios de los 70 en vez de Vetusta Morla, según se quejan los errejonistas.

6. Las encuestas

La dirección de Podemos, igual que casi todos, confió en las encuestas y por eso apostó por una campaña conservadora donde lo importante era no meter la pata. Sin informacion no hay estrategia y con mala información hay una estrategia equivocada.

Fiándose de las encuestas, Podemos entró en campaña con el freno de mano puesto. Nada como creerte el ganador para jugar a empatar y acabar perdiendo. Les faltó esa épica que sí emplearon en diciembre y, viéndose sobrados, fueron más conservadores en su campaña.

La información errónea de las encuestas probablemente también influyó en los ciudadanos. Como en el principio de indeterminación de Heisenberg, la medición acabó modificando el resultado: las encuestas cambiaron el voto. Que Unidos Podemos apareciese tan cerca del PP, y tan claramente por encima del PSOE, provocó un voto a la contra: el de amplios sectores conservadores, que no votaron a favor de Mariano Rajoy y la corrupción del PP sino contra Pablo Iglesias. Y el de una parte del electorado socialista, que tampoco votó a favor de Pedro Sánchez sino en contra del sorpasso.

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