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El PP quiere evitar otra foto de Colón

Casado felicita a Mañueco por el resultado de las elecciones en Castilla y León.

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¿Hace falta un cordón sanitario para aislar a Vox, al modo en que los partidos democráticos lo hacen en otros países de Europa? Sí, sin duda. Y el debate que ha abierto el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, es pertinente y maneja argumentos interesantes. En algún momento alguien tiene que poner pie en pared para frenar la espiral de polarización y odio que vive España, para evitar este enorme deterioro democrático. Solo le pongo un pero a sus argumentos: que esto no puede ser solo para Castilla y León. Ni solo cuando le interese al PP, que dudo que le interese, en cualquier caso.

Los cordones sanitarios, tal y como funcionan en Europa, no son puntuales, coyunturales o según convenga. Se aplican siempre o no se aplican nunca. Por eso, la única manera para que el PSOE pueda abstenerse a la investidura de Mañueco excluyendo a Vox es que este mismo criterio se aplique para todos los demás gobiernos presentes y futuros: que el PP rompa sus pactos con Vox y se comprometa a excluirlos a partir de ahora. No solo en esos casos donde al PP le venga bien.

No va a pasar. El PP jamás aceptará un acuerdo así, porque saben que su única opción para recuperar La Moncloa pasa por pactar con la ultraderecha. Ya lo confesó el propio Casado, en una entrevista con Losantos, antes de las primeras elecciones de 2019: estaría dispuesto a nombrar ministros de Vox si fuera necesario.

Si el PP de Génova hoy se resiste como puede a meter a Vox en el Gobierno de la Junta de Castilla y León no es porque les repugne esa alianza por escrúpulos democráticos. O porque crean que esa ultraderecha machista, racista, homófoba y contraria a las libertades que consagra la Constitución española no debería entrar en las instituciones.

El problema de Pablo Casado con la ultraderecha no es moral, ni político. Es táctico. No quiere que Vox entre en el Gobierno de la Junta porque sabe que eso sería otra foto de Colón, que podría movilizar al votante progresista. No quiere que esa realidad quede clara hasta después de las próximas elecciones generales, y no antes.

El PP no va a cerrar la puerta a Vox, ni a comportarse como lo hace la derecha francesa o alemana. Y ese cordón sanitario está condenado al fracaso porque el PP no lo va a aceptar en ningún caso. No va a pasar, por muchos aspavientos que haga Casado cuando tacha a Vox de “populistas”. Unos populistas que son y serán sus principales aliados. Porque si Casado llega a alcanzar La Moncloa, será con Abascal de vicepresidente.

Lo que sí va a ocurrir es una de estas dos cosas: o Mañueco acepta incluir a Vox en su Gobierno o la extrema derecha forzará una repetición electoral, que a ellos les sale gratis. Porque el partido de Santiago Abascal no tiene ni un solo incentivo para hacer otra cosa que mantener el pulso, que por otro lado aplauden buena parte de la derecha mediática y algunos dirigentes del PP, empezando por Isabel Díaz Ayuso. 

Más tarde que temprano –será tarde, después del resultado de este domingo– llegarán las elecciones de Andalucía. Y en ese territorio, Vox es aún más fuerte. 

En las últimas generales, el PP quedó por delante de la ultraderecha por apenas una décima: 20,78% para el PP frente a 20,61% de Vox. Hay quien dice que en unas autonómicas no se vota igual que en unas generales. Suele ser así. Pero el indicador adelantado que más se pareció al resultado de este domingo en Castilla y León fueron los resultados de esas mismas generales. Entonces Vox sacó apenas un punto menos que en estas autonómicas. Y es muy dudoso que el empuje de Vox en Castilla y León tenga algo que ver con su cartel electoral, un tipo con “cara de vicepresidente” pero completamente desconocido, salvo por su pasado como troll de Twitter y sus elogios a Mario Conde.

“La política sin principios solo puede llevar a un final incierto”, aseguró Pablo Casado ante la ejecutiva de su partido, en el discurso con el que analizó el resultado de las elecciones. Tiene toda la razón, al menos en esa frase. Aunque no por los motivos que esgrime.

La política sin principios llevó al PP a convocar un adelanto electoral por motivos puramente tácticos. Salió mal, y la prueba está ahora en los malabares que hace el líder del PP para intentar justificar lo que sabe que va a pasar, aunque le disguste. El discurso incluyó también duras críticas a Vox, al que tachó de “populista”, pero sin prometer lo que ahora sabe que no podrá cumplir: que no les llevará al Gobierno de Castilla y León.

No fue esta la única trampa de la intervención del presidente del PP ante su propio partido, donde cada vez son más los que cuestionan su liderazgo.

“Somos la familia política que fundó la Unión Europea y que vertebra la Alianza Atlántica”, dijo Casado en este mismo discurso. Que olvida que su partido pidió la abstención en el referéndum de la OTAN. 

“Somos el partido que hizo la transición”, presume Casado, que olvida que su partido, entonces AP, fue fundado por los siete magníficos del franquismo y que ese grupo parlamentario se dividió en la votación de esa Constitución de la que ahora quiere apropiarse.

“Somos el partido que derrotó a ETA”, asegura el líder del PP, que olvida que ese mérito fue de Zapatero. 

“Tenemos que estar muy orgullosos de lo que somos, un partido de Estado”, se jacta Casado, al tiempo que niega la legitimidad del Gobierno y olvida las más mínimas obligaciones constitucionales, con el bloqueo del Poder Judicial que aplica desde hace más de tres años.

“Yo no estoy en política para llegar como sea, donde sea, ni para hacer lo que sea”, dice Casado. Que también en esto miente.

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