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El blog personal del director de elDiario.es, Ignacio Escolar. Está activo desde el año 2003.

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Por qué no se pueden dejar pasar las mentiras del 11M

Ignacio Escolar

“Han pasado once años y ocho meses”, dice Pilar Manjón, que lleva la cuenta exacta. Once años y ocho meses desde que el terrorismo yihadista asesinó a su hijo en uno de los trenes del 11M. Once años y ocho meses, y Pilar aún tiene que aguantar los insultos, las amenazas, los desprecios, las mentiras… El veneno con el que los conspiradores del 11M intoxicaron a una parte de la sociedad. Unas mentiras que aún hoy siguen provocando dolor en las víctimas sin que el Gobierno las respalde, sin que la Fiscalía actúe.

Lean completa la entrevista que ayer publicamos con Pilar Manjón. Lean, y tal vez entenderán por qué en eldiario.es decidimos retirar una entrevista con un cineasta francés, autor de un documental sobre el 11-M donde culpa del atentado a “los ejércitos secretos de la OTAN” con las mismas pruebas –ninguna– con la que antes los conspiradores culparon a ETA, al PSOE, a la Policía Nacional o a los servicios secretos.

Cuestionar una sentencia judicial es tan legítimo como, en ocasiones, necesario. Pero las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, y en la teoría de la conspiración ni las hubo ni las hay. Los supuestos agujeros negros del 11M están más que desmontados por las sentencias judiciales. La tarjeta de la Cooperativa Mondragón era una cinta de la Orquesta Mondragón. El ácido bórico etarra para esconder explosivos era un desodorante para los pies y un insecticida contra las cucarachas. Los “pelanas de Lavapiés” –el grupo islamista autor de la masacre y que se suicidó en Leganés cuando fue acorralado por los GEO– no solo no estaban “congelados”, sino que realizaron varias llamadas telefónicas para despedirse de sus familiares antes de volarse por los aires. La justicia ha dado recientemente la razón a las testigos que identificaron al terrorista islamista Jamal Zougam en los trenes –y a las que El Mundo llegó a ofrecer una mejora en el trabajo si exculpaban a Zougam–. Y así con todo lo demás.

Lo que sí está más que acreditado son las mentiras de la conspiración. Hay pruebas más que de sobra para acusar de ellas al diario El Mundo y a su entonces director. En septiembre de 2006, Pedro J. Ramírez dedicó tres portadas consecutivas, las tres a cinco columnas, para exculpar a uno de los autores del atentado: el minero que vendió los explosivos a la célula islamista, Antonio Trashorras. El Mundo presentaba a este hoy condenado a 34.715 años de cárcel como “la víctima de un golpe de Estado”. La entrevista en tres portadas se entendió mucho mejor poco después, cuando El País publicó una conversación desde la cárcel donde Trashorras explicaba a sus padres que “mientras El Mundo pague, yo les cuento la Guerra Civil”. Y quedó completamente en evidencia hace pocos años, en una entrevista en El Confidencial donde Trashorras pedía perdón a las víctimas y admitía que mintió.

También está bastante acreditada la conspiración del Gobierno de José María Aznar durante aquellos días de marzo. “Si es ETA ganamos, si son los islamistas perdemos”, le dijeron a Aznar sus asesores, y el Gobierno se esmeró en mentir a los españoles y ocultar información.

El mismísimo jefe del CNI nombrado por el PP, Jorge Dezcallar, confesó recientemente en sus memorias cómo el Gobierno ignoró los informes del servicio de inteligencia español, que apuntaron desde el primer momento al yihadismo, e “intentó mantener la duda de ETA hasta las elecciones”. Dezcallar también revela que el CNI se enteró por la televisión de las primeras detenciones porque el Gobierno nunca les informó. El máximo responsable del servicio de inteligencia español fue manipulado por el PP por puro interés electoral. Imaginen que en Francia, tras los últimos atentados, hubiese pasado algo igual.

Los autores intelectuales de la mayor manipulación de la historia del periodismo español tienen nombres y apellidos: Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez Losantos. No actuaron solos: contaron con el apoyo logístico del Partido Popular. El PP no solo financió el periódico digital de Losantos con dinero de la caja B del partido. También presentó cientos de preguntas parlamentarias en el Congreso para respaldar la conspiración. Al frente de aquel PP de los agujeros negros no solo estaban Eduardo Zaplana y Ángel Acebes, hoy fuera de la política. Su jefe se llamaba Mariano Rajoy, un político que alentó la teoría de la conspiración, que ignoró a las víctimas que no eran de su cuerda y que jamás ha pedido perdón.

Tampoco se han disculpado Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez, a pesar de las sucesivas sentencias (incluyendo condenas contra ellos dos). Al contrario: once años y ocho meses después, aún continúan con la teoría de la conspiración y ambos han acusado a eldiario.es de censura por retirar esa entrevista que nos coló en nuestro servidor por error uno de nuestros medios asociados y que jamás se debió de publicar. El policondenado por injurias y calumnias Jiménez Losantos incluso nos tacha de golpistas; sin rubor. Se enteraron de que habíamos quitado la entrevista porque nosotros mismos lo contamos; porque en eldiario.es tenemos la costumbre de pedir disculpas a los lectores cuando nos equivocamos y explicar la causa y los detalles del error.

Para leer y escuchar mentiras sobre el peor atentado de la historia de España ya hay medios de comunicación más que de sobra. Demasiados, como sufre Pilar Manjón. Incluso El Mundo aún hoy sigue publicando columnas de Losantos donde impunemente acusa a la Policía y al CNI de manipular pruebas del 11-M. La Fiscalía no dijo nada; estaría muy ocupada rastreando algún tuit.

La línea de eldiario.es es amplia, pero en ella no caben mentiras tan burdas como las de la conspiración del 11-M. No porque en este periódico no haya espacio para puntos de vista distintos con los que discrepar; al contrario, en numerosas ocasiones he defendido frente algunos socios y lectores la pluralidad. Sino porque la libertad de expresión en el periodismo tiene límites muy obvios: los hechos y el respeto a la verdad.

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