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Agustina, diez años sufriendo violencia económica: “Miraba cada gasto que yo hacía, pero no vi nunca su dinero”

Agustina paseando a su bebé por Bilbao

Maialen Ferreira

Bilbao —

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Agustina siempre se ha considerado a sí misma una persona independiente y autónoma. Por eso no dudó en abrir un taller de automóviles cuando se le presentó la ocasión en su Paraguay natal. Un negocio que con mucho esfuerzo logró sacar adelante y mantener a su familia. El problema llegó cuando, al irle tan bien en el taller, su marido dejó de aportar dinero para los gastos comunes de la casa y sus tres hijos. “Es una persona machista y manipuladora y al ver que yo podía con los gastos, se lavaba las manos. Asumí el rol económico de la familia. Algo que hizo que pasara por altibajos y llegara a pedir dinero prestado a mi familia”, explica a este periódico mientras sostiene al menor de sus hijos en brazos, de tan solo siete meses.

Durante los 10 años que duró la relación, el marido de Agustina trabajó como técnico agrícola, pero no aportó nada de dinero a la casa. Eso sí, controlaba cada gasto que ella hacía. “Él gana bien, pero cuando le decía que tenía que aportar algo para pagar la luz o el gas cambiaba completamente su actitud. Se volvía una pesadilla, un verdadero infierno. Así que dejé de reclamarme. Miraba cada gasto que yo hacía, si salía con mis amigas, había problemas, pero él podía salir con sus amigos. Me decía que era por mi bien, porque no sabía administrar el dinero. Mi propio dinero, porque el suyo no lo vi nunca. Nunca supe cuánto dinero tenía en realidad, ni yo, ni sus hijas”, sostiene Agustina, que es madre de dos niñas de 12 y 9 años y de un bebé de 7 meses.

Mientras habla con este periódico en la sede de Bilbao de la ONG Nueva Vida que le está brindando la oportunidad de participar en su programa Refugio para personas migrantes, a Agustina le vienen a la mente episodios que tenía totalmente olvidados. “Antes de este bebé, tuve un aborto. Cuando el médico me dijo que había problemas en mi embarazo, me recetó una medicación para tratar de que el bebé estuviera sano y evitar el aborto. Cuando él se enteró del precio de la medicación, preguntó si era necesario. Me dijo que ya sabíamos que ese bebé no iba a nacer, que no me gastara más dinero en cosas no necesarias. Cuando una madre por sus hijos es capaz de todo. Yo quería luchar hasta el final por ese bebé que por desgracia no nació”, lamenta.

Él conseguía hacerme ver que todo lo hacía por mi bien y que el resto de personas se querían aprovechar de mí

Han pasado nueve meses desde que Agustina logró dejar a su marido y se trasladó a Bilbao junto a su madre y su hermana. Asegura, con una sonrisa en la cara mientras abraza a su bebé, que no lo habría conseguido sin el apoyo de su familia. “Mi madre, mis hermanas y mis amigas siempre me estuvieron apoyando. Me decían que le dejara, que no entendían por qué seguía con él, pero él conseguía hacerme ver que todo lo hacía por mi bien y que el resto de personas se querían aprovechar de mí. Ahora me doy cuenta de que consiguió hacerme creer que todas estaban en mi contra”, reconoce.

Desde hace cuatro meses le manda una pequeña pensión para la manutención de sus hijos, pero cada vez que tiene que realizar el envío, de cerca de 70 euros al mes, pone pegas y problemas. “Tiene que enviarlo cuando él quiere y de la forma que él quiere. Si no lo hace, amenaza con no mandarme nada. Aunque la realidad es que nos manda tan poco que no dependemos de él ni de su dinero. Ahora sé que nunca voy a depender de él, tenga que trabajar de lo que sea. Hice bien en marcharme, porque iba a explotar, no podía más”, sostiene Agustina, que junto a su familia y sus hijas asegura que es feliz como hace mucho tiempo que no lo era. “Hemos creado un hogar. He venido desde muy lejos para encontrar aquí mi verdadero hogar”, concluye.

Nahia Martínez es la psicóloga de Agustina dentro del programa de la ONG Nueva Vida en el que está, que también le ofrece durante los meses que participe una ayuda económica para que pueda dedicarse a cuidar de su bebé. Según explica Martínez a elDiario.es/Euskadi, el caso de Agustina es un caso “claro de violencia económica”. “Encontramos un abuso de poder para limitar y supeditar a la otra persona. Son dinámicas abusivas en las que el agresor debe autorizar o dar el visto bueno a cualquier gasto. En estos casos la violencia no acaba con la ruptura de la pareja, porque la relación de dependencia sigue con el impago de la manutención de los hijos. A través del chantaje se sigue perpetuando la violencia económica, y así, aunque estén separados físicamente, controla a la mujer, que en muchos casos sufre problemas de salud mental como ansiedad o depresión por este tipo de violencia de la que siente que haga lo que haga no puede escapar”.

Para mí era algo normal, pero nunca va a ser algo normal vivir con maltrato

Según la última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, el 11,5% de las mujeres mayores de 16 años que residen en España ha sufrido violencia económica por parte de parejas o exparejas en algún momento de sus vidas. Impedir a una mujer que trabaje, controlar las cuentas o su acceso al dinero y los bienes propios o comunes de la pareja, no pagar injustificadamente las pensiones compensatorias o de alimentos, o no hacerse cargo de las indemnizaciones son algunas de las formas que adopta este tipo de violencia y que aparecen en un amplio informe que acaba de publicar la Delegación.

Tanto Martínez como la propia Agustina coinciden cuando dicen que las conductas de violencia económica están “normalizadas” en la sociedad y requieren una mayor visibilidad. “Se debe tomar conciencia de que eso también es violencia y es una forma de maltrato. Hay que ponerle voz a lo que se está viviendo, reconocer esas conductas y buscar ayuda, ya sea del propio entorno o de entidades y asociaciones que ayudan a mujeres”, explica la psicóloga. A lo que Agustina responde: “Yo no he sido consciente de lo que estaba pasando hasta que he conseguido alejarme de él, pero en mi entorno, entre mis amigas, siempre he visto situaciones parecidas a la que yo vivía. Por eso para mí era algo normal, pero nunca va a ser algo normal vivir con maltrato”, concluye.

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