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Álava-Esquível, el palacio del siglo XV que la ciudad de Tánger posee en el corazón de Vitoria

El palacio de los Áava-Esquível, a la derecha, cubierto con una red por su deteriorado grado de conservación

Rubén Pereda

Vitoria —

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En el Casco Viejo de Vitoria, en un hueco encerrado por las calles de la Herrería y la Zapatería y el cantón de San Roque, se erige un palacio que comenzó a construirse en el siglo XV y no se terminó hasta el XVI, que fue a parar a manos del Ayuntamiento de la ciudad marroquí de Tánger y que ahora, tras acabar engrosando listas rojas de conservación por su deterioro, languidece sin que sus dueños quieran hacerse cargo de los 425.000 euros que adeudan en concepto de impuestos, multas y reparaciones. El palacio de los Álava-Esquível ha vuelto esta semana a la palestra, pues el alcalde de Tánger, Mounir Laymouri, ha visitado la ciudad para reunirse con la primera edil, la socialista Maider Etxebarria, y, según ha trascendido de esa reunión, se han dado pasos camino de una colaboración que resuelva el entuerto.

Pero ¿cómo acabó un edificio histórico del centro de Vitoria siendo propiedad de una ciudad del norte de Marruecos? El palacio se fue legando y heredando a lo largo de los años, las décadas y los siglos, hasta que ya entrado el XX acabó en manos de Ignacio de Figueroa y Bermejillo, natural de Donostia y segundo duque de Tovar, que falleció en 1953 sin esposa ni descendientes. Aunque los títulos nobiliarios se los cedió a su hermano, el patrimonio, previo usufructo de su hermana, había de ir al National Cancer Institute estadounidense o, en caso de rechazarlo esta institución, cosa que sucedió, a Tánger, que se incorporaría a Marruecos apenas tres años después. Que Figueroa y Bermejillo eligiera a Tánger no fue algo casual, sino que se explica porque en aquella ciudad recibió cuidados cuando cayó herido en la guerra de África. Con parte de esa herencia, Tánger construyó también un hospital que sigue funcionando en la actualidad y que honra con el nombre al duque.

El edificio se levantó a caballo entre los siglos XV y XVI, impulsado en un primer momento, allá por 1488, por el matrimonio conformado por Pedro Martínez de Álava, alcalde de la ciudad en varias ocasiones por aquellos años, y María Díez de Esquível (de ahí su nombre) y concluido alrededor de 1535 bajo las órdenes de su hijo, Diego de Álava y Esquível, que además de obispo de las diócesis de Astorga, Ávila y Córdoba, sería miembro del Consejo de Castilla y presidiría la Real Chancillería de Granada y la de Valladolid. A lo largo de los años, ha experimentado abundantes modificaciones, entre las que se cuentan una ampliación acometida en 1865, seguida de una reforma de la fachada principal en 1868 y una reconstrucción del ala septentrional en 1891 a raíz de un derribo.

Configurado en tres plantas, desde el siglo XX está dividido en dos portales y dieciséis pisos destinados a vivienda, de los que en la actualidad están ocupados diez. “El acceso se sitúa en la planta baja y se produce a través de una doble puerta rematada en arcos de medio punto de grandes dovelas. La entreplanta, sobre el zaguán, se ilumina con dos ventanas en falso arco conopial y la planta superior presenta cuatro amplias ventanas que carecen de mayor interés; no obstante, en sus marcos observamos curiosas molduras de bolas y flores, típicas de la época”, cuenta Hispania Nostra, asociación que vela por la defensa y promoción del patrimonio cultural.

Nueve multas y 425.000 euros

Tánger se ha desentendido desde hace años de la preservación del edificio. Ya en 2007 hubo de instalarse una red que protegiese tanto la fachada que da a la calle de la Zapatería como la que mira a la esquina que cuadran la de la Herrería y el cantón de San Roque. El Ayuntamiento, confirman desde la alcaldía, ha instado a Tánger en numerosas ocasiones a que afronte las tareas de conservación y rehabilitación que le corresponden como propietario. La deuda por el impago de impuestos, sumada a las nueve multas coercitivas que se le han impuesto por el peligro que suponía para los vecinos y los viandantes tenerlo en ese estado, llega hasta los 425.000 euros.

El Ayuntamiento de Vitoria, sin embargo, llegó a admitir que había perdido el contacto con la gestoría que le servía de enlace con Tánger, de modo que no tenía forma de contactar con las autoridades de la ciudad norteafricanas. “En la legislatura pasada, había una agencia de fincas que llevaba desde aquí [desde Vitoria] la comunicación con Tánger, pero en 2020 o 2021, después del estallido de la pandemia de COVID-19, esa agencia dejó de ejercer esas labores y se llegó a una situación en la que no había interlocutor con el otro lado”, explican.

Se llegó a sopesar incluso la opción de expropiar el edificio o de acometer una ejecución subsidiaria de las reformas, de tal manera que habría sido el Consistorio vitoriano el que asumiera las reparaciones para luego girar todos los gastos al de Tánger. Sin embargo, el pasado lunes, el alcalde de Tánger, Mounir Laymouri, visitó Vitoria y se reunió con la alcaldesa de la ciudad, la socialista Maider Etxebarria. Según comunicó el Ayuntamiento después, en el encuentro, que no duró más de una hora, se abordaron asuntos variados, como turismo, cultura, sostenibilidad y economía. Pero también se habló del palacio. La alcaldesa insistió en que requiere de rehabilitación. La opción de expropiar el edificio parece haberse guardado en el cajón por el momento. “En un principio, al retomar los contactos y las conversaciones, Tánger ha mostrado disposición a entrar en diálogo”, apostillan desde alcaldía. Se ha dado comienzo, pues, a lo que se ha tildado de “etapa de diálogo y colaboración” con el fin de encontrar soluciones para detener el deterioro del edificio, y en esa línea se configurará un grupo de trabajo que contará con la participación de técnicos de las dos ciudades.

El tiempo ha hecho caso omiso de estos dimes y diretes y no le ha dado tregua a la construcción. Venancio del Val, cronista de Vitoria, ya advertía en 1979, en el epígrafe de sus 'Calles vitorianas' dedicado a la Herrería, que “el edificio más notable” de la calle estaba por entonces “en estado de bastante abandono”. “El mal cuidado jardín que antecede al edificio, cerrado con la verja que le circuye en 1865, había sido antes una plaza abierta, en la que solían estacionarse carros y galeras, de quienes acudían a los mesones y posadas varias que había en la calle”, se puede leer en aquel libro, en el que también se subraya que en aquella plaza se prendían hogueras para celebrar fiestas, ya fueran las de la calle o con motivo de cualquier otra festividad. También se hacía en esta plaza una parada de la procesión del Corpus que cada año partía de la iglesia de San Pedro Apóstol, sita entre la calle de la Herrería y la de la Fundadora de las Siervas de Jesús. En el edificio, según esta misma fuente, tuvo su sede de 1977 en adelante una sociedad recreativa con el nombre de Arabarra.

Por la cara del edificio que mira hacia el jardín interior, destaca, instalado a medio camino entre las dos torres que flanquean la construcción, un reloj que carga con historia. Cuenta una tradición que dan por cierta tanto el Consistorio como Venancio del Val que el marino Ignacio María de Álava y Sáenz de Navarrete, teniente general de la Armada y perteneciente a la familia que había levantado el edificio unos siglos antes, apresó el reloj a un buque inglés durante la batalla de Trafalgar, aquella en la que falleció el vicealmirante Horatio Nelson. En 2003, el Gobierno vasco calificó todo el Casco Viejo de Vitoria, y el palacio como parte de él, como bien cultural en la categoría de conjunto monumental. El deterioro general del edificio fue el motivo por el que Hispania Nostra lo incluyó en su lista roja de patrimonio amenazado en abril de 2022. “Se encuentra en grave peligro de desprendimiento. Además, se ha colocado una red de protección a lo largo de todo el edificio, el cual se encuentra muy deteriorado”, advierten.

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