Los datos del horror

Para escribir necesito datos, todos los datos posibles. Con esa máxima me he enfrentado siempre al folio en blanco. Y resulta que ahora que me han dado datos, todos los datos, no sabía muy bien cómo enfrenarme a ellos. Mi primera reacción ante el “Informe-base de vulneraciones de derechos humanos en el caso vasco (1960-2013)” fue preguntarme: ¿Es realmente posible cuantificar así el horror vivido? Y la respuesta no tardó mucho: No lo se. A ciencia cierta, no lo se. Pero de lo que estoy segura es de que había que hacerlo.

Miraba y volvía a mirar ese “cuadro resumen de conculcaciones de derechos humanos” y seguía preguntándome. ¿Cómo se sentirán ante este documento todos y cada uno de los allegados de esas 837 personas asesinadas por ETA? ¿qué pensarán las madres o los amigos de esos 94 seres a las que mataron las Fuerzas de Seguridad? ¿de qué forma podrán encararlo los más próximos a esos 73 nombres a las que grupos parapoliciales o de extrema derecha les arrebataron la vida? ¿qué sentirán los aludidos en esa nota a pié de página en la que se precisa que el informe no incluye hechos que necesitan mayor investigación y en los que murieron 77 personas?

Parecen sólo números, pero no son sólo números. Es cierto que el documento no aporta la identidad de las víctimas, pero si subraya que cada historia es una y única. Y es evidente que no hay una gestión posible para todas esas emociones que esconde, pero, sin embargo, parece más factible gestionar un trato justo para cada uno de los casos. Sin equidistancias, sin equiparaciones, sin comparaciones. Un trato justo que implica verdad, memoria y reparación que es por lo que abogan los autores del documento Juan María Uriarte, Jon Landa, Manuela Carmena y Ramón Múgica.

Les agradezco que hayan dejado tan claro el principio rector del informe: “Ninguna idea, ningún proyecto político, ningún amor patrio, ninguna razón de Estado pueden anteponerse al núcleo intangible de los derechos humanos: la vida, la integridad física y síquica, la dignidad moral de la persona humana. Asesinar, mutilar, torturar, secuestrar, envilecer, corromper a un ser humano no tiene justificación moral en ninguna circunstancia”.

Es categórico y no deja lugar a dudas. No contemporiza, aunque alguna de las críticas formuladas al documento casi lo sugieran. Se han lanzado ya muchas diatribas contra el informe y no suscribo ninguna. Prefiero quedarme con esas otras reflexiones que, desde la buena voluntad, lo observan como una base para hacer un mejor futuro. Y no hablo de una sociedad reconciliada, que no se muy bien que es, sino de una sociedad en que la que mande el respeto al otro por muy diferente que sea.

En esa sociedad no necesitamos querernos. Con respetarnos sería ya bastante. En esa sociedad no puede caber el olvido como no puede caber la impunidad ni la justificación del daño causado ni el disimulo a la hora de reconocer ese daño. Y lo digo pensando en una izquierda abertzale que se resiste con toda la ingeniería verbal posible a reconocer que la opción por la violencia fue un cruel error, estuvo mal y jamás debía haberse justificado. Y lo digo también pensando en todos los que han considerado que la seguridad o la razón de Estado era razón suficiente para vadear y burlar la Ley.

Le he escuchado a Ramón Múgica asegurar que el documento “no es un peso de doble balanza” en el que sus cuatro autores hayan querido ir nivelando o compensando trozos de esa realidad durísima que hemos vivido y padecido. Me lo creo. Y además doy por seguro que aproximarte así al dolor tiene que doler y mucho. Por eso, agradezco el compromiso de los autores del documento y su inicial visión en lo que apuntan como una perspectiva de sanación social.