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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Lo que funciona en Educación

Imagen de archivo de un profesor en el aula.

Pablo García de Vicuña

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Un artículo reciente aparecido en El Diario de la Educación se preguntaba precisamente en estos mismos términos: ¿Qué funciona en Educación? Trasladaba al papel una cuestión que está presente en los pasillos, claustros y demás lugares comunes de los centros escolares, así como en los despachos de las administraciones educativas y en las conversaciones de las familias interesadas por la educación de sus hijas e hijos.

El artículo recoge una iniciativa puesta en práctica recientemente en Cataluña entre diversas instituciones (Generalitat, Fundación Bofill e Instituto Catalán de Evaluación de Prácticas educativas –Ivàlua-) para desarrollar un proyecto iniciado en 2015 bajo el sobrenombre de Escuelas de Evidencia. El objetivo es claro: llevar a las aulas programas testados positivamente en el ámbito universitario. Una propuesta notable que dudo pueda extenderse con la rapidez que nuestro sistema educativo necesita a otros territorios y administraciones responsables interesadas. No obstante, dado que es una cuestión de máxima actualidad en los centros, conviene que expresemos algunas de las cuestiones que giran continuamente en torno a esta pregunta.

La primera respuesta a la pregunta inicial incorporaría a un nutridísimo grupo de profesionales que se situarían en torno a una frase directa: “Funciona lo de siempre: trabajo, esfuerzo por todas las partes y renuncia a experimentos, condenados, normalmente a la insatisfacción”. Entre los/as avalistas de tal respuesta estarán personas con “mucha mili en sus piernas”, tremendamente críticas con las nuevas pedagogías y partidarias de experimentos sólo a base de agua y azúcar. Habrán visto reforzada su teoría cada vez que los fracasos de tentativas de cambio hayan decepcionado a sus promotores. Incluso me atrevería a decir que la aceptación de las TICs no ha sido para este colectivo más que una imposición administrativa que sólo el tiempo, la intensidad y la acogida social mayoritaria han sido los detonantes de una aceptación, cuestionada, por otra parte, en cada ocasión posible.

En el extremo opuesto se encontrará otro grupo, bastante más reducido, muy motivado, mayoritariamente joven –aunque con incorporaciones individuales de personal avezado- que no aprecia en la experiencia acumulada otro rasgo significativo que no sea el complemento económico que supone la antigüedad trienal o “sexenial”. Un grupo que ha hecho de la innovación su mantra y que, en los consejos del personal veterano, sólo ven batallitas del abuelo Cebolleta. Son profesionales nativos informáticos para quienes las redes sociales no sólo no tienen secretos, sino que las han convertido en sus inspiradores y cotidianos consejeros.

Y en medio de estos extremos aparece un grupo ambiguo, de difícil precisión cuantitativa y cualitativa. Un colectivo de profesionales educativos que vive confundido y que sólo acude a la novedad, a la experimentación educativa, cuando no le supone demasiados cambios en su trayectoria personal. No se alegra de los fracasos innovadores, pero sólo favorecerá cambios cuando estos cuenten con un amplio respaldo del claustro o con la imposición inevitable de la administración educativa correspondiente. Pretenden una formación adecuada de su alumnado, pero les incomodan cambios repentinos. Hacen de la seguridad de su preparación el aval principal para su práctica profesional.

Esté cada cual en el grupo que quiera, no es óbice para señalar algunas cuestiones que deben aparecer siempre en cualquier educación que deseemos funcione, al menos de forma regular. Son complementos que siempre deben estar en la respuesta de lo que realmente funciona en Educación.

En primer lugar, el diálogo, intra y extraescolar. Es difícil imaginar en esta segunda década del siglo XXI, a punto de finalizar, que un/a profesional educativo/a se plantee su trabajo a modo de isla, al margen de la influencia y del contacto que el resto de los agentes educativos le provocan cotidianamente. El aula, los espacios comunes, son el escenario propicio desde los que compartir experiencias, escuchar opiniones, exponer reflexiones. Si alguien aún se encontrase fuera de esta categoría e insistiese en su trabajo de hormiga concienzuda, pero solitaria, estaría desoyendo las afortunadas palabras de Jaume Carbonell ('La Educación es política'. Octaedro, 2019): ser el antídoto de la indiferencia ante la vida del alumnado. Escuchar, dialogar, expresar opiniones. Nos importa todo aquello que les pasa, preocupa o alegra, porque desde ahí se deberá enfocar el futuro de su aprendizaje.

Consecuencia directa de este comportamiento dialógico –de igual a igual, sin pretensión de poder- aparece otra cuestión inexcusable para el y la docente: el trabajo colaborativo. Más allá del aprendizaje discursivo de determinadas eminencias al que deberemos seguir acudiendo, la mayoría del colectivo docente es perfectamente homogéneo en cuestiones académicas y capacidades profesionales, produciéndose la famosa “suma 0”, en la que la mayoría de las plantillas educativas acaban organizándose: cada cual alimenta sus carencias de las abundancias de los demás. Por ejemplo, se debe mostrar beligerancia en el respeto de los derechos humanos, no dando lecciones de valores, sino practicándolos. Ser generoso/a en la cesión de nuestras fortalezas, porque habrá correspondencia cuando deseemos disminuir nuestras debilidades.

Una tercera cuestión que debería nutrir un buen funcionamiento escolar es adoptar una cierta apertura de miras; una ampliación de nuestro horizonte profesional de partida. Para ello, habrá que insistir en utilizar nuestro razonamiento crítico para no quedar deslumbradas/os ante cualquier novedad pedagógica centelleante, a la vez que no nos atrincheramos en la verdad aprendida exclusivamente en la era analógica. De ahí la importancia de la formación permanente. Cuestionarnos continuamente con el “qué”, “cómo” y “para qué” enriquece nuestro trabajo y le otorga una dimensión profesional que garantiza nuestro esfuerzo por aceptar nuevos postulados. Debemos asumir como natural la exigencia social hacia nuestro colectivo docente, del mismo modo que ocurre entre las y los profesionales de la Medicina. Si es inaceptable una médico sin actualización científica suficiente, debería serlo también convertirse en un/a docente encerrado/a en sus conocimientos universitarios. Los datos que aporta, sin embargo, el último informe Talis no dejan en buen lugar nuestros esfuerzos de formación permanente. Habrá que continuar insistiendo en las ventajas de una formación lo más actualizada posible.

También educamos, en principio, para fomentar el hábito contracultural en nuestro alumnado. Es necesario despertarle el espíritu crítico, la consciencia de que la sociedad culturalmente hablando, necesita transformación continua. En un momento, como apunta con acierto Xavier Martínez Contreras ('Innovación y equidad educativa'. Octaedro, 2019) , en que el individualismo posesivo, la crueldad entre iguales, la naturalización de la desigualdad y el sexismo o la pérdida de los lazos comunitarios y solidarios es más visible que nunca, la Educación debe ser más provocativa si cabe.

En último lugar, aunque no menos importante que lo señalado hasta ahora, en el sistema educativo de un país democrático debe funcionar una mirada política del profesorado que le permita actuar y promover la siembra de una ciudadanía crítica y participativa. Tenemos que huir como de la peste de maledicencias como las que últimamente corren por los medios de información. Dejar de escuchar esos cantos de sirena de neutralidad educativa, como si el colectivo docente fuese un ejército de robots autómatas, sin opinión, dedicado exclusivamente a formar personas despersonalizadas. Hay que opinar sobre lo que ocurre en el mundo, pero admitiendo más opiniones que las propias. Debemos formar activamente sobre lo que significan conceptos como el odio, el racismo, la violencia o las formas dictatoriales y no esperar a que sean otros –familia, gobiernos, grupos empresariales- quienes ocupen nuestro espacio. Es nuestra responsabilidad evitar la deshumanización de nuestro alumnado, en una sociedad tan mercantilista e individualista como la actual.

Hasta aquí algunos elementos -suficientemente testados científica y socialmente- que deben formar parte indisoluble de lo que significa educar hoy en día. La lista está incompleta y será en otros momentos –y con más ingredientes- cuando la retomemos para seguir ampliándola. Hoy se trataba simplemente de abrir el melón educativo y de seguir insistiendo en la necesidad del compromiso social que tiene la Educación actual.

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