Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La Hispanidad
El franquismo potenció la estúpida idea de que ser español era un orgullo; un orgullo y una suerte. El paso del tiempo ha permitido que muchas personas percibieran que eso no era más que una estrategia de los franquistas para distraer el hambre, el miedo y la miseria en la que vivían los españoles de entonces condenados a una penosa autarquía debido al aislamiento político y económico propiciado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo con el transcurrir de los siglos, los españoles de ahora, bien alimentados, bien nutridos, cebados con mantequilla, vitaminas, chuletones de buey, tatakis de atún rojo y yogures con bifudus, han ganado en altura alejándose del arquetipo del español de entonces: patizambo, moreno, de metro sesenta, cuello corto, cejijunto y mal encarado, pero como toda conquista lleva implícita en sí misma una derrota imprevista, los españoles de ahora, capacitados por físico para jugar a baloncesto en cualquier equipo del mundo, también han desarrollado un orgullo nuevo; el orgullo autonómico; incluso el orgullo de pertenecer a determinada ciudad, determinado pueblo, determinada aldea o determinada barriada de origen.
Todo esto está muy bien ya que de bien nacidos es amar la tierra que le ha visto nacer a uno, pero cuando esto se utiliza como una bandera reivindicativa, enarbolándola orgullosamente ya sea para diferenciarse de los demás o ya sea para reclamar unos derechos históricos que nos sacamos de la manga cada vez que nos conviene, no nos estamos alejando demasiado de los postulados franquistas anteriormente mencionados.
El orgullo bien entendido es una conquista individual que sospecho que tiene mucho que ver con los esfuerzos que uno tiene que hacer para llegar a ser la persona que uno realmente quiere ser. Pero haber nacido en Molina de Segura, por ejemplo, siendo una casualidad en la que uno no ha intervenido para nada, puede proporcionarte un acento, un perfil, unas preferencias culinarias o incluso una continua disposición de ánimo para catar mejor que nadie los vinos de la tierra, pero no te proporciona más mérito que el de cepillarte los dientes todos los días tras cada comida.
Lo que tiene mérito, o sea lo que puede hacer que te sientas orgulloso de ti mismo, es amar Huelva habiendo nacido en Amurrio o amar Amurrio habiendo nacido en la isla de Menorca. Lo demás, o sea lo habitual, que no es otra cosa que amar la tierra donde uno ha llorado por primera vez, es un esfuerzo tan mínimo que no merece más reseña que tu nombre anotado en el registro civil de tu municipio o en la lápida de tu tumba.
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