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Sobre este blog

Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Individualistas

Gonzalo Bolland

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El español como individuo, no como idioma, es un individualista tremendo, feroz, dado siempre a situar su individualidad muy por encima de otras cuestiones vitales como el bienestar patrio, la colectividad, el bien común, las necesidades del estado o el acuerdo entre las partes. El español es tan individualista que si detesta el trabajo, por ejemplo, no es por lo que el trabajo supone de esfuerzo sino más bien por su manifiesta incapacidad para mantener un compromiso u obligación con los demás hombres. Pero, claro, como en este perro mundo la primera obligación de todo individuo es alimentarse para no morirse de hambre, el español ha procurado siempre que el Estado le resolviera este problema y así, generación tras generacion, régimen político tras régimen político, en este desafortunado país no hemos tenido más aspiración que lograr que alguien de la familia se hiciera un hueco, como fuera, dentro de la administración pública. Todo lo demás siempre nos ha parecido que son chorradas, naderías, ensoñaciones vagas, o lo que es lo mismo intentos vanos de procurarse una vida, porque solo dentro de la fenomenal red administrativa del Estado se garantiza la supervivencia de los individuos – o sea, de los funcionarios - mediante los sueldos, las dietas, los extras, las subvenciones, las gratificaciones, las bonificaciones, las pensiones, los retiros, las excedencias, los gastos de representación, etcétera, etcétera...

España es un país de individualistas retribuidos por el Estado. Nuestro carácter nos condiciona ya que no nos gusta ponernos de acuerdo con nuestros compatriotas. Nos incomoda. Nos hace sentir como si renunciáramos a nuestra irrenunciable individualidad, así que procuramos que el Estado nos garantice el sustento y de esta manera nos evite la fatigosa tarea de tratar con nuestros contemporáneos para llevar a cabo los pertinentes negocios que nos permitan sobrevivir. Nuestra eterna aspiración siempre ha sido que el Estado se hiciera cargo de procurarnos una nómina indestructible mientras nosotros hacemos todo lo posible para dedicar la mayor parte de nuestro tiempo a deambular de taberna en taberna dando cuenta de un par de vinos comentando con los colegas las barbaridades medio ambientales perpetrados por algún alcalde desquiciado, los resultados de la última jornada futbolística, el reuma acelerado de nuestros huesos o los disparates más recientes cometidos por el gobierno estatal, autonómico o municipal de turno. Todo como si el Estado fuera un ente etéreo en el que nosotros no participamos más que tributando. Eso, cuando los pobres desgraciados que aún creen en el bien común, tributan y así, mal que bien, mantienen en pie las estructuras de un país chapucero, locuaz y callejero, habitados por unos curiosos individuos que, aunque, a veces, pocas, estén de acuerdo los unos con los otros, acostumbran, - por patriótica tradición, sospecho -, a llevarse la contraria en ruidosas, alcohólicas e interminables discusiones tabernarias.

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