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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Perder la discusión, aunque se gane

Imanol Zubero

Leo en El Correo que el Partido Popular del País Vasco acusa al Gobierno vasco de utilizar su reciente campaña contra discriminación de las personas inmigrantes para «atacar» al alcalde de Vitoria, Javier Maroto, y al diputado general de Álava, Javier de Andrés. Recordemos que en varias ocasiones a lo largo de este verano ambos dirigentes políticos han realizado polémicas declaraciones relativas a la inmigración y las ayudas sociales:

Considero que estas y otras declaraciones son absolutamente inconvenientes e impropias de un dirigente político. Siempre he criticado esta forma de hacer política, mala política, con relación a la cuestión migratoria. Siempre, también cuando esta mala política la ha impulsado el PSOE. Incluso cuando me ha tocado estar en la política institucional. Siempre me ha incomodado la doble moral de quienes sólo son sensibles hacia unas exclusiones del espacio de los derechos humanos, pero no hacia otras, a pesar de que unas y otras respondan a las mismas dinámicas. Perdón por estas (auto)referencias: sólo intento expresar que lo que escribo en el día de hoy no responde a ningún factor coyuntural, ni a querencia o malquerencia política ninguna. Equivocado o acertado, lo que ahora expreso lo llevo diciendo desde hace mucho tiempo.

Y no me sirve eso de que el alcalde de Vitoria o el diputado general de Álava “no dicen más que lo que piensan miles de personas”. La representación política debe cumplir también una función pedagógica: reconocer y acompañar las demandas sociales, todas las demandas sociales, claro que sí, pero trabajar por su depuración, buscar que su expresión se realice de la manera más respetuosa posible. Por cierto, esta función pedagógica era reivindicada en la Declaración institucional del Parlamento Vasco con motivo del Día Internacional contra el Racismo y la Xenofobia el 17 de marzo de 2011:

Somos conscientes de la responsabilidad de los partidos políticos en la generación de discursos y climas sociales. Queremos hacer uso de esa capacidad para alentar la convivencia y la inclusión, y para rechazar con contundencia el racismo y la xenofobia. Deseamos ejercer una labor de pedagogía ciudadana sobre las transformaciones sociales a las que asistimos. Por esta razón, y muy especialmente de cara al periodo previo a las elecciones municipales y forales, nos comprometemos a que por encima de nuestras legítimas diferencias políticas, conduciremos con la máxima responsabilidad los discursos públicos, orientándolos a la creación de un clima de igualdad, convivencia y respeto entre todas las personas que compartimos la condición de vecinos y vecinas de los barrios, pueblos y ciudades de Euskadi.

Pero si las declaraciones de Maroto y de Andrés son criticables, la petición de SOS Racismo de que la oposición en el ayuntamiento de Vitoria declare persona non grata al alcalde de la ciudad es una astracanada que puede dejar íntimamente satisfechas a las personas que la han promovido, pero que no hace otra cosa que alimentar, seguro que inconscientemente, la cultura del 'nongratismo', es decir, de la exclusión de unas u otras personas por las razones que sean. ¿Y qué decir de la desafortunada comparación de Maroto con Hitler, irresponsablemente lanzada por el presidente del Araba Buru Batzar, bien es cierto que prontamente rectificada? Más leña al fuego de la estereotipización, de la simplificación abusiva, de la comparación odiosa.

En este ambiente enrarecido, con la Fiscalía Superior del País Vasco abriendo diligencias contra el alcalde de Vitoria, la oposición en el consistorio vitoriano reprobando las declaraciones del alcalde, la opinión pública dividida y el lado oscuro de la fuerza digital derramando terabytes de abyecta inhumanidad, el portavoz del PP en el Parlamento vasco, Borja Sémper, ha pedido explicaciones al lehendakari Urkullu sobre la citada campaña. Me consta que la campaña objeto de la polémica estaba pensada, al menos el texto de la misma, allá por el mes de mayo o junio. Puedo decirlo porque uno de sus creadores tuvo a bien compartir conmigo las primeras versiones del texto. Pondría, pues, la mano en el fuego para sostener que nada tiene que ver su lanzamiento hace unos días con la polémica a la que vengo haciendo referencia.

Pero el caso es que, entre unas cosas y otras, llevamos tres meses de ruido y furia que, lejos de permitir un debate argumentado y constructivo sobre cualesquiera cuestiones que puedan preocupar a quien sea, no han hecho otra cosa que enlodazar la política vasca. Y mucho me temo que, si no somos capaces todas y todos, cada uno desde nuestra responsabilidad, de volver a situar la discusión en el espacio de la sensatez, su abordaje en sede parlamentaria no va a servir más que para reproducir lo visto hasta ahora, sólo que en un escenario todavía más visible. Cuando se discutió en el ayuntamiento de Vitoria el comportamiento de su alcalde, la portavoz del PP, Ainhoa Domaica, criticó la moción aprobada por los grupos de la oposición, en la que se pedía excluir del debate público la inmigración, con estas palabras: “Lo que proponen los grupos es que no se puede hablar de todo en Vitoria. Sólo se va a poder hablar de lo que ellos dicen que se pueden hablar”. Creo que la posición expresada por la edil popular abre una puerta para reconducir la situación.

En efecto, sería un error pretender impedir que un grupo de vecinas y vecinos, un medio de comunicación o un representante político plantee abiertamente la necesidad de abordar cualquier cuestión, también las relacionadas con la inmigración, si consideran que algo no se está haciendo bien. ¡Faltaría más! Pero la cuestión no es esa. la cuestión, en mi opinión, es acertar desde el principio en la forma en que tales cuestiones son planteadas. No se puede discutir de cualquier manera, especialmente cuando tocamos cuestiones sensibles que tienen que ver con la dignidad y los derechos de las personas. Como dice Xabier Aierdi, en relación a la cuestión de la inmigración, como en tantas otras, “sobran tanto los discursos implacables como los impecables”. .

En mayo de 2012, en una situación que empezó igual que ahora aunque, afortunadamente, no llegó tan lejos, escribí en este mismo blog lo siguiente:

Primero los de casa: este ha de ser, parece, el principio fundador de un ejercicio eficiente de la política, frente al buenismo hueco de quienes enarbolan el lenguaje universal de los derechos humanos. Pero fue el buenismo el que a mediados de los 80 nos llevó a denunciar el terrorismo de ETA y a defender en la calle la vida y la libertad de todas y cada una de las personas frente a un discurso y una práctica que definían como población sobrante a una parte de la sociedad vasca. ¿No hemos aprendido nada de estos años pasados en Euskadi? ¿De verdad no nos estremece escuchar apelaciones a identificar a los “auténticos vascos” y a tratarlos de manera distinta a otras personas que, aún viviendo a nuestro lado, son definidas como extrañas?La política de inmigración no puede reducirse a entonar el Imagine de Lennon, pero tampoco puede fundarse en la suspensión del valor universal de los derechos inviolables e inalienables de la persona en función de coyunturas políticas o económicas. Se puede discutir sobre la inmigración, claro que sí. Se pueden proponer diagnósticos y políticas diversas, por supuesto. Lo que no se puede es confundir política y testosterona. No alimentemos la fiera. El daño está hecho, pero no es irreversible. Urge dialogar sobre la inmigración, sí, pero necesitamos hacerlo sin vernos obligados a elegir entre ser buenos o ser eficaces. Necesitamos pactar un marco que nos permita discutir con libertad, pero sin causar daño. A nadie. Tampoco a nosotros mismos.

Que cada cual ponga sobre la mesa del espacio público aquellos temas que le preocupen, le incomoden o le interesen. Pero hagámoslo con cabeza y con corazón, con inteligencia y con empatía, con firmeza pero con respeto. Para salir del debate un poco mejores de lo que habíamos entrado. Para no perder la discusión, aunque pensemos que la hemos ganado.

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