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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Superficial

Una playa de Bizkaia.

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Todos los veranos nos conceden la posibilidad de desprendernos de nuestras habituales rutinas durante unas escasas semanas para percibir la vida de distinta manera, con los cinco sentidos afilados, despiertos, bien atentos a todo cuánto sucede a nuestro alrededor. Lo mismo que los inviernos nos encierran, los veranos en cierto modo nos liberan para que así podamos percibir los largos vientos marinos cargados de sal, por ejemplo, el salitre en la piel, el destello plateado de las sardinas que se asan a la brasa, el silencio del campo, ese silencio sonoro a modo de zumbido de insectos propio de los países mediterráneos, los cielos azules que decoran el tranquilizador vermú del mediodía y el calor satánico de las sobremesas en minúsculos apartamentos pagados como si se habitara el palacio de Versalles.

Lo propio del verano es no ahondar. Esa es su grandeza. No ahondar. El sol brilla en el cielo. Las cigüeñas sobrevuelan sus nidos en los campanarios de las iglesias medievales y todo lo mezquino de este mundo mezquino parece sepultado bajo las ramas frondosas de un chopo centenario o bajo las cáscaras vacías de las gambas esparcidas por el suelo del chiringuito playero.

La profundidad se evita del mismo modo que se evita al pariente arruinado, ya que en la profundidad no se suele hallar más que el sin sentido de la vida y un cierto desasosiego, fundamentalmente estomacal, que o deriva en melancolía o deriva en una desmedida afición a las retransmisiones deportivas; de modo que individuos de toda condición tratamos durante los días del verano de pasar por las cosas sin apenas tocarlas, siendo tan superficiales como las circunstancias veraniegas nos lo permitan, sabedores de que las relaciones de verano se basan, por lo general, en el encuentro superficial ya que, como los sacerdotes, los fascistas, los adolescentes, los cineastas nórdicos y los terroristas islámicos ignoran, la piel lo es todo.

No ahondar. No atender a la miserable realidad del mundo. No trabajar. No hacer nada que no sea tumbarse a la sombra de una higuera para pasar las horas en un lento abandono sin que un solo pensamiento logre instalarse en el cerebro, buscando así la placidez animal de los perros que sestean.

Por eso el verano es la estación preferida de una gran mayoría de personas, ya que durante esas fechas la tarea de vivir resulta menos pesada, más distraída y bastante menos oscura.

El invierno se medita. El verano se siente. Aunque a medida que los años se acumulan en la memoria el verano también comienza a percibirse como una categoría de la mente y dentro de ella no están sino los primeros helados, las primeras bicicletas, las primeras zambullidas en el mar y los rostros amados y perdidos de la infancia que nos sonríen mientras alzan al cielo un botellín de cerveza o emergen, dichosos, de una ola moribunda...

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