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Sobre este blog

Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Tufillo

Gonzalo Bolland

Un cierto tufillo a historia camuflada o mal digerida, destripada, eso sí, a gusto y conveniencia del votante regional, se percibe en el respetuoso discurso que destila la formación que capitanea Pablo Iglesias - junto con las mareas y las confluencias -, cuando hace referencia a “las naciones negadas y al derecho a decidir que tienen todas las naciones que se agrupan en el plurinacional estado español”. Sigue resultando desolador, como escribiera el historiador García de Cortazar, que los llamados progresistas nacionales acepten los intentos de los nacionalistas para recuperar una rancia singularidad que los hombres ilustrados del siglo dieciocho, los liberales progresistas del diecinueve, los primeros socialistas del veinte y los republicanos de Azaña quisieron enterrar bajo la pesada losa de mármol que cubre el polvoriento sepulcro del Cid: la posibilidad de levantar fronteras entre los españoles merced a la pureza de sangre, raza, lengua y territorio, la obstinación de diferenciarnos según la procedencia regional y la necesidad de obligarnos, en definitiva, a lealtades místicas.

Todas estas “particularidades”, alentadas por los nacionalistas gallegos, catalanes y vascos, no nos sitúan en la modernidad de la historia, como muchos de los dirigentes de Podemos pretenden hacernos creer, sino en la tradición más siniestra de los garrotazos de Goya, las tribus, el campanario, los curas incendiarios, las columnas carlistas que asolaron el país durante el funesto siglo diecinueve y las ermitas aldeanas donde se rezaba al dios del Antiguo Testamento o del Antiguo Régimen, que tanto monta, monta tanto.

La modernidad es un acuerdo entre iguales; de iguales ante la ley, sin privilegios ancestrales. Manuel Azaña dijo en el año 1931 que había que sustituir lo tradicional por lo racional y aunque en este país ese propósito ha sido siempre una quimera lastrada por la furia localista y demás fanáticos de la diferencia, resultaría conveniente que los llamados progresistas de Podemos – con sus mareas y confluencias - aceptaran que no todo lo que es tradición merece ser respetado ni mucho menos conservado. Dejar de destripar caballos en las plazas de toros, por ejemplo o de verter orines a la vía pública, fueron tradiciones que el progresismo, felizmente, abolió.

Pensar ahora, en este siglo, el siglo de internet, que por haber nacido en un lugar determinado de este ruidoso país o dialogar en una lengua distinta al castellano, tenemos unos derechos nacionales adquiridos que la tradición nos ha otorgado es retroceder en la historia para besar de nuevo la calavera del Cid, desempolvar los viejos fantasmas de un romanticismo suicida y apolillado y malograr de nuevo el sueño de los hombres ilustrados del siglo dieciocho, de los liberales progresistas del diecinueve, de los primeros socialistas del veinte y de los republicanos de Azaña. En definitiva de todos aquellos que, en este país, quisieron construir una nación de ciudadanos; una República o una Monarquía de españoles libres, iguales, anchos de espiritu y, sobre todo, más necesitados de las libertades individuales que de las tan clamadas libertades colectivas.

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