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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La utilidad del fracaso

Gonzalo Bolland

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Los jóvenes que todos somos o hemos sido habitamos el tiempo sin tener demasiado en cuenta la fragilidad, la fugacidad de las cosas, los frutos de cada estación, la decadencia física, los mundos fugitivos y todos esos breves instantes en los que como un liquido balsámico, anestesiante, uno se reconcilia con la mortalidad. El fracaso, de esta manera, es para los jóvenes solo una posibilidad remota o como mucho – sobre todo para los más instruidos – el pretexto que utilizara John Huston para realizar algunas de sus mejores películas como 'Fat city', 'El halcón maltés', 'Los muertos' o 'El tesoro de Sierra Madre'. Lo propio de la juventud es confiar en las propias fuerzas para comerse la vida a dentelladas, pero, “que la vida va en serio uno lo empieza a comprender más tarde; como todos los jóvenes yo vine a llevarme la vida por delante”, que escribiera Jaime Gil de Biedma. Sin embargo lo lógico, lo habitual, es fracasar; lógico porque si algo condiciona la vida del hombre de una manera constante, casi cotidiana, eso es la impotencia, la imposibilidad. La imposibilidad, por ejemplo, para transcender más allá de su melancólica condición de ser mortal o la imposibilidad para recuperar los horas, el tiempo, los días perdidos. Los artistas, los grandes, han trabajado siempre condicionados por estos límites, de una manera consciente como Marcel Proust o de una manera inconsciente y desesperada como Vincent Van Gogh, Dylan Thomas, Malclom Lowry o Camarón de la Isla.

La moral del éxito, el triunfo material como meta, como único valor que puede justificar una vida es algo que está profundamente ligado a la cultura del american way of life o dicho de otra manera, la moral del éxito a no importa que precio es un producto tipicamente norteamericano lo mismo que las hamburguesas, la familia Kennedy, las teleseries para adolescentes con el encefalograma plano o la crema de cacahuete. Nuestro sistema educativo ha sido de las cosas que más rápidamente ha asimilado el american way of life, así, en los colegios, en las guarderías, en las universidades, en los masters cada vez más necesarios para llegar a jefe de tribu o para empolvarse correctamente la nariz, se compite con el único objetivo de obtener el triunfo material reduciendo todo conocimiento humano a su posible utilidad práctica, inmediata, productiva... Esta manera de entender la enseñanza conduce, inevitablemente, a la exaltación del dinero, a la vulgarización de la cultura, a la mitificación del consumo como único sentido de la existencia, dando lugar, en sus casos más extremos, a lo que ha venido ocurriendo en nuestro país durante la última década: la profileración de ignorantes y corruptos, ya que si se nos educa teniendo como único objetivo la acumulación de bienes materiales, cualquier otro valor como la honestidad, la solidaridad, la vocación, el afán de conocimiento, el amor por el trabajo bien hecho, etcétera, etcétera, quedan relegados para los pobres de espíritu, los soñadores o los desgraciados que aún creen que otro mundo todavía es posible.

Esto, además del aburrimiento tecnológico, es lo que ocupa el tiempo de los jóvenes durante los años que anteceden a su ingreso en el mercado del trabajo o lo que es lo mismo a su inscripción en las estadísticas del desempleo. Esta es la broma de la que son objeto y esto es lo que día a día se puede comprobar atendiendo al discurso puramente economicista de los periódicos, la televisión, los políticos, los tertulianos de la radio u observando la actitud vital de quienes lideran nuestro hemisferio occidental. Los jóvenes, los que no encuentran trabajo y los que disfrutan de un trabajo de mierda, fracasando ahora ya saben, sin necesidad de leer a Marcel Proust, que como hombres están condicionados de una manera constante, casi cotidiana, por la impotencia, por la imposibilidad; la imposibilidad, en este caso, de desarrollar alguna actividad que les reporte, cuando menos, un mínimo beneficio material. El problema, con serlo, no es solo este. El problema también se inicia cuando los que perciben un salario – sobre todo si es un salario elevado – comienzan a creerse todo eso del triunfo material como meta, de la moral del éxito a no importa que precio, del triunfo material como único valor que puede justificar una vida, etcétera, etcétera.... Y me parece que en eso todavía estamos, viviendo única y exlusivamente para nosotros mismos: los ricos para satisfacer su insaciable codicia y los pobres para que se conformen con el salario mínimo, la prestación del desempleo, los alcohólicos fines de semana, la carta a los Reyes Magos y mucho, mucho, mucho, muchísimo futbol televisado.

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