Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Si yo fuera votante de Podemos
Las elecciones las ha ganado Rajoy, pero nadie lo diría, porque todas las miradas están puestas en Pedro Sánchez. Se confirma, pues, lo que el PSOE remachaba en los mítines electorales: que o gobernaba Sánchez o lo hacía Rajoy. Y ésa es la única alternativa que hoy tiene el país ante sus ojos. Lo demás son milongas que sólo conducen a la convocatoria de unas nuevas elecciones. Con dos o cuatro partidos, la realidad política española se empeña en seguir siendo persistentemente bipartidista; y se debate entre una derecha liderada por el Partido Popular, y una izquierda cuyo referente fundamental e indiscutible es el Partido Socialista: 90 escaños, frente a los 42 escaños netos (mareas aparte) cosechados por Podemos. Y por eso, lo que está por dilucidar ahora es si España sigue gobernada por Mariano Rajoy, o si Pedro Sánchez es capaz de articular y pactar una alternativa de Gobierno que recupere para los ciudadanos los derechos sociales y las libertades que la derecha gobernante ha venido erosionando en la pasada legislatura.
De ahí que los mensajes de las fuerzas políticas estén centrados en la figura del dirigente socialista. Los unos (PP y Ciudadanos), presionándole para que facilite la investidura de Rajoy. Los otros (Podemos), desautorizándolo abruptamente, siguiendo la estela del frente antisocialista que Pablo Iglesias alimentó en la campaña electoral. De hecho, uno de los grandes motivos de satisfacción esgrimido por Iglesias en la noche del 20 de diciembre fue que el PSOE hubiera obtenido el peor resultado de toda su historia, desde el restablecimiento de la democracia. Y, para demostrar cuál era su voluntad real de llegar a un pacto de izquierdas, puso a los socialistas condiciones de imposible cumplimiento, como la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Y a los pocos días, en la estrategia del perro del hortelano, su lugarteniente Íñigo Errejón (y a continuación el propio Iglesias) dejaron claro que, antes que a Sánchez, preferirían a una personalidad independiente para presidir el Gobierno de España.
Así pues, los primeros mensajes postelectorales de quienes supuestamente venían a insuflar savia nueva en la vida política no están haciendo otra cosa que robustecer la vieja dinámica nacional-nacionalista en la que se halla sumido este país; y en la que tan cómodos se han encontrado siempre Artur Mas y Mariano Rajoy, porque les permite eludir los desastres sociales que sus Gobiernos han venido creando, envueltos ambos en sus respectivas banderas. No hay, por otra parte, indicio alguno de que Podemos se comprometa con un Gobierno de cambio. Y no dejo de preguntarme qué pensarán de esto sus electores. Yo, si fuera votante de Podemos, me preguntaría por qué hay que supeditar una alternativa de izquierdas para recuperar las políticas de bienestar y de protección social de este país a las exigencias del independentismo catalán. Y alucinaría en colores al ver cómo, a las primeras de cambio, el partido de la nueva política asume sin crítica alguna ese viejo mantra del derecho a decidir, tan propio de los partidos nacionalistas. Por no decir que me sentiría absolutamente defraudado por quienes me dicen que un voto depositado para que Pablo Iglesias fuera presidente del Gobierno de España vaya a servir ahora para que lo sea un Mario Monti cualquiera que no ha pasado por las urnas. En consecuencia, me empezaría a plantear muy seriamente si mi voto ha servido para algo y aquéllos a quienes he votado me están representando de verdad.
Pero, bueno, aún queda mucho partido por delante antes de dar por concluido todo este proceso. Queda por ver si, tras los escarceos iniciales, se van produciendo las matizaciones necesarias que faciliten los acuerdos entre las fuerzas de izquierda. Y, hoy por hoy, al menos sobre el papel, Pedro Sánchez tiene las mismas o más posibilidades de gobernar que Mariano Rajoy. Y tendrá la obligación de explorarlas con inteligencia cuando le llegue el turno, si es que le llega. No es, por eso mismo, tiempo aún para que el socialismo español se empiece a suicidar en masa. Ni es verdad que, como dicen algunos de los prohombres del PSOE, los resultados electorales han dejado a este partido en la oposición. Si así fuera, no tendría por qué tener remilgo alguno en permitir, vía abstención, la investidura de Rajoy; porque, para que exista una oposición, antes tiene que haber Gobierno. ¿O no?
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