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Ainhoa Etxaide, primera mujer líder de un gran sindicato vasco: “Los espacios de izquierda no deben ocultar su machismo”

Ainhoa Etxaide, exsecretaria general del sindicato LAB, primera mujer al frente de un sindicato vasco

Maialen Ferreira

25 de enero de 2023 21:46 h

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Hija de un pescador y de una trabajadora del hogar, Ainhoa Etxaide,(Hondarribia, 1972) aprendió desde pequeña lo que significaban los derechos laborales, o la falta de ellos. Su carrera en el mundo del sindicalismo comenzó muy joven, en las juventudes de LAB, sindicato del que más tarde sería secretaria general, convirtiéndose en la primera mujer líder de uno de los principales sindicatos vascos. Actualmente, y tras estar al frente de la Secretaría Feminista del sindicato, se dedica a realizar formaciones sobre ese tema.

Según asegura a este periódico, si el número de huelgas y conflictos laborales es mayor en Euskadi que en otros lugares del país, “no es porque en esos otros territorios no haya conciencia de clase, sino porque en Euskadi existe un modelo sindical que permite que haya una realidad de confrontación, de lucha de clases y de conflictividad laboral que facilita dar un salto hacia la organización y la defensa de los derechos laborales”. No obstante, más allá de esas “facilidades” que posibilita el modelo sindical, Etxaide critica la actitud que tiene el Gobierno vasco ante los conflictos laborales que dificulta su desbloqueo. “El Gobierno vasco tiene una estrategia, un modelo político y unas líneas de actuación completamente alineadas con la patronal, por lo tanto, media cuando no le queda más remedio o cuando ve que la patronal está perdiendo, como pasó con Tubacex. Es verdad que cuando media lo hace con la intención de resolver conflictos, pero no con resolverlos a favor de los trabajadores”, reconoce.

A lo largo de su carrera como líder sindical ha vivido de cerca el machismo en situaciones como reuniones o viajes de trabajo, en las que por ser mujer no se dirigían a ella en un primer momento a pesar de su cargo o le agendaban un itinerario diferente al de los hombres que incluía “irse de compras”. Sin embargo, uno de los ataques que frecuentemente sufría era el cuestionamiento de su trayectoria laboral. “He tenido que escuchar mil veces que no he trabajado en mi vida, cuando lo cierto es que empecé a trabajar a los 13 años como interna cuidando niños y, después, en empresas de limpieza y en todo tipo de actividades, pero como eran trabajos feminizados para algunos no estaban reconocidos”, lamenta.

Nació en una familia de pescadores, ¿de ahí vino su interés por los derechos laborales?

Nací en una familia trabajadora. Mi padre y mi aitona fueron trabajadores del primer sector y mi madre era trabajadora doméstica. De ahí me vino la percepción de lo que significaba ser trabajadora, de las dificultades que había para llegar a fin de mes y de lo que era no tener derechos y salarios que correspondieran con el trabajo realizado, porque cuando sales a la mar, sales a trabajar pesques o no, pero solo ganas un salario si consigues pescar. Mi madre trabajaba desde que se levantaba hasta que se acostaba y hoy en día no tiene ninguna pensión porque no cotizaba y porque sabemos que el trabajo doméstico no tenía reconocimiento laboral. Desde pequeña fui viendo situaciones que no me gustaban. Al principio no las entendía, pero luego fui entendiendo poco a poco y adquirí una conciencia de lo que era ser trabajador o trabajadora. Creo que llega un momento en el que puedes decidir entre soñar con no trabajar y ser rico o ser consciente y querer seguir trabajando, pero luchando por tus derechos.

¿En Euskadi hay una mayor conciencia acerca de los derechos laborales en comparación con otros territorios del país?

No sé si en Euskadi hay mayor conciencia o no, lo que creo que hay es un modelo sindical que permite que haya una realidad de confrontación, de lucha de clases y de conflictividad laboral que facilita dar un salto hacia la organización y la defensa de los derechos laborales. Si el número de huelgas y conflictos laborales es distinto a otros lugares no es porque en esos territorios no hay conciencia de clase, sino porque en Euskadi existe este modelo sindical.

Un invitado internacional preguntó si había heredado el cargo porque no le entraba en la cabeza que hubiera otra forma de que una mujer llegara a semejante responsabilidad

¿Qué supuso para usted ser la primera mujer en convertirse en líder de uno de los principales sindicatos en Euskadi?

En el sindicato sabíamos que era un cambio que tenía que llegar y trabajamos para que así fuera. Las mujeres debíamos ocupar espacios a todos los niveles. Fue un proceso en el que cuestionamos nuestro modelo de acción sindical junto a generaciones más jóvenes. La juventud fue muy crítica con lo que se hacía desde el sindicato y con cómo funcionaba. Así que nos pusimos mano a mano con ellos para buscar puntos de encuentro y ese fue uno de ellos. Eso a nivel general, pero a nivel personal fue duro porque una de las dificultades que tuve es que había pocos espejos en los que mirarme, no había referentes de mujeres o de sindicalismo feminista. Cuando me preguntan qué es el sindicalismo feminista siempre respondo que es algo que aún se está escribiendo.

¿De qué manera se ha topado con el machismo en el mundo del sindicalismo y de la lucha por los derechos laborales?

Tengo mil anécdotas, desde un invitado internacional que preguntó si yo era hija de Rafa Díez (su predecesor al frente de LAB) y que por tanto si era dinástica la sucesión de secretarios generales del sindicato, es decir, si había heredado el cargo, porque no le entraba en la cabeza que hubiera otra forma de que una mujer llegara a semejante responsabilidad, hasta ser la única mujer en una reunión internacional y tener un programa de ocio diferenciado a los hombres durante el viaje. Mientras ellos tenían un tiempo determinado para tomar café o realizar otras actividades, a mí me invitaban a ir de compras. En la mayoría de los casos en los que un hombre y una mujer acudían a una reunión, tenía más peso el género que el cargo que ostentaba cada uno. Existe un corporativismo masculino con el que siempre se hablan entre ellos y dejan a las mujeres fuera, eso lo viví muchas veces. Otra de las cuestiones que sufrí por ser mujer fue el cuestionamiento constante de mi trayectoria laboral y de la legitimidad que tenía para ser responsable sindical. He tenido que escuchar mil veces que no he trabajado en mi vida, cuando lo cierto es que empecé a trabajar a los 13 años como interna cuidando niños, y después en empresas de limpieza y en todo tipo de actividades, pero como eran trabajos feminizados para algunos no estaban reconocidos.

Es muy significativo ver qué repercusión mediática y social tiene una huelga del Metal y qué escasa repercusión tiene una huelga en residencias de la tercera edad

¿Es un error creer que no hay machismo en los espacios de izquierdas?

Sí, es un error. LAB ha hecho un proceso feminista que nos ha hecho cuestionar costumbres, nuestra forma de funcionamiento y a poner sobre la mesa nuevos estatutos internos con medidas concretas y eso ha permitido que la dirección sea paritaria y que la incorporación de la mujer sea una realidad, pero no somos una isla, somos un reflejo de la sociedad. Los espacios de izquierdas no deben ocultar su machismo. Lo que hace un sindicato que tiene carácter feminista o que quiere que se le considere feminista no es ocultar que hay machismo dentro de él, sino demostrar que sabe detectar ese machismo y sabe poner medidas para eliminarlo. Nosotros nunca hemos dicho que en nuestro sindicato no hay posiciones machistas, pero hay un protocolo interno contra las agresiones machistas, desde los micromachismos hasta agresiones más graves con el que se adoptan medidas y se activan unas políticas. Por lo tanto, hay machismo en los espacios de izquierda y lo que debería caracterizar a esos espacios es la actitud que tienen frente a las situaciones machistas.

¿Qué retos tiene el sindicato LAB en cuanto a feminismo?

En primer lugar se deben ir generando prácticas para que el sindicalismo reconozca plenamente el derecho al cuidado, no solo para que haya una formación, sino para que ese derecho sea definido, genere derechos reales y esos derechos transformen la realidad sociolaboral de esos sectores. Creo que cada vez son más las mujeres que consideran inasumible el modelo de cuidados que existe porque recae mayoritariamente sobre ellas. Y ahí los sindicatos tenemos mucho que hacer. En segundo lugar, hay que saber cómo transformar las condiciones laborales de los sectores feminizados. Hay una reflexión muy interesante y es que, cuando hablamos de brecha salarial, la analizamos desde la segregación vertical, es decir, vemos qué puestos de una misma empresa están ocupados por hombres y cuáles por mujeres, y comprobando esos datos vemos que las mujeres cobran menos que los hombres, pero si analizamos la brecha en función de la segregación horizontal, es decir, cuánto se gana en sectores masculinizados y cuánto en sectores feminizados, vemos que en los sectores masculinizados se gana casi el doble. Esa división debería ser abordada en la agenda sindical y política. Por último, el tercer reto es seguir buscando formas de organizar a las mujeres trabajadoras que, por las condiciones laborales y por las características del trabajo que hacen, les es más difícil incorporarse a la lucha del trabajo sindical.

Actualmente se dedica a realizar formaciones feministas dentro del sindicato LAB. ¿Qué es lo que más cuesta aprender sobre feminismo en los entornos laborales?

Lo que más cuesta es asumir que incorporar una reivindicación feminista a nuestra agenda sindical conlleva replantear y redefinir toda la agenda. Muchas veces se incorpora una reivindicación en materia de igualdad, pero se pretende que con sumarla ya sea suficiente y se puedan seguir teniendo ciertas actitudes. Pretenden sumar la lucha feminista sin pararse a pensar en qué supone para la estrategia general.

Las luchas laborales protagonizadas por mujeres necesitan más impulso social y político para desbloquearse

En estos momentos hay numerosos conflictos laborales abiertos en Euskadi, como el del Metal o de las residencias de personas mayores en Bizkaia, ¿Cómo valora la situación?

Creo que son conflictos que se están alargando demasiado y que están bloqueados porque la patronal sabe que cuenta con el respaldo institucional y con la cobertura política suficiente. Se podrían solucionar desde una presión institucional, amenazando a las subcontratas para que mejoren los contratos laborales de los trabajadores. Son conflictos laborales que afectan significativamente a muchas mujeres en concreto, pero a la sociedad en general, porque en el caso de las residencias de ancianos repercute a todos el modelo que se decide. Nos cuesta ver qué papel juegan las multinacionales que gestionan esos servicios que deberían ser públicos y también nos cuesta ver que son esas trabajadoras las que están luchando por algo que nos afecta a todos. No voy a decir que las veo solas, pero es muy significativo ver qué repercusión mediática y social tiene una huelga del Metal y qué escasa repercusión tiene una huelga en residencias de la tercera edad. Las luchas laborales protagonizadas por mujeres necesitan más impulso social y político para desbloquearse.

¿Son las mujeres las más olvidadas de los conflictos laborales?

No diría que son las más olvidadas, porque si hacemos un repaso de la conflictividad laboral en los últimos años son las que están liderando las luchas. Las principales huelgas están siendo en el sector de cuidados o de comercio y, por tanto, no sé si son las más olvidadas, pero seguro que son las que menos han olvidado que solo luchando vamos a conseguir transformar nuestras condiciones laborales. Eso desde luego. Aunque es cierto que a sus luchas no se les da el valor y la importancia que merecen.

El Gobierno vasco en lo que va de legislatura ha mediado en 36 conflictos laborales como el de Tubacex o el de las limpiadoras del Guggenheim. ¿Es suficiente con la actitud que está teniendo o qué considera que debería hacer?

El Gobierno vasco tiene una estrategia, un modelo político y unas líneas de actuación completamente alineados con la patronal, por lo tanto, media cuando no le queda más remedio o cuando ve que la patronal está perdiendo, como pasó con Tubacex. Es verdad que cuando media lo hace con la intención de resolver conflictos, pero no con resolverlos a favor de los trabajadores. Desde LAB tenemos muchas dudas sobre el hecho de que el papel de las instituciones sea solamente mediar en los conflictos laborales, porque al final, el modelo de relaciones laborales es un eje del modelo social de un país y es responsabilidad del poder político que ese modelo sea de unas características y no de otras. Por lo tanto, más que de mediación, consideramos que deberíamos hablar de la responsabilidad que tiene el Gobierno vasco ante un modelo de relaciones laborales que es muy conflictivo, pero porque se está optando por la precariedad como forma de aumentar la tasa de beneficios.

A pesar de que en muchos de los conflictos laborales ELA y LAB van de la mano, en muchos otros hay cuestiones que les separa. ¿Cuáles son y qué se debería hacer para eliminar esa brecha entre ambos?

Creo que con tener un modelo sindical que apueste por la confrontación no es suficiente para generar alianzas. Además de eso, se tienen que compartir las formas de confrontar y se deben acordar las formas y contenidos a la hora de negociar con las empresas. No basta con ponerse de acuerdo para organizar una huelga, también hay que ver cómo negociar el fin de ese conflicto. La acción conjunta a nivel sindical necesita de muchos componentes y la situación cada vez es más complicada en este sentido, pero es verdad que aunque entre los sindicatos no hay casi unidad en las acciones públicas, en los centros de trabajo las diferencias entre ellos no son determinantes a la hora de pelear. Eso es un activo que merece ser reconocido.

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