En bucle
Me está dando la impresión, por momentos, de que en materia de asuntos públicos, y de intensificación de la vida política, que seguramente hace tiempo no tenía tanta presencia en las conversaciones, hemos entrado en bucle y no salimos de los dos lugares y temas comunes.
Entre unos y otros, y nosotros mismos, para qué negarlo, hemos hecho de Cataluña un monotema diabólico en el que se abunda en el que con quién, contra quién, qué hacen, qué hicieron, qué hicimos, pero nunca en el qué, es decir, ante las demandas de buena parte de catalanes en un sentido, y el silencio prudente pero expectante de otros, nadie propone exactamente cuál debe ser la articulación de esa comunidad, si habría que pensar en un régimen fiscal propio, al modo de Navarra o País Vasco, o reformar la estructura territorial hacia un federalismo nominal porque en la práctica y en buena medida ya existe.
Gran culpa la tenemos los periodistas, que insistimos en la necesidad de hablar de otras cuestiones igual o más importantes, pero muchas veces nos puede ese contagio mimético de los políticos, en la pasión por las luchas de poder, y dedicamos poco tiempo a plantear el futuro laboral y vital de nuestros jóvenes –desempleo, vivienda para emanciparse, darles un itinerario esperanzador, necesidad que inicien sus cotizaciones sociales, facilidad para la natalidad-, fomentar un pacto amplio por el sistema de pensiones, u otro por las relaciones empleadores-empleados en pro del progreso de todos.
Lo vi la otra mañana escuchando un programa de radio de máxima audiencia. El invitado era muy interesante, por su posición, por sus planteamientos conocidos, pero el tema derivó en el bucle de especulaciones sobre la mentalidad y responsabilidad del presidente Torra, que es uno de los asuntos más baldíos porque la realidad es más que evidente, como la de dos partidos allí, PdCat y Esquerra, que desgraciadamente se han perdido, y no se esperaba eso del segundo, para contar en una solución negociada; de su recuperación depende el poder ver la luz.
El otro monotema es la extrema derecha. En las últimas Navidades, en las charlas de Nochebuena o Nochevieja, nos hemos resignado a poner en riesgo la tregua de paz familiar por la aparición de nuevos partidos que vendrían a sustituir a los tradicionales, y a refrescar un repertorio de opciones estrecho y caduco, que llevaba tiempo haciendo aguas en otras democracias europeas por eso mismo. Podemos causó muchas discusiones cuñadistas y ahora las protagoniza la extrema derecha, en un caminar por el abismo social cada vez más a punto de despeñarse por el desfiladero.
“¡No quiero escuchar más sobre lobos con piel de cordero!”, lanzaba a dos metros de mi el otro día, en una sala de espera de hospital, aquella mujer que se despedía airada de la charla familiar en la que alguien acababa de introducir alguna opinión más o menos comprensiva sobre la extrema derecha, a lo que ella reaccionó yéndose de la sala. En el grupo familiar, de varias personas, se detuvo la conversación unos segundos hasta que alguien quiso saber el por qué de la marcha repentina: “ha dicho no sé qué de lobos con piel de cordero”, le contestó una de las tertulianas.
Y así estamos, en bucle, sin posicionarnos claramente entre todos si queremos o no energía nuclear y por cuánto tiempo, si vamos a tener el valor de ir acabando con el diésel pero sin hacer daño innecesario a modestas economías domésticas o empresariales, y si creemos que, lejos de trincheras, aquí hacen falta grandes acuerdos a los que hay que arrastrar de las orejas a los responsables políticos para encerrarlos en una sala hasta que lleguen a ellos.