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Ovejas extremeñas y folclore revivieron en Madrid la tradición de la trashumancia

Los rebaños y sus pastores por Madrid

Jesús Lozano / Efe

El rebaño, procedente de Esparragosa de Lares (Badajoz) y de la zona de Riaño (León), ha subido por la Cuesta de la Vega, ha continuado por la calle Mayor, la Puerta del Sol y la calle de Alcalá hacia la de Alfonso XII.

Alforjas al hombro y cayado en la mano, los mayorales han abonado al concejal del Distrito de Centro, Jorge García Castaño, el “precio” por el tránsito del ganado (cincuenta maravedís por cada mil cabezas), según se estableció en la Concordia del 2 de marzo de 1418 entre los Hombres Buenos de la Mesta de los Pastores y los Procuradores del Consejo de la Villa de Madrid.

El pago, que también da derecho a pastar cuatro días en los alrededores, se ha efectuado en la Plaza de la Villa, con asistencia del secretario general de Agricultura y Alimentación, Carlos Cabanas.

Ha sido la XXII Fiesta de la Trashumancia, organizada por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente en colaboración con el Ayuntamiento.

Con gran expectación, centenares de personas se agolpaban en las aceras y se asomaban a los balcones para disparar las cámaras fotográficas y no perder detalle del paso de las ovejas y de las actuaciones folclóricas de grupos venidos de lugares como Hermandad de Campo de Suso (Cantabria), Astorga (León) y Fuentepelayo (Segovia).

Cada vez menos

La trashumancia es una práctica inmemorial que consiste cada año en conducir el ganado desde las dehesas de invierno, en el sur, a las de verano, en el norte, y viceversa, pero que se da cada vez menos, ha explicado el pastor Manuel Roncero, de Esparragosa de Lares.

“Es una pena que se pierda -ha lamentado-, pero nadie quiere porque hay que dedicarle un día y otro y quedarse al sereno. Es muy duro y, por mucho que te lo expliquen, si no lo vives, no lo comprendes”.

Es pastor casi desde que nació, hace 60 años, un oficio “muy esclavo”, que no conoce de fiestas, ni se valora porque los sueldos son bajos.

Para aprender este trabajo, ha dicho, prácticamente hay que “mamarlo”; hay que conocerlo día a día en el campo y escuchar a los viejos porque un pastor tiene que saber tanto que un veterinario, aunque siempre puede encontrarse con situaciones que antes no había vivido.

El pastoreo quizás no desaparezca, pero “solo van a quedar los cuatro que vivan de ello”, pues los jóvenes de ahora miran más por divertirse y estudiar, aunque no lo ve mal porque antes la mayoría de las gentes del campo eran medio analfabetas.

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