Llanto por los niños muertos
El poeta oliventino Manuel Pacheco escribió un terrible poema que recitaba con rabia por las plazas de los pueblos extremeños, hace años, cuando entonces. Hablan los versos de un niño muerto, devorado por los cerdos en su cuna, mientras sus padres, pobres campesinos, trabajaban en la siega. No eran unos versos lindos; no era poesía concebida como un lujo; solo era una miseria descarnada y brutal. Aquellos dramáticos hechos que contaba Pacheco habían ocurrido en los tristes años de postguerra, en las cercanías de Olivenza.
Varias décadas después, hace pocas semanas, los juzgados extremeños han condenado a una empresa a pagar 80.000 euros a la familia de un muchacho que entre los 17 y los 18 años se fue envenenando hasta morir mientras fumigaba sin la protección adecuada los campos de una empresa madrileña que compagina sus fincas en Extremadura con negocios bursátiles, hoteles, inmobiliarios y otros negocios de mucha enjundia económica.
Han dicho los juzgados, tras un proceso que lleva ya cinco años, que no hay causa penal porque un muchacho de 17 años, al que hicieron 19 contratos laborales en apenas unos meses, haya muerto de esa manera; si acaso, una multa de la inspección de trabajo, que la empresa viene recurriendo por que considera alta la cuantía de 80.000 euros y pretendía ofrecer solo 12.000.
Ese muchacho murió envenenado, según dictamen forense, en el año 2010, en Talavera la Real, muy cerca del niño al que comieron los cerdos en el poema de Manuel Pacheco.
Es verdad que han cambiado muchas cosas en las últimas décadas. Mucho. Pero hechos como éste, tan lejos en el tiempo, tan cercanos en el dolor y la rabia que provocan, vienen a recordarnos que entre tanta palabrería sucia y tanta promesa de truhanes, sigue latente a nuestro alrededor una repugnante desigualdad, que se asienta en el poder económico y tiende sus tentáculos de manera obscena hacia el poder judicial o político de turno.
Y entre unos y otros nos tapan los oídos para no escuchar el llanto de los niños muertos.
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