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Danzad, negritos, danzad

Los Negritos de San Blas de Montehermoso, Fiesta de Interés Turístico de Extremadura

Pilar Armero

Cuando Los Negritos de Montehermoso terminen de bailar, este martes al final de la tarde, habrán perdido más de un kilo. Hasta entonces tienen por delante muchas horas de danza, que es la esencia de una Fiesta de Interés Turístico Regional que se celebra por San Blas en la localidad cacereña, a escasos 30 kilómetros de Plasencia.

Los primeros pasos los darán a las tres de la tarde de este lunes los ocho negritos de 2015, que ensayarán en privado todas y cada una de las 17 piezas que componen el repertorio festivo. Después saldrán por los bares de la localidad cacereña al son de flauta y tamboril para llamar a la fiesta, sobre las 19.30 recogerán al mayordomo y seguirán de casa en casa con el mismo cometido de pasarlo bien hasta que el cuerpo aguante. Mañana más, porque a las diez ya tienen que estar en marcha, recoger al cura y llegar hasta la ermita de San Bartolomé donde habrá misa y más exhibición de baile, lo mismo que durante la vuelta en procesión y en el escenario de la Plaza Mayor, que serán donde interpreten de nuevo las 17 danzas seguidas.

Vamos, que les van a dar las cinco de la tarde como ha pasado otros años y aún no habrán comido. Los habrá, incluso, que después de retomar fuerzas llenando el estómago sigan bailando.

 

Más de 2.000 cordones para la garganta

La de Los Negritos es una de las tradiciones más singulares de Extremadura. Hasta hace unos años solamente podían ser danzantes seis montehermoseños mayores de 45 años pero se ha abierto la mano a la incorporación de más gente y de menos edad por el deseo de mantener viva la fiesta, tal y como cuenta Millán Garrido, uno de los protagonistas más veteranos de este festejo.

Así, este año hay 8 negritos más el tamborilero y el palotero, que es el hombre que les acompaña y guarda en un zurrón de piel de cabra los palos que se utilizan en las danzas. Todos se tiznan la cara de negro con un corcho quemado, en recuerdo al parecer de una familia pobre que cada San Blas visitaba el pueblo y hacía lo propio para que no se les reconociera.

Es la leyenda que ha ido circulando de generación en generación, igual que la costumbre de bendecir los cordones de San Blas con la confianza de que quienes los anuden alrededor de su cuello tendrán que dejar de preocuparse por su garganta. Más de 2.000 se van a bendecir este año y después se irán vendiendo por la calle en una ceremonia que se conoce como ‘la maná’.

Todo con la algarabía que se encargan de poner como fondo los protagonistas de una celebración que llama la atención también por la el atuendo con el que visten: traje regional pero tocados con un gorro negro de borlones, excepto en el caso del palotero que lleva una mitra como la de San Blas y que, además, se pone ropa de lo más estrafalaria para que no se le pierda de vista.

Color, música y danza para dar una bienvenida cálida al recién estrenado febrero.

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