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Berta Dávila discute los afectos de la maternidad en 'Los seres queridos', su nueva novela

La escritora Berta Dávila (Santiago de Compostela, 1987)

Daniel Salgado

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La protagonista de este libro ha fracasado. Intentaba escribir una novela parecida a esta, sobre la elección de los afectos y la experiencia radical de la maternidad, pero no fue capaz de llevarla a término. La materia la supera. No encuentra el registro necesario. La acaba defenestrando, esta es la expresión concreta que usa. Y en ese punto comienza a escribir la historia de Os seres queridos: de estilo desnudo, a tumba abierta, emocionante y a la vez clínica, es una historia de amor que también cuestiona el amor. “Me interesa tratar esas partes raras y conflictivas del vínculo maternal. Mirarlo con los ojos de alguien que nunca lo haya visto. Comprender un afecto tan profundo”, explica la autora, Berta Dávila (Santiago de Compostela, 1987).

Os seres queridos ganó el más prestigioso galardón de la narrativa gallega, el Xerais. Esta editorial se encargó de publicar el mes pasado la versión original, en gallego, de la obra. En castellano ha salido de la mano de Destino y traducción de la propia Dávila. Es su cuarta novela. “La veo como un fin de ciclo, aunque esto me resulta difícil de saber”, afirma, “de alguna manera, es mi libro obstinado, que nace tras el fracaso de intentar escribir un libro parecido a este. Y tuve que pasar un cierto luto, porque el otro estaba casi terminado, y yo planifico mucho”. Pero la protagonista no es la escritora. Y esa tensión entre realidad y ficción define uno de los núcleos fundamentales de Os seres queridos.

“Toda literatura bebe sobre todo de dos fuentes, la propia literatura y la experiencia de la autora. Aunque esto último no significa un trasvase directo entre realidad y ficción”, teoriza, “es decir, describes un viaje en tren y recoges el tren de Anna Karenina o de Patricia Highsmith, pero también aquel recuerdo del paisaje que resbala por la ventanilla un día en que eras tú la que viajaba”. En el caso de este libro, aparece, efectivamente, algún tren. Pero su esqueleto lo compone una trenza temporal en la que una escritora recuerda el nacimiento y primeros meses de vida de su hijo justo cuando, cinco años después, ha decidido abortar y no tener a su segundo. Lo hace a través de una escritura adelgazada y una estructura directa, sin adornos retóricos. Todo es hueso.

Dávila asegura ser consciente de cómo su proyecto narrativo bordea ciertos riesgos, aquellos derivados de la confusión entre autora y personaje. Eso, sin embargo, no la detiene. “Sé que esa lectura me puede resultar incómoda, pero debes hacer el libro que quieres hacer. No puedes permitir que la recepción de una obra interfiera en los procesos de escrita”, considera. Y Os seres queridos no va de desmentir o confirmar la etiqueta de autoficción, tantas veces adscrita a la autora. Va de algo más importante: “Indaga en la relación de la novela con la verdad. Y es el trabajo literario lo que hace que esa verdad de la ficción funcione, no sus referencias más o menos ajustadas a la realidad”. ¿Por qué, en todo caso, ha elegido esta fórmula concreta de enunciación literaria, en primera persona y con tono confesional? “Me acuerdo de una frase de [la escritora canadiense] Rachel Cusk, que decía que llegó un momento en que ya no creía en las novelas”, sostiene, “no obstante, trasuntos literarios del yo existen desde que existe la literatura”. Incluso las peripecias en tercera persona, con narrador omnisciente, añade, no tratan a veces más que del yo.

Escritura cristal: dura y transparente, pero frágil

Y aunque en Os seres queridos el yo es el de una madre, la intención del libro excede ese relato, el de la maternidad en primera persona. “Pretendo cuestionar el cariz de ciertos vínculos afectivos”, dice Dávila, “el vínculo maternal es uno de los que más se entiende como un bloque. En literatura, a pesar de que ha sido ya muy tratado, aparece a menudo casi como un arquetipo”. En su novela no. La maternidad se distancia, al mismo tiempo, de dos percepciones: la de la felicidad obligatoria y la del arrepentimiento. “Me interesaba ver como supone un cambio de identidad. Se trata de un afecto que condiciona todos los demás afectos y los cambia. También aquellos que non nos vienen dados”, aduce, “si es que algunos no nos vienen dados, algo de lo que no estoy segura”.

Un alto voltaje emocional recorre, así, estas páginas. Pero la autora esquiva la tentación del sentimentalismo. La mirada analítica de su escritura contrasta con las implicaciones de lo narrado. Y esa grieta, como una Annie Ernaux sin cólera de clase, es uno de los grandes logros del libro. “Fue una búsqueda muy deliberada del libro”, argumenta, “procuraba distancia emocional, serenidad para contarlo, porque, de lo contrario, la urgencia del tema lo podría haber convertido en ineficaz. A la vez, un estilo excesivamente autoconsciente podría echar fuera al lector”. Dávila utiliza una metáfora para sintetizar su objetivo, la del cristal. “La elección de las palabras debía transmitir eso, una escritura transparente y dura, pero a la vez frágil”, resume.

“Recuerdo, eso sí, cuando trajeron la piscina, que era una cubeta rígida, azul en el interior. Yo me bañaba con un flotador infantil con cuello de cisne mientras mis tíos y mis padres tomaban el sol en hamacas”, escribe, “siempre he tenido miedo del agua, pero que me mirasen todos ellos era garantía suficiente para saberme a salvo de ahogarme”. La memoria y la construcción del yo a través de los demás conforman otro de los ejes sobre los que se sostiene Os seres queridos. Y que comparte, tal vez, con sus dos anteriores obras, Carrusel (Galaxia, 2019; editorial Barrett en castellano) y Illa Decepción [Isla Decepción, Galaxia, 2020], con las que forma, en palabras de la propia escritora, una especie de tríptico. “Son miradas parecidas a cosas que están cerca”, asegura. Es en el primer tramo de la pieza que cierra la tríada donde Dávila incluye una suerte de poética singular de Os seres queridos. Dice: “Lo que sí es cierto es que este libro no es para quien considere que dos líneas coloreadas en una prueba de embarazo son un asunto menos sustancial que una herida de guerra, una bandera enterrada o un avión de combate”.

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