El temor a que el casco histórico de Santiago, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, acabe convirtiéndose en un parque temático, un decorado para el disfrute de turistas y peregrinos, ha cruzado una nueva línea. Según los datos ofrecidos por el ayuntamiento compostelano, el número de comercios para los visitantes ya supera en esa zona a los que tienen como clientela a los residentes. 207 establecimientos muestran esa “orientación turística” mientras los que dan servicio a los habitantes de la zona vieja son apenas 202, una cifra que, en 1994, era más del triple y alcanzaba los 645.
Pablo Couceiro, de la histórica Libraría Couceiro, ubicada en un emblemático edificio de la Praza de Cervantes, a 150 metros de la Catedral, pasa lista desde la puerta de su local. “Cuesta abajo, sólo en esta manzana, había una tienda de ropa de mujer, una mercería, otra tienda de ropa de hombre, un taller de azabachería y el supermercado O Dubrés. Hacia arriba estaban el BBVA, el Sabadell, una tienda de ropa de niños, una zapatillería, un bar, una pastelería, una droguería... Todo eso, hoy, son comercios turísticos”. Una sustitución que se disparó tras la pandemia.
El concelleiro de Urbanismo de Santiago, Iago Lestegás, hizo públicas estas cifras oficiales en la presentación de la modificación “pionera” de la Regulación de Usos del Plan Especial de Protección de la Ciudad Histórica que busca, entre otros objetivos, “reforzar” su uso residencial y mantener el comercio de proximidad.
“Ojalá pudiésemos resolver todos los problemas a través de un documento urbanístico, pero detrás de la crisis de este comercio hay muchas causas”. Como medida estrella, durante los próximos dos años no podrán abrir en la zona monumental tiendas de souvenirs, establecimientos automatizados —lavanderías, consignas o tiendas de vending— ni casas de apuestas. “Estamos creando una estructura para saber qué tipo de comercios son interesantes para mantener la función residencial. Porque sin residentes no hay comercios, pero sin comercios no hay residentes”, aseguró en su comparecencia ante los medios.
“Lo que pasa es que llega tarde”, responde Couceiro con pesimismo. Y eso que el suyo fue uno del medio centenar de establecimientos que, hace justo un año, suscribió un manifiesto para respaldar la moratoria a la apertura de comercios turísticos impulsada por el gobierno local BNG-Compostela Aberta coincidiendo con su primer año al frente de la ciudad. Esa moratoria dio tiempo a estudiar las medidas concretas que acabaron dando forma a la actual modificación.
“Somos parte del comercio de la zona vieja y queremos expresar nuestro apoyo a medidas que vayan a favor de regular la convivencia y la actividad económica”, escribían entonces. “Pensamos que es urgente redireccionarnos hacia un modelo de ciudad que proteja el comercio de calidad, de proximidad y útil para la ciudadanía y que a su vez construya comunidad. Queremos visibilizar las distintas sensibilidades dentro del comercio de la zona vieja compostelana e, incluso, ofrecer nuestra participación activa hacia ese otro modelo donde podamos sobrevivir en un ecosistema variado de comercios, la presencia de vecindad y la recepción de visitantes, de una forma equilibrada y beneficiosa para todas las partes”. De uno de eses encuentros, recuerdan, surgió la idea de extender el veto también a las máquinas de vending.
“Todo este negocio lo que hizo fue echar a la gente de Santiago. Antes la gente venía a la zona vieja a comprar: la rúa Calderería —a 300 metros de Cervantes— estaba llena de tiendas de ropa y zapaterías”. Pablo recuerda cuando la gente “venía a buscar un libro, miraba unos zapatos y se tomaba una caña en el bar”. Hoy notan “muchísimo” ese cambio en los hábitos. Su tienda, una referencia en el libro en gallego, casi no vende ya obras en este idioma “porque no hay gente de aquí”.
En la actualidad, Couceiro es una de las diez librerías que sobreviven en la ciudad histórica. En 1996 eran 28. Entonces había 125 tiendas de alimentación frente a las 35 de la actualidad. De las doce ferreterías no queda ninguna. Mientras, en la zona considerada intramuros —la Almendra, ubicada en el interior de las antiguas murallas de la ciudad— están registrados casi un centenar de comercios turísticos.
Sin embargo, mientras eso sucede, y al contrario “de lo que pueda parecer” la población en el casco histórico aumentó más de un 25%. De las 8.494 personas empadronadas hace tres décadas, cuando se puso en marcha el Plan Especial, se pasó a 10.708 el pasado mes de febrero. Lestegás admite descensos “muy acusados” en el número de residentes en las calles “más turistificadas” y próximas al Obradoiro.
Acibechería, la última rúa que atraviesa el Camino Francés antes de llegar a la Catedral, cayó un 36%; San Francisco, donde la Facultade de Medicina contempla una acera opuesta plagada de tiendas de souvenirs, un 30%. La palma se la lleva, precisamente, Calderería. Desde aquellos años 90 en la que los compostelanos la utilizaban como un pequeño centro comercial, se ha quedado sin la mitad de sus vecinos.