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La política gallega se asoma a la era postpandemia: comienza una campaña electoral marcada por la incertidumbre de los rebrotes

La primera vez que Galicia vota en verano

Daniel Salgado

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El 13 de julio será, para la política gallega, el primer día después del coronavirus. O no, porque los brotes de la infección están ya marcando las semanas previas a las elecciones del día 12. Y la pandemia, que la Organización Mundial de la Salud declaró en marzo, no remite. En un escenario incierto, que según algunas encuestas puede incluso determinar la participación electoral, arrancó este jueves la campaña que conducirá a la ciudadanía gallega -también a la vasca- a las urnas. Alberto Núñez Feijóo opta a su cuarta mayoría absoluta frente a una oposición tripartita en que, a decir de la demoscopia, el BNG podría pasar de cuarta fuerza a disputar la segunda posición al Partido Socialista en el Parlamento gallego.

Apenas unos días antes de que el virus clausurase la vida social en el exterior, que Feijóo repitiese como presidente de la Xunta no estaba fuera de toda duda. Los sondeos conocidos lo dejaban en el aire. Su gobierno, cuya gestión de la sanidad pública fue uno de los aspectos más cuestionados debido a su cariz neoliberal, acababa de sufrir una rebelión ciudadana en Verín (Ourense). Las movilizaciones populares hicieron recular al Servizo Galego de Saúde (Sergas) en su intención de cerrar el paritorio del hospital de la localidad. Fue también el ejecutivo de Feijóo el que vivió una inédita huelga en la atención primaria y la dimisión de los jefes de servicio de los centros de salud del área sanitaria de Vigo, la más poblada de Galicia. Pero la COVID-19 lo cambió todo.

Más de dos meses de estado de alarma, un control férreo de los medios de comunicación públicos y la aquiescencia, a veces entusiasta, de buena parte de los privados, y una menor afección de la epidemia que en otros territorios del Estado, parecen haber reforzado la posición electoral del PP. Aunque el juego no está completamente cerrado. La candidata del BNG a la presidencia de la Xunta lo recordaba este jueves. A su juicio, en la última encuesta conocida, ofrecida por el CIS, identifica tendencias favorables al cambio político: “Un PP que baja, una mayoría de gallegas y gallegos que desean un cambio y mucho votante indeciso”. A este último factor también se aferraba el aspirante socialista, Gonzalo Caballero: “El 35% de los electores todavía no han decidido su voto”.

La oposición de izquierdas, que completa la coalición de Podemos, Esquerda Unida, Anova y algunas mareas locales Galicia en Común, busca que, de alguna manera, no solo se hable del coronavirus. “Feijóo es un prestidigitador de la mentira y la propaganda”, acusó Antón Gómez-Reino, de la agrupación de formaciones de izquierdas. Es casi un lugar común entre los espectadores atentos de la política gallega referirse a la capacidad de adaptación discursiva del presidente de la Xunta, siempre ayudado por un suave ecosistema mediático. Feijóo es capaz de jurar y perjurar su papel de leal oposición al Gobierno de Pedro Sánchez un minuto antes de atacarlo por “ocultar los muertos”, en línea con las tesis de la ultraderecha. O de vestir intermitentemente su traje de galleguista -así lo hizo en la presentación del programa del PP el pasado 23 de junio- sin recordar como se apoyó en organizaciones contrarias a la enseñanza de la lengua gallega para ganar sus primeras elecciones en 2009.

El Feijóo intermitentemente galleguista

Fue justamente en ese acto del pasado martes cuando se pudo escuchar al Núñez Feijóo que pretende representar una alternativa moderada a la tendencia extremista de Pablo Casado. Al fin y al cabo, nunca pierde de vista la política madrileña. Y por más que repita que su “único compromiso” es con la comunidad que preside, en 2018 estuvo a punto de abandonarla para dirigir la sucesión de Rajoy. Después de unas semanas de dudas, escenificó con pompa y boato su decisión: iba a continuar haciendo el trabajo para el que había sido elegido por los gallegos en las elecciones de 2016.

Ahora que vuelve a tocar cita con las urnas, él vuelve a su proclamada lealtad al lugar natal. El logo del Partido Popular reducido al máximo, la palabra Galicia siempre en la boca, en la puesta de largo de su programa llegó a prometer su voluntad de mantenerse “firme en la defensa del autogobierno de Galicia”. Pero la historia es otra: Feijóo es el primer presidente en la historia de la autonomía gallega bajo cuyos mandatos la Xunta no adquirió ninguna nueva competencia. Al fin y al cabo, este es el político que al lector de El Mundo le cuenta que el Gobierno fue negligente al autorizar el 8M y siembra sospechas sobre el uso del estado de alarma y a los dirigentes de la organización gallega les cita, sin identificarlo, a Olof Palme: “No queremos acabar con la riqueza, sino hacer disminuir la pobreza”.

Al Partido Popular gallego, en todo caso, no le resulta funcional el estilo crispado que domina ahora en su cúpula madrileña. O no lo necesita en este preciso momento. En otras ocasiones lo ha sabido usar. Por ejemplo, en la mencionada campaña electoral de 2009. Estabilidad y previsibilidad son las ideas fuerza que vende en 2020, tras la pandemia, en esta ya alargada precampaña. Tan alargada que incluso cuando Feijóo negaba, en plena ola de contagios, preocuparse por el horizonte electoral, maniobraba para acercarlo lo más posible al fin del estado de alarma. Los populares llevaron tan lejos su negación de la realidad que todavía este lunes su secretario general afirmaba que su presidente “había renunciado expresamente a hacer precampaña”. Solo había pasado un día desde que Feijóo presentara las listas en Santiago de Compostela junto a Pablo Casado.

“Nuestro programa es un documento realista, viable y auditado”, afirma ahora, “no son dogmas ideológicos ni promesas que solo aguanta el papel”. Atrás quedan 11 años de gobiernos y de políticas cuyas consecuencias irresueltas todavía siguen en el orden del día: la declinante política industrialla desaparición de las cajas de ahorro y del sector financiero gallego, o la gestión privada de las residencias de ancianos. En el haber, cierto control de las cifras macroeconómicas durante años turbulentos. Eso sí, siempre en atención a los criterios de la economía neoliberal.

La reordenación de la actual oposición

Sobre el balance de una década de gobiernos Feijóo, y no solo de la gestión de la pandemia, intentará hablar la izquierda durante los próximos 15 días. La recolocación de los partidos actualmente en la oposición será otro de los efectos más que probables del 12 de julio. Las encuestas pronostican una fuerte caída de Galicia en Común respecto a En Marea hace cuatro años. Una legislatura de luchas intestinas, el retroceso de las mareas municipalistas y la recuperación del BNG parecen pasarle factura a la coalición. Su candidato, Antón Gómez-Reino, todavía diputado en el Congreso, se ha mostrado como abogado defensor de la acción del Gobierno central durante los meses de la pandemia y contundente crítico con la austeridad. Pero, por el momento, ninguno de los sondeos conocidos saca su candidatura de la cuarta posición.

También el PSdeG de Gonzalo Caballero se ha esforzado en hacer valer la acción del ejecutivo de Sánchez e Iglesias, aun cuando algunas voces internas critican la escasa implicación de Ferraz en Galicia y perciben cierta connivencia con Feijóo, rival interno de Casado. A mitad de la legislatura que acaba y debido a la ruptura del grupo parlamentario de En Marea, los socialistas pasaron a encabezar la oposición. Su reto es mantener el puesto. El enérgico ascenso del BNG que registran todos los radares demoscópicos puede dificultarlo. Con Ana Pontón como candidata a la presidencia de la Xunta por segunda vez, imbuida de un discurso con tono institucional y que mantuvo cierta equidistancia en las tensiones entre Gobierno gallego y central durante la crisis de la COVID-19, los nacionalistas procuran el sorpasso al PSOE. Únicamente sucedió en 1997 y en 2001, con Xosé Manuel Beiras como cabeza de cartel del Bloque.

En esta recta final previa a las votaciones, los tres partidos de la oposición se encomiendan a la movilización del electorado. Gonzalo Caballero dibujaba este jueves el paisaje: “Según las encuestas, el 50% del electorado decidirá el voto a lo largo de la campaña, y el 35% esperará a la última semana”. Por quien no parece que vaya a decidirse es ni por Ciudadanos, ni por Vox, ni por Marea Galeguista. Todos ellos están, dice la demoscopia, fuera del campo parlamentario en Galicia.

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