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Precariedad en la sanidad pública gallega: jornadas de 2 horas y contratos mes a mes

Personal de un centro sanitario público gallego

Miguel Pardo

“Nuestro trabajo es muy vocacional, te tiene que gustar mucho lo que haces para aguantar esto”. La frase es de una médica de Urgencias del Sergas, doctora en un hospital comarcal que, con todo, dice sentirse “una privilegiada” entre la “precariedad general” que observa en muchos de sus compañeros en la sanidad pública gallega. “No puedo organizar mi vida, no tengo mucha estabilidad... Pero menos mal”, cuenta.

Ese “menos mal” se refiere a que tiene asegurado trabajo durante todo el año a pesar de firmar un contrato cada mes. María (nombre ficticio) es una de las cinco profesionales de su centro que sufre esta temporalidad e inestabilidad pero ella y otros tienen seguro el trabajo, al menos, doce meses seguidos para cubrir bajas, incidentes o vacaciones. Otros dos compañeros son llamados cuando el Servizo Galego de Saúde (Sergas) lo considera oportuno. El resto es fijo o interino, una quimera para mucho personal sanitario.

La pregunta es obvia. ¿Por qué María firma contratos cada mes si trabaja todo el año? “En ese caso me tendrían que dar días para formación, podría coger vacaciones en verano y tener hijos... Porque yo quiero quedarme embarazada, pero en el momento que lo haga, sé que voy al paro” explica. En caso de negarse sin causa justificada a las contrataciones mensuales que le ofrecen, sería penalizada y pasaría al último lugar de la lista de la que el Sergas tira para llamarla a ella y a otros profesionales médicos. En su caso, el listado “no es muy largo”, dice esta médica que se desplaza desde una ciudad a más de cien kilómetros, tuvo una buena puntuación en las oposiciones pero no obtuvo plaza fija -“eran cinco las ofertadas”, recuerda- y valora tener “cierta continuidad”. No como muchos compañeros, sobre todo en Atención Primaria. En esos casos, caer de la lista supondría tener entre 100 y 200 personas delante.

En primaria son muy comunes los contratos diarios y por horas. Hay montones de ejemplos. Las denuncias de personal, sindicatos y colectivos y profesionales del Sergas en los últimos años hablan de hasta 100.000 contratos por las dice en un solo año, casos de más de veinte contratos temporales para un solo empleado, contrataciones de horas, llamadas con menos de medio día de antelación, ni un solo derecho laboral generado en antigüedad y ausencia de descansos entre jornadas.

Dos horas y veinte al día

Otro de los testimonios recogidos por Praza.gal relata el caso de un médico que, en una de las últimas ocasiones que fue requerido, recibió la llamada del Sergas a las 8 de la mañana. Era para ir a trabajar en esa misma jornada a un centro de salud a más de 100 kilómetros, una hora y media en coche desde su domicilio. Llegó cuando ya había empezado el horario de consulta, recibió las quejas de los pacientes que llevaban tiempo esperando y la Consellería, al ver que no cumpliría la jornada íntegra, le firmó un contrato por tan solo unas horas. Volvió a casa una vez finalizadasu relación contractual y después de tres horas de viaje cuyo gasto en combustible no es abonado por la Administración.

“Hay profesionales a los que llaman para trabajar quince días a varios kilómetros de su casa y acaban alquilando un piso por ese tiempo porque no quieren arriesgarse en la carretera o porque, simplemente, les sale mejor así que asumir el gasto en combustible”, explica Silvia, enfermera que está cubriendo un tercio de un turno. Trabaja dos horas y veinte cada día que le toca, entre 18 y 21 al mes, cubriendo un tercio de jornada de una persona que pidió reducción de jornada. Tiene trabajo asegurado hasta que la hija de su compañera cumpla doce años y esta recupere la jornada completa. “Hasta el mes de mayo”, advierte quien firmó un contrato con fecha de inicio pero sin fecha final. “Pero tengo suerte”, reconoce. Cobra, por tanto, el tercio del sueldo. Entre 500 y 800 euros.

“En verano me llamaban un día para ir a cubrir esas dos horas y pico, muchas veces a varios kilómetros... No me compensaba porque pasaba el mismo tiempo en el coche, pero no me puedo negar si quiero seguir bien colocada en las listas”, añade. “En otra ocasión me avisaron a las seis y media de la mañana para incorporarme de inmediato al hospital porque había habido un desajuste de personal”, explica sobre casos habituales que los trabajadores cuentan sin extrañeza alguna. Como lo más normal.

“Es el 'modus operandi' habitual”

“Es el modus operandi habitual en la sanidad pública gallega”, añade María, en una crítica que coincide con las de la plaforma SOS Sanidad Pública. Xosé María Dios, uno de sus portavoces, recuerda que durante los colapsos por los picos de gripe, la Consellería habló “en los primeros días de cien contratos nuevos, después de 1.000 y, una jornada después, de 2.000”. “Feijóo, en el Parlamento, subió la cifra a 3.125 en cuatro días, lo que evidencia que hablaban de contrataciones y para nada de personas contratadas”, añade.

“El conselleiro [Jesús Vázquez] Almuíña llegó a reconocer que tener esta cantidad de sustitutos era ideal para su sistema porque podían tirar de ellos; a la propia Administración le interesa este modo de actuar, incluso contratar gente para que trabaje de 12 a 2 en un centro, cotizando por esa miseria... Galicia gasta mucho dinero en formar sus profesionales sanitarios para que muchos se cansen de esta precariedad e inestabilidad y se vayan al extranjero a trabajar”, dice.

“La gente piensa que nosotros, los médicos, tenemos una buena calidad de vida, nos dicen que cobramos mucho... Claro que tenemos un buen sueldo si cumplimos con una jornada normal, pero en muchos casos estamos sobrecargados, no somos capaces... Prefieren que pocos hagamos muchas horas a que haya más gente, mejor organizada y menos saturada. No sé por que al Sergas le compensa, pero lo hace”, explica María. Su caso es el de la mayoría de profesionales sin plaza fija de la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, la más afectada por la precariedad. Médicos de cabecera, del 061 o de Urgencias. También la enfermería.

“Ser médico era una profesión de prestigio, con unas condiciones buenas y dignas porque tenías muchos años de formación y una enorme responsabilidad, pero eso ya no es así”, cuenta quien ve necesario que se sepa la realidad de gran parte del personal del Sergas. “Después hay gente que nos echa en cara que son ellos los que nos pagan, nos dicen que no nos podemos quejar porque tenemos buenos sueldos y nos recriminan colapsos o esperas de las que nosotros también salimos perjudicados”, añade para evidenciar la falta de medios. Según las cifras oficiales de la Administración, la sanidad pública gallega llegó a contar con unos 2.000 profesionales menos durante la crisis, aunque desde 2015 comenzó a recuperarse.

Silvia, enfermera, ratifica el diagnóstico. “Lo que se cuenta de la sanidad pública es tal cual, incluso peor”. Relata, en los últimos días, la presión recibida por un responsable hospitalario para vaciar las Urgencias subiendo la planta muchos de los pacientes. “No teníamos manos para atender pero insistían en que había que asumirlos”, cuenta.

María, que no obstante insiste en considerarse una privilegiada, sí advierte de que tendrá que “ahorrar” si quiere ser madre en algún momento. “No puedo estar reanimando a alguien con una barriga de ocho meses, aunque hay compañeras que sí lo han hecho; la mayoría esperamos a tener hijos muy tarde, hasta que conseguimos un puesto más estable”, concluye.

Desde los sindicatos llevan años advirtiendo de que esta precariedad laboral incide negativamente en la vida del personal y en la calidad de la asistencia que presta y que imposibilita la continuidad de los equipos en los centros hospitalarios. Además, tal y como denuncian, la situación laboral de tantos profesionales sanitarios les impide tener un proyecto de vida normalizado y dificulta la conciliación personal, laboral y familiar. Uno de los afectados recordaba cómo, no hace mucho, desde el Sergas reclamaron la presencia urgente e inmediata de una enfermera con un hijo pequeño que manifestó su imposibilidad de acudir al trabajo por no tener con quien dejar el niño. “¿Y si se queda con un vecino?”, relata que le contestaron.

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