No solo Corín Tellado: los libros baratos que trajeron a España la ciencia ficción
Eran novelas cortas, impresas en papel de baja calidad y muy baratas. Ocupaban poco espacio y se compraban en los quioscos, con nuevos títulos cada una o dos semanas. La saga de ‘El Coyote’, Corín Tellado y sus novelas románticas o Marcial Lafuente Estefanía y sus aventuras del Oeste son algunos de los nombres asociados a los bolsilibros o novelas de a duro, esos pequeños ejemplares que entretuvieron a miles de españoles durante décadas. Aunque son estas las que se han llevado la fama, el formato también sirvió para difundir la ciencia ficción en España.
José Carlos Canalda, miembro del CSIC e investigador aficionado de este tipo de literatura, vivió de pequeño, en los años 60, la explosión de los bolsilibros en todas sus modalidades. Sin embargo, las de ciencia ficción fueron las historias que le cautivaron: “Si coges a un chaval de ocho o nueve años, que tenía yo entonces, y le das de leer esas novelitas… Yo me quedaba fascinado”, cuenta a HojaDeRouter.com.
Apenas había ciencia ficción en España cuando llegaron los bolsilibros. Antes de la Guerra Civil estaba el antecedente del Coronel Ignotus, el seudónimo bajo el que se escondía José de Elola y Gutiérrez, un militar que publicó varias novelas con argumentos tan increíbles como la criogenización de cuerpos, un viaje a Venus y las aventuras que allí vive una espía inglesa o el deshielo de los polos para crear una Arcadia.
También algunos miembros de la Generación del 98 habían hecho sus pinitos sin saberlo, pero habría que esperar hasta los años 50 para que el escritor José Mallorquí (padre del también escritor de temas de ciencia ficción César Mallorquí) sentara las bases con la publicación de la revista 'Futuro', en la que se publicaban relatos ‘pulp’ traducidos y otros de escritores españoles. 'Espacio', de la extinta editorial Toray, fue otra de las colecciones de entonces.
También, ‘La saga de los Aznar’, encabezada por el autor Pascual Enguídanos, contribuyó a allanar el camino a partir de los 50. En esta serie de 56 volúmenes (que pertenecía a la colección ‘Luchadores del espacio’, especializada en publicar series de novelas), los miembros de esta familia viajaban al futuro en búsqueda de platillos volantes.
Julián Díez, especialista en literatura de ciencia ficción, explica a HojaDeRouter.com que el éxito de estos bolsilibros “supone una cierta dificultad adicional para la implantación de la ciencia ficción, digamos un poco 'en serio', en España, porque se empareja ciencia ficción con esa literatura de baja calidad, con las películas de los años 50 de serie B, etcétera. En parte por esa imagen y en parte por otros problemas intrínsecos de la difusión de la cultura en España (de siempre pretender que la cultura corresponde a modelos realistas), la ciencia ficción queda un poco anclada ahí”. Para él, muchas de estas novelas son “muy difícilmente legibles” para un aficionado actual. “Todos estos libros no son buena literatura. Ni lo pretendían ni se acercan”, resume.
Para Canalda, las “dos cumbres” del bolsilibro español fueron 'La saga de los Aznar' y la saga del 'Orden Estelar', de Ángel Torres Quesada, publicada ya a principios de los 70, cuando el género tenía mucho recorrido. También reivindica la figura de Domingo Santos, uno de los grandes escritores españoles de ciencia ficción, como autor en ‘Luchadores del espacio’ y ‘Espacio’.
De todos esos autores, Torres y Enguídanos “tenían una mayor ambición en la creación de mundos”, en opinión de Díez. De Enguídanos, que publicaba con el seudónimo de George H. White y se ganaba la vida como conserje de colegio, destaca “su capacidad inventiva, las imágenes que te transmite a veces de inventos completamente desopilantes, un montón de personajes…” Sin embargo, “los libros, para un lector culto, son impresentables, no hay por dónde cogerlos”, matiza. Naves espaciales de tamaños descomunales, armas capaces de destruir planetas completos… “Su capacidad para soñar era verdaderamente tremenda”.
En '¡Ha muerto el Sol!', por ejemplo, la humanidad se ve abocada a buscar un nuevo lugar de residencia después de que un misterioso planeta lleno de helio choque con el Sol y lo destruya. 'Las blancas nubes de Venus' habla de un viaje a este planeta en el que hay tiempo para amoríos y asesinatos. Mientras tanto, 'Las huellas del imperio', de Ángel Torres, cuenta con una protagonista femenina, la sargento Alice Cooper, a la que se le plantea la posibilidad de crear un clon de su padre gracias al cerebro de este.
A Ángel Torres (1940), el autor de esa saga del 'Orden Estelar' y de otros muchos títulos, le publicaron unos 130 títulos en esas colecciones de ciencia ficción. “Yo mismo me exigía que los temas de los que escribía fueran diversos. Los imperios estelares siempre me han gustado, las aventuras explorando planetas… Los viajes en el tiempo siempre han sido una de mis pasiones, que daban mucho margen, muchísimas vías para desarrollar un tema”, rememora para HojaDeRouter.com. Se había aficionado al género leyendo de pequeño los cómics de ‘Flash Gordon’ que su hermano compraba. La colección ‘Futuro’ fue otro acicate.
El gaditano publicó su primer libro con 23 años, en 1963, “recién salido de la mili”. Fue en la colección 'Luchadores del espacio' y se titulaba 'Un mundo llamado Badoom'. En la editorial Valenciana no lo conocían: mandó el original y ellos le respondieron que lo acortara un poco. Cuando lo hizo, le dijeron de vuelta que la colección iba a terminar y que no podrían publicarlo. “Entonces yo les contesté diciéndoles que había hecho el trabajo que ellos me pidieron que hiciera. Accedieron a publicarme la novela”. Fue el principio de una larga trayectoria.
No había un compromiso para mandar novelas. Torres, de hecho, se dedicaba a su pastelería en Cádiz, una herencia de su padre, y mandaba una novela cuando podía, aunque en un año le dio para mandar “18 novelas”, explica. Si visitaba Barcelona para hacer negocios con sus proveedores, aprovechaba para encontrarse con los responsables de la editorial.
Además, él, que firmaba con los seudónimos de A. Thorkent y Alex Towers, quería escribir cosas “de mayor enjundia”, que fueran más allá de estas novelas de usar y tirar. Suya es también la trilogía de las islas, de aventuras interplanetarias, o 'Los vientos del olvido', que publicó ya con su propia editorial en 1995 y luego reeditó Minotauro. Ahora, una asociación de amigos del bolsilibro va a editar varias de sus novelas como homenaje a uno de los autores fecundos de este género.
Algunas veces Torres se topó con la censura, aunque nunca supo bien por qué. En cierta ocasión, la editorial le mandó una carta para informarle de que una de sus novelas había sido rechazada por los censores. “Les llamé por teléfono y dije: 'Bueno, ¿por qué?'. 'Eso no lo dicen. Mira, déjala un tiempo y luego la vuelves a mandar'”. Según nos cuenta, lo hizo y la aceptaron.
No era extraño que la censura devolviera un manuscrito por cualquier cuestión intrascendente. “Según me han contado, pero no coinciden todos, por una tontería”, dice Canalda. “A lo mejor una cosa que era un poco más arriesgada colaba y por otra cosa que aparentemente era inofensiva se lo devolvían”. Incluso los portadistas llegaban a sufrirlo en sus carnes: una mujer demasiado exuberante podía ser desautorizada.
Despedida, cierre y adiós
Los bolsilibros desaparecen a mediados de los años 80. El cierre de la editorial Bruguera, que había comenzado tarde a publicar las novelas de ciencia ficción, fue el principal detonante. “Había entonces algunas editoriales pequeñas que sacaban sus colecciones. No sé si se vieron arrastradas, el caso es que desaparecieron”, explica Canalda. Toray lo había dejado años antes.
Además, la situación socioeconómica del país había cambiado: “A estas alturas la literatura popular no tenía, en general, la importancia que tuvo. No solo los bolsilibros, también los tebeos, los cuadernillos de aventuras gráficas…”, recuerda Díez. La difusión de otras colecciones de libros de bolsillo (como las de Alianza, de mayor calidad), del cómic o de la televisión también influyeron
Díez dice que “estamos hablando de gente que tenía un oficio, no de artistas”. “Ellos escribían eso. Intentaban que fuera lo más ameno posible para que tuviera la mayor cantidad de lectores posibles y para que les siguieran encargando más libros. Eso era todo”. De ahí que algunos lo hicieran bajo un seudónimo con aires anglosajones y que su verdadera identidad fuera desconocida para muchos lectores.
Canalda quiere revindicar la figura de estos “obreros de la literatura”, como los llama: “Mientras que en Estados Unidos le dan mucha importancia a su literatura 'pulp' —porque, independientemente de su calidad, que había de todo, fue el vivero de donde salieron escritores de la talla de Asimov—, aquí en España, como somos tan chulos, la literatura popular —no solo los bolsilibros— siempre se ha desdeñado”.
“Y sí es verdad que había bastante metralla, porque era literatura de entretenimiento”, admite, “pero de ahí surgieron algunos escritores importantes”. Entre ellos los citados Santos o Torres o Francisco González Ledesma, que se curtió con las novelas del Oeste. “El problema es que los tenían ahí como poco menos que galeotes”. En cualquier caso, continúa Canalda, “como simple entretenimiento, porque no pretendían más, y quitando la paja, que había bastante, sigue habiendo suficiente grano”.
-----------
Las imágenes han sido cedidas por José Carlos Canalda y Ángel Torres