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El primer alumno que llevó un portátil a Harvard: “Abrí la puerta del S.XXI y la cerraron en mi cara”

Tony Downer llevó su Osborne 1 a un examen y Harvard decidió prohibirlo

Cristina Sánchez

Esconder los ases en la manga y esforzarse después por descifrar sus minúsculos secretos trazados con bolígrafo sigue siendo el método clásico para copiar en los exámenes. Eso sí, desde que las analógicas chuletas pueden enviarse por WhatsApp, ya no es el que más preocupa. La famosa Universidad de Kioto acaba de vetar cualquier reloj de muñeca en sus pruebas de acceso para evitar que se les cuele algún 'smartwatch'.

La inquietud porque los estudiantes copien gracias a un dispositivo digital comenzó en realidad hace más de tres décadas, aunque el primer ordenador sospechoso no cabía precisamente en el bolsillo. En 1982, la prestigiosa Universidad de Harvard prohibió que los alumnos utilizaran en sus exámenes el Osborne 1,Osborne 1 el primer portátil de éxito comercial de la historia. 

EL OSBORNE 1 QUE ASISTIÓ A UN EXAMEN DE DERECHO PENAL

Tony Downer, estudiante de primer curso de Derecho por aquel entonces, fue el causante de aquella prohibición y el primero en defender que era “absurda”. Le regalaron aquel novedoso portátil por Navidades y decidió transportar sus 10 kilos, a los que se sumaban los de una impresora, para realizar su examen de Derecho Penal en el aula.

“Consideraba que mi Osborne 1 era una máquina de escribir mejor que la mía convencional porque podía pillar las erratas antes de que aparecieran en la página”, explica Downer, que actualmente es socio de la firma de capital riesgo Oak Investment Partners, a HojaDeRouter.com.  

No a todos les pareció una buena idea que usara “lo que parece un procesador de texto”, como rezaba la nota que recibió al final del examen para que hiciera una visita a la Decana de Estudiantes de la Escuela de Derecho. Ella misma le informó de que algunos estudiantes se habían preguntado por la legitimidad de usar un ordenador en las pruebas, si bien ningún compañero hizo saber a Downer que estaba molesto.

No fue el único que llevó un ordenador a aquel examen: un compañero suyo trasladó al aula un Apple II, el primer ordenador de producción masiva de la firma de la manzana mordida.

A juicio de Downer, las razones que la Universidad esgrimió para evaluar si debían prohibirles usar sus ordenadores “eran un disparate”. Argumentaban que su editor de texto le daba cierta ventaja, al poder escribir más rápido. Downer replicó que, siguiendo esa lógica, debían prohibir a cualquier estudiante teclear en su máquina de escribir más de 100 palabras por minuto, como hacía una de sus compañeras, una exmecanógrafa que elaboraba “textos a la velocidad de la luz”.

La mayor preocupación era en realidad que Downer tirara de picaresca y guardase las respuestas del examen en su portátil. No obstante, con su memoria RAM de 60 kilobytes y la posibilidad de utilizar dos disquetes de 90 kilobytes, aquella “máquina increíblemente primitiva” poco podía almacenar según este inversor. Todo ello sin contar con que Downer tampoco podía predecir las preguntas y que el estudiante debía “aplicar los conceptos aprendidos de una forma original y creativa”.

“La idea de que el ordenador te permitía entrar al examen con tu respuesta precargada y se podía hacer un poco de 'corta y pega' e imprimirlo era ridículo”, destaca Downer. Wayne Walker, el compañero que se llevó el Apple II, opinaba lo mismo. “Hay un aura de misterio sobre lo que tiene un ordenador”, afirmaba el estudiante entonces.

La Decana también le dijo a Downer que no todo el mundo podía permitirse pagar los 1.795 dólares (unos 3.800 euros teniendo en cuenta la inflación) que costaba aquel portátil provisto de una diminuta pantalla. “Mi respuesta fue, bueno, no puedo permitirme un reloj Rolex y sospecho que un buen número de mis compañeros tampoco pueden. ¿Significa que a nadie se le debería permitir llevar uno?”

LA PROHIBICIÓN QUE LLEGÓ A LOS TITULARES  

El periódico universitario Harvard Law Record decidió hacerse eco de aquel conflicto y el caso terminó saltando a las páginas de los grandes diarios cuando llevar un ordenador en un maletín era todavía una revolución.

“¿Reemplazarán los ordenadores a las notas en los puños de las camisas?”, se preguntaba The Wall Street Journal. “Hace diez años, un pequeño pero fastidioso problema confrontaba a los educadores. ¿Se debía permitir a los estudiantes de matemáticas usar calculadoras para resolver problemas? Las calculadoras ganaron”, recordaba aquel texto.

“Fracaso del ordenador”, titulaba la revista Time en un artículo en el que un joven Downer aseguraba que era una “cuestión de tiempo” que les permitieran usarlos. Mientras, The New York Times se mostraba muy crítico con los avances tecnológicos. “Las universidades combaten los abusos del ordenador. El uso de la tecnología por parte de los estudiantes para engañar y para el vandalismo impulsa nuevas medidas de seguridad”.

El caso también llegó a la portada de The Portable Companion, una publicación de la propia compañía Osborne. Tal vez por eso su reportaje recalcaba que Wayne Walker había vendido su Apple para comprarse un Osborne “por su liviana portabilidad y su bajo coste”. Downer ha guardado cuidadosamente esos recortes de prensa y nos cuenta que “a sus hijos les apasiona ver cómo su padre se enfrentó a aquella situación” que ahora califica como “divertida”.

EL INVERSOR QUE ACERTÓ EN (CASI) TODO  

Meses después del examen, Downer perdió la batalla. La junta de administración de la Facultad de Derecho, compuesta por tres profesores y tres alumnos, decidió prohibir “el uso de procesadores de texto o máquinas de escribir con capacidades de memoria en los exámenes”.   

El fallo no sentó muy bien al joven visionario. “Querían encargarse del problema del momento —qué hacemos con este chico que quiere usar esta máquina— en vez de darse cuenta de que ese incidente era un presagio de un cambio importante que iba a llegar”. Según este inversor, “no hacía falta una bola de cristal” para saber que los ordenadores se abaratarían, reducirían sus dimensiones y ofrecerían un mayor rendimiento con el tiempo.

Por eso poco después, cuando le presentaron al presidente de la Universidad de Harvard, le soltó lo que pensaba sin pelos en la lengua. “He abierto la puerta de la tecnología del siglo XXI y me la han cerrado de golpe en la cara”, dijo por entonces.

En 1982, Downer predecía que un futuro estudiante pediría utilizar un hipotético Osborne 6 para escribir sus exámenes. “Los sucesores de Osborne van a costar menos y menos, serán similares a las calculadoras de hoy en día”, señaló en aquel momento.

Aunque el inversor acertaba al señalar que los portátiles serían manejables para alivio de nuestras espaldas o que la Escuela de Derecho de Harvard acabaría permitiendo la presencia de ordenadores en las pruebas (de hecho, utilizan un 'software' específico para ello), la compañía Osborne no duró mucho tiempo.

Llegó a ganar diez millones de dólares vendiendo portátiles solo en agosto de 1982, pero entró en quiebra al año siguiente. Adam Osborne, su fundador, anunció un nuevo modelo meses antes de que estuviera listo y los Osborne 1 se dejaron de vender automáticamente, provocando la catástrofe. Además, otras empresas, como IBM, se inspiraron en aquella máquina y desarrollaron sus propios ordenadores transportables en los años 80. 

A aquel chico al que los profesores de Harvard no escucharon porque “no estaban en contacto con el paisaje cambiante y las tendencias subyacentes de la tecnología”, le fue bastante mejor. En las últimas tres décadas, Downer ha trabajado en diferentes firmas de capital riesgo hasta llegar a la famosa Oak Investment Partners.

“Leer la historia me pone una sonrisa en la cara. El mundo estaba en el umbral de un cambio. Por casualidad me pilló un problema que capturó aquel cambio, y, por suerte, estaba en el lado correcto del asunto”, afirma Downer. Eso sí, suponemos que ni él ni mucho menos aquellos profesores que desconfiaban de la tecnología podían presagiar que un ordenador mucho más potente que aquel pesado Osborne llegaría a rodear nuestra muñeca.  

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La imagen es propiedad de Marcin Wichary

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