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La UE y el Reino Unido se dan más tiempo para el acuerdo del Brexit ante el fracaso de las negociaciones

Theresa May, primera ministra del Reino Unido.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

Tiempo. Para convencer a los tories; para negociar con los unionistas; para ganar una votación que se prevé imposible en el Parlamento británico. Theresa May necesita tiempo, y la Unión Europea se lo ha dado en la medida en que le ha quitado la presión de una cumbre de noviembre abocada al fracaso. 

En efecto, la UE lleva dos cumbres seguidas –Salzburgo y esta de Bruselas– en las que no ha sido capaz de rematar el Brexit. Theresa May salió escaldada de Salzburgo, cuando llegó con su plan de Chequers que fue duramente rechazado por los líderes europeos. Se le conmino a acudir a Bruselas, en octubre, con una nueva propuesta. Pero la cumbre de octubre ha llegado 72 horas después de que los negociadores se levantaran de la mesa ante el bloqueo. 

May no ha llegado con nada nuevo, porque poco nuevo tiene que ofrecer, al margen de celebrar “los avances conseguidos” y augurar un acuerdo “en los próximos días o semanas”. Lo más que ha hecho, según fuentes diplomáticas, ha sido mostrarse dispuesta a considerar una prórroga del periodo de transición del Brexit, aquel que llega tras la salida de Reino Unido el 29 de marzo y que lleva consigo el mantenimiento del Reino Unido dentro de la unión aduanera de la UE, sus tribunales de justicia, su derecho comunitario... Pero sin voz ni voto, y contribuyendo al presupuesto de la UE con 10.000 millones anuales. Es decir, anatema para los mayores brexeteers, como así lo ha expresado el líder de UKIP, Nigel Farage. Y propuesta que, al parecer, no vería mal el negociador de la UE, Michel Barnier, quien ha afirmado a su llegada a la cumbre: “Necesitamos más tiempo, mucho más tiempo, y continuaremos el trabajo en las próximas semanas, con calma y paciencia”. 

Tiempo, mucho más tiempo, calma y paciencia.

Pero no hay mucho más tiempo en realidad. Es verdad que los líderes europeos se habían conjurado para llegar a este miércoles con un acuerdo de salida del Reino Unido cerrado, que sería santificado en noviembre. Y, partir de ahí, redactar con calma una declaración política sobre la futura relación entre Reino Unido y la Unión Europea divorciados, pero fantásticamente bien avenidos. 

Y eso no ha ocurrido. 

El 29 de marzo de 2019 Reino Unido abandona la UE, porque se cumple un año desde que Theresa May apretó el botón de salida. Y, de acuerdo con los cálculos en Bruselas, se necesitan tres meses para los trámites parlamentarios de todas las partes. Es decir: la fecha límite es diciembre, finales de diciembre. Y el siguiente Consejo Europeo está previsto para el 13 y 14 de diciembre.

El escollo sigue siendo la frontera irlandesa, que está acordado que siga siendo invisible, tanto por el compromiso del Reino Unido como por lo firmado hace dos décadas en los Acuerdos de Viernes Santo que llevaron la paz a Irlanda del Norte. 

Y si la frontera entre la República de Irlanda –que se queda en la UE– e Irlanda del Norte –Ulster– ha de permanecer invisible, los británicos temen que la frontera real sea entre la isla de Irlanda y Gran Bretaña, y su país quede roto por el mar.

La frontera invisible no sería un problema para el Reino Unido si logra un acuerdo comercial con la UE, tras el Brexit, muy integrador. Pero si no fuera así, esa frontera invisible podría volverse dura –como pasaría de llegar a un Brexit sin acuerdo–, algo que, de nuevo, violaría los Acuerdos de Viernes Santo y los compromisos de las partes.

Tiempo, mucho más tiempo, calma y paciencia.

Para hacer deberes. Y quien más tiene es Theresa May. En casa; con los suyos –los tories–, con quien le apoya en el Gobierno –los unionistas del Ulster–; y con la sociedad británica, que sigue dividida a partes iguales en torno a un Brexit que se aprobó por la mínima en referéndum para el que cada vez más sectores piden una nueva consulta. 

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