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ENTREVISTA

Charlemagne Gómez, consultora de la ONU: “En Afganistán, la comunidad internacional aceptó la corrupción por miedo a perder la seguridad”

Charlemagne Gómez, en la sede de la ONG Medica Mondiale.

Ana Garralda

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“¿Qué hemos podido hacer tan mal?” lleva meses preguntándose la hispanobritánica Charlemagne Gómez, dedicada desde hace 15 años al desarrollo de países en situaciones de conflicto o postconflicto a través de lo que los expertos llaman “gobernanza democrática inclusiva”: es decir, el fortalecimiento de las instituciones de un estado de derecho (si lo hay) o la inclusión social. En otras palabras, “todo lo que no existe en Afganistán, Libia o Sudán del Sur a pesar de los intentos por implantar allí una democracia”, dice Gómez. 

Gómez recibe cada día nuevas peticiones de ayuda desde Afganistán, ya sea de diputadas de etnias minoritarias del antiguo parlamento, antiguos trabajadores en Naciones Unidas; exfuncionarios con cargos medios o jóvenes activistas de derechos humanos.

Por medio de misivas a mandatarios e instituciones, gestiones con altos cargos de organizaciones supranacionales o incluso contactos con empresas privadas de transporte aéreo, Gómez se esfuerza por ayudar a estos afganos gestionando visados que les permitan salir del país.

Según pasan los días se complican las cosas. Irán mantiene sus fronteras terrestres cerradas y Pakistán solo emite visados médicos o de tránsito para la evacuación de extranjeros y afganos que trabajan para organizaciones internacionales…

Así es, no es fácil. Para salir debes tener la documentación en orden, no solo un visado, sino también un pasaporte válido. Muchos afganos no lo tienen y ahora mismo las oficinas que los emiten están cerradas. Antes del 31 de agosto miles de ellos fueron evacuados por países de la OTAN. Otros cruzaron la frontera y acudieron a las embajadas de terceros países como la India, que fletó varios aviones para sacar a sus nacionales y colaboradores. No obstante, ahora mismo la ruta aérea se ha complicado mucho por la cuestión de los aeropuertos. 

Lo que sí sabemos es que el Gobierno de los talibanes ha anunciado que permitirán salir a varios aviones que se encontraban varados en el aeropuerto de Mazar-e-Sharif con personas que estaban a la espera de abandonar Afganistán siempre y cuando éstas tengan la documentación en orden. Se están haciendo esfuerzos por disponer de más vuelos, pero ahora mismo no tenemos más información que podamos compartir. 

¿Qué pasa con los 3.000 afganos que trabajan para Naciones Unidas y siguen queriendo salir?

Nos preocupan mucho. Afganistán bebía de la ONU y las ONG. Estamos hablando efectivamente de unas 3.000 personas. Como nacionales que son, la ONU no contempla evacuarles en cuanto que ellos en teoría siguen trabajando en el terreno. No obstante, y dadas las circunstancias, muchos quieren irse. La mayoría tiene miedo y cree que no recuperará su trabajo, a menos en el corto plazo. Además, las organizaciones no gubernamentales han evacuado a todo su personal, incluidos locales que trabajaban como cocineros y mujeres de la limpieza. Debemos apoyar a toda esa gente que siempre estuvo tan orgullosa de trabajar en Naciones Unidas. 

Usted menciona que durante las evacuaciones muchos afganos no tenían documentación. En España o Emiratos Árabes se han hecho cribados de seguridad según aterrizaban los aviones. ¿Cuál es el riesgo de que se haya infiltrado gente indeseable? 

El riesgo existe. Con el caos de esos días hubo afganos que fueron evacuados sin papeles, pero incluso los talibanes tenían controles cada equis kilómetros para revisar la documentación. Hay personas a las que no hemos llegado, pero son una minoría. Debemos contrastar mucho estas informaciones porque contribuyen al rechazo de los refugiados. En Europa hemos visto atentados terroristas perpetrados por ciudadanos muy radicalizados y nacidos aquí. Por eso debemos ser justos con la gente que llega de fuera. La gran mayoría sí necesita ayuda.

Pero hay países que no están dispuestos a ofrecérsela…

Exacto. Algunos países europeos solo han sacado a unas pocas decenas de personas. Otros, como Emiratos Árabes, ofrecieron sus aeropuertos durante varios días para que pudieran estacionar allí los aviones de evacuación, pero no se sabe nada de la cuota de refugiados que han admitido o qué es lo que harán a medio plazo. 

Por otro lado, Pakistán o Irán han asumido históricamente a la gran mayoría de refugiados. Fijémonos por ejemplo en otro caso, el de los refugiados sirios. Fueron vecinos como Líbano, Jordania o Turquía los que acogieron a un mayor número de ellos. Parecía que iban a llegar a Europa, a Grecia o Hungría, pero la realidad es que fueron otros quienes absorbieron a una mayor cantidad si tenemos en cuenta la proporción entre su población y la de los recién llegados. 

¿Cuál es su balance después de trabajar como cooperante y después como consultar de la ONU y la UE?

Lo que puedo decirle es que los tres sectores recelan entre ellos y eso hay que combatirlo. En mi caso si hubiera sabido cuando empecé lo que sé hoy habría hecho las cosas de otra manera. Como cooperante aprendí mucho en varias ONG, pero cuando desarrollé proyectos de incidencia política o evalué procesos electorales para agencias de Naciones Unidas o la UE me di cuenta del enorme impacto que podía tener no solo a escala nacional, sino internacional. Su capacidad de influencia es muy importante, su acceso a la información es muy superior al de cualquier ONG y eso me atrajo mucho. Sin embargo, insisto en que el reto es que tanto ONG como agencias de la ONU y la UE trabajen de forma coordinada para lograr los mismos objetivos lo que no siempre ocurre, tal y como ha quedado demostrado en Afganistán.

Los norteamericanos siempre priorizaron los propios en cuestiones de seguridad…

Sí. Un ejemplo son las elecciones legislativas de 2014 cuando políticos afganos de alto rango amañaron los resultados de los comicios e ignoraron la verdadera voluntad del electorado. Nosotros como comunidad internacional aceptamos la corrupción endémica del sistema político de Afganistán por miedo a perder el control sobre la seguridad. Lo aceptamos y no hicimos lo suficiente para combatir la impunidad. El sistema electoral, es decir la democracia, fue rechazado por unos pocos para llegar o mantenerse en el poder.

Como los millones de dólares que salían del país todos los días en las maletas de altos funcionarios afganos o sus familiares. Según investigadores estadounidenses, más de 3.000 millones de dólares volaron en solo tres años por el aeropuerto de Kabul…

Ese es solo un ejemplo. A pesar de todo el dinero y la muerte de tantos soldados, sobre todo afganos, no exigimos el mismo nivel de rendición de cuentas. En el caso del Gobierno afgano nunca llegó a comprometerse del todo y nosotros fuimos débiles. Nos ganaron en todas las negociaciones y les dimos millones y millones de dólares…

También hubo contratistas extranjeros que salieron de Afganistán siendo multimillonarios…

Sí, unos cuantos. Igualmente había expatriados que fueron al país a hacer carrera o a engrosar sus cuentas bancarias. En mi caso puedo decirle que éramos muchos los que amábamos Afganistán y sentíamos pasión por lo que hacíamos. Por eso nos quedamos unos años y muchos hemos seguido vinculados.

¿Se imaginaba un final apoteósico como el firmado el año pasado en Doha entre la Administración Trump y los talibanes?

Nunca quisimos pensar que eso podía suceder, pero ha pasado y a toda velocidad, casi con el permiso de la comunidad internacional. Es incomprensible. Pareciera que todo estaba pactado de antemano. 

¿Qué siente después de ver el desastre de la salida?

Una enorme frustración. En 2010 decidí que ya no quería seguir en Afganistán sobre todo por la cuestión de la seguridad, si bien después he regresado varias veces. De hecho, en los últimos cuatro años he trabajado en varios proyectos. Hoy lucho para que esa gente, que ha aportado tanto y de la que tanto hemos aprendido pueda salir de allí. Si no lo hacemos, todo habrá sido en vano, no habrá servido para nada. Si lo logramos al menos habremos salvado a aquellos con los que hemos trabajado. No podemos salvar el país, pero a nuestra gente, sí. 

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