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Cinco años de Macron: mucha actividad y pocos resultados en la escena internacional

El presidente francés, Emmanuel Macron, en la Cumbre del Consejo Europeo, el 25 de marzo en Bruselas

Amado Herrero

París —

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Un ascenso meteórico y una extraña campaña presidencial llevaron al Elíseo a un presidente joven, que despertó la curiosidad tanto en los medios de comunicación como en las cancillerías de todo el mundo. En sus primeros discursos Emmanuel Macron marcó una hoja de ruta ambiciosa para su política exterior: relanzar el proyecto europeo, promover su concepción liberal del multilateralismo en oposición a los líderes iliberales de Europa del Este y luchar contra las desigualdades. En sus cinco años de mandato, el político ha multiplicado los esfuerzos de diálogo y mediación en la escena internacional en países como Ucrania, Libia o el Líbano pero, en general, sin resultados concretos.

Recién elegido, Macron intentó estrechar lazos con Donald Trump, ignorando caprichos y desaires por parte del entonces presidente estadounidense. Si bien el líder francés no logró disuadir a Trump de retirarse de los acuerdos sobre el clima y de Irán, sí que logró establecer un vínculo con él, en contraste con la tenaz hostilidad de Trump hacia la canciller Angela Merkel. Una relación similar a la que Macron ha intentado construir con Vladímir Putin, con quien se ha esforzado en mantener los canales abiertos desde su llegada al poder, primero con una cumbre franco-rusa en Versalles en 2017 y una invitación a la residencia de verano de Fort Bregançon en 2019, justo antes del G7 de Biarritz.

La retirada de Merkel y la presidencia de la UE lo han convertido en interlocutor privilegiado del Kremlin, especialmente en los primeros días de la invasión. “Rusia no quiere hablar con Bruselas y en Alemania la nueva coalición aún no está bien consolidada, así que Macron es la voz de Europa en el diálogo con Putin”, explica Tatiana Kastouéva-Jean, especialista en Rusia en el Instituto Francés de Relaciones Internacionales, a la Agencia France-Presse.

Una estrategia de diálogo directo con todos los líderes mundiales asumida por el Elíseo pese a las críticas (como fue el caso en sus reuniones con Mohamed Bin Salmán o el presidente egipcio Al-Sisi) y que ha estado acompañada, de momento, de una notable ausencia de avances.

No obstante, sus esfuerzos diplomáticos otorgan al presidente francés una estatura internacional que sus rivales en la campaña presidencial francesa no tienen. Al mismo tiempo, Macron interpreta los últimos acontecimientos internacionales como un aval a su política para avanzar en la defensa europea. Cuando asumió la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea el pasado 1 de enero, esperaba poder reforzar al máximo la actividad exterior comunitaria, además de utilizar la situación para hacer campaña desde la primera línea de la escena europea. Era una forma de reafirmar su europeísmo, especialmente ante una extrema derecha hostil al proyecto comunitario. 

Pero, como en el resto del mandato, la actualidad ha trastocado sus planes para la UE. “Emmanuel Macron preveía conseguir el margen presupuestario necesario para consolidar a Europa como potencia y perseguir una ambición internacional, pero desde los chalecos amarillos hasta la Covid-19, las crisis han hecho que haya tenido que apretarse el cinturón”, explica Frédéric Charillon, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Clermont Auvergne. “Además, el Brexit y los populismos han creado divisiones en el seno de la Unión y la Europa-potencia sigue sin aparecer, pese a algunos avances”. 

Fracasos en África y Oceanía

Otra de las frustraciones se ha materializado en los últimos meses en Mali, con la ruptura entre París y Bamako. La negativa de la nueva Junta militar a convocar elecciones y la llegada de mercenarios rusos del Grupo Wagner acabaron con un divorcio entre las dos capitales. Se trata de un revés importante en la lucha contra el terrorismo en el Sahel y para la presencia francesa en África Occidental, tradicional esfera de influencia gala. Hace nueve años François Hollande fue recibido como liberador tras desplegar militares en la región para colaborar con el ejército maliense en su lucha contra el yihadismo; ahora la misma población cuestiona cada vez más su presencia.

“La retirada francesa de Mali se ha hecho inevitable por el intento, desesperado y poco razonable, de disociar la intervención militar del contexto político y la relación diplomática”, escribe Niagalé Bagayoko, presidenta de African Security Sector Network, en una tribuna en Le Monde. “La postura de discreción que las autoridades francesas se ven obligadas a adoptar ahora debería impulsarles a lanzar una reflexión de fondo, porque el fracaso exige ahora que Francia se reinvente tanto diplomática como militarmente”. Además, la decisión fragiliza otras misiones internacionales en Mali, especialmente la de estabilización de la ONU (Minusma) y la EUTM-Mali de la UE, que se ocupa de la instrucción de las fuerzas de seguridad malienses y a la que España contribuye con más de 500 efectivos.

La relación con los aliados tampoco ha sido fácil: varias crisis con el Reino Unido resultantes de la aplicación del acuerdo del Brexit y -aún más grave- el golpe que supuso la ruptura del llamado contrato del siglo entre Francia y Australia, por el que Camberra había adquirido 12 submarinos franceses de clase Attack. El pasado 15 de septiembre, tras meses de conversaciones secretas, Australia, Reino Unido y Estados Unidos anunciaron una nueva alianza (Aukus) que implicaba el abandono australiano del contrato con Francia (valorado en 56.000 millones de euros) en favor de submarinos de propulsión nuclear americanos. 

Un duro revés a la influencia francesa en la región Indo-Pacífico, donde el actual ministro de Exteriores, Jean-Yves Le Drian, llevaba años trabajando en una estrategia diplomática para contrarrestar la influencia china, que Francia trataba de contener apoyada en un eje París-Nueva Delhi-Canberra. El Pacífico es un importante interés galo, al concentrar un 93% de la Zona Económica Exclusiva de país y alrededor de 1,6 millones de ciudadanos, repartidos en Nueva Caledonia, Wallis y Futuna y la Polinesia Francesa.

Guerras de influencia

A la cabeza de una antigua potencia nostálgica de su influencia (“Francia es una gran potencia media”, solía decir el presidente Giscard d’Estaing), Macron se ha esforzado en desempeñar un papel importante en el ámbito internacional apoyándose en la UE y en los lazos de Francia con África, Oriente Medio y el Pacífico. “En un momento en el que la brecha entre demócratas y autócratas es cada vez más visible, Emmanuel Macron parece haber establecido el vínculo -con razón- entre la defensa de los valores y la defensa de los intereses”, dice Frédéric Charillon. “Porque, ¿qué intereses quedarían por defender en un mundo dominado por potencias con valores opuestos a los nuestros?”. 

En ese sentido, el presidente francés ha buscado de defender su concepción de la cooperación (en tándem con Angela Merkel) a pesar de la parálisis de la ONU y de la OTAN, que el presidente francés describió “en estado de muerte cerebral” en una entrevista publicada en The Economist, que sólo la agresión rusa en Ucrania ha logrado revitalizar. Esas convicciones le han valido cruces de declaraciones con varios autócratas, empezando por el presidente turco Erdogan que le recomendó una revisión “de su salud mental” o el brasileño Jair Bolsonaro con el que chocó por la protección del Amazonas. 

La amenaza que supone la división entre las democracias liberales y los regímenes autoritarios es cada vez más clara, pero la diplomacia francesa ve cómo sus adversarios ganan terreno, los recursos presupuestarios disminuyen y los conflictos se multiplican. “Haría falta un presupuesto más alto pero la situación económica global es algo que no se puede controlar”, dice Charillon. “También es necesaria una mayor conciencia de las próximas ‘guerras de influencia’, porque la influencia, y ya no el poder, es la nueva clave para descifrar el juego de las relaciones internacionales”. 

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