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Cuatro años de Trump, republicanos cómplices y ritos electorales anticuados: cómo acabó Estados Unidos en la insurrección

Seguidores de Donald Trump entre gas lacrimógeno después de irrumpir en el Capitolio este miércoles.

María Ramírez

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El 20 de enero de 2017, en su discurso de toma de posesión, Donald Trump dijo que había “una carnicería americana”. Estos cuatro años de caos, abuso de poder, corrupción, violencia y el asalto al Capitolio al final de su presidencia inédito en la historia del país desde que el ejército británico lo atacó en 1814 han convertido en realidad aquellas palabras inaugurales que dejaron atónitos incluso a los republicanos en la audiencia. 

Trump pintó un país lúgubre de violencia, anarquía y caos en las fronteras. “La carnicería americana termina aquí y ahora”, dijo. Después del discurso, el expresidente republicano George W. Bush comentó: “That was some weird shit” (algo así como “esto ha sido una mierda muy rara”). 

Unas horas después de la toma de posesión también pasó algo más que anticipaba los años venideros: el presidente y su entonces portavoz, Sean Spicer, afirmaron con vehemencia que la toma de posesión ante las escaleras del Capitolio de Trump había reunido a la multitud más grande de la historia aunque las fotos y los datos de la policía de Washington mostraban que, de hecho, había estado entre las menos concurridas de las últimas décadas. El récord de asistencia lo tiene hasta la fecha Barack Obama, en la toma de posesión de 2009.

La asesora del presidente Kellyanne Conway acuñó entonces una frase célebre: dijo que la Casa Blanca había ofrecido “hechos alternativos”. 

El debate no tenía ninguna relevancia: la cantidad de personas que van a una toma de posesión no es un reflejo exacto del apoyo que tiene el presidente, no tiene ninguna consecuencia práctica y es habitual que los presidentes demócratas tengan más público ya que Washington es una ciudad que vota mayoritariamente a este partido. Lo relevante de aquel momento es lo que revelaba sobre Trump y los que tenía a su alrededor: estaban dispuestos a negar la realidad incluso hasta el detalle más nimio con agresividad e incluso con todas las pruebas gráficas delante. También confirmaron que llegar a la Casa Blanca no había cambiado la estrategia de atacar con firmeza a cualquier periodista. Años después, Spicer, como muchos otros republicanos, diría que se arrepiente de sus palabras.

Ataque premeditado

Lesley Stahl, una periodista del programa 60 Minutes de la CBS, contó lo que le dijo Trump como candidato a presidente cuando ella le preguntó por qué insultaba a los periodistas e invitaba en Twitter y en sus mítines a sus seguidores a gritar contra ellos y acosarlos. Trump contestó: “¿Sabes por qué lo hago? Lo hago para desacreditaros a todos y denigraros para que cuando escribáis historias negativas sobre mí nadie os crea”. 

Entretanto, Trump premiaba a los periodistas que lo defendían y trataban de justificar sus acciones, como los de Fox News. Al menos hasta que en este noviembre sus reporteros y algunos presentadores informaron sobre la realidad y defendieron su derecho a contarla: que Trump había perdido y que sus acusaciones de fraude no se fundamentaban en acusaciones concretas con pruebas. Trump también tenía hasta ahora sus cuentas de Twitter y Facebook para incitar a la violencia, difundir bulos y animar al acoso de cualquiera de su gobierno, de la oposición o de la prensa que se cruzara en su camino. Hasta ahora estas plataformas le dejaban violar sus normas sin suspenderle sus cuentas por su estatus especial de líder de gobierno.

El apoyo activo o pasivo de los republicanos

Estas dos tónicas de la presidencia de Trump -mentir con descaro de lo más pequeño a lo más grande y denigrar a toda la prensa independiente- prepararon el terreno con éxito, pero no habrían sido suficientes sin otra pieza clave de estos cuatro años que se ha manifestado hasta casi el final de sus días como presidente: el apoyo activo o pasivo de los republicanos en el Senado y la Cámara de Representantes, incluso los más críticos y escandalizados con las acciones del presidente. 

Los partidos apenas tienen estructura en Estados Unidos. El republicano, igual que el demócrata, es más una red de datos de seguidores y donantes y tiene pocas responsabilidades más allá de organizar la convención que elige al candidato a presidente cada cuatro años. Sus miembros tienen libertad de voto en el Congreso y tienen un interés electoral en reafirmarse como individuos en un país muy variado y muy extenso donde cada senador y congresista puede representar a ciudadanos de ideas e intereses diferentes incluso dentro del mismo partido. 

En 2016, incluso cuando ya era el candidato, Trump no tuvo el apoyo de la mayoría de los republicanos en las instituciones. Unas semanas antes de las elecciones, todavía debatían opciones para tratar de sustituir al candidato que insultaba a los veteranos, prisioneros de guerra o jueces de origen hispano y que ya acumulaba escándalos, como la grabación en la que presumía de “agarrar por el coño” a las mujeres y las acusaciones de acoso sexual por parte de más de una veintena de mujeres

El silencio con algunas excepciones

En estos cuatro años, unos pocos legisladores republicanos le han criticado en público, pero la actitud más común ha sido callar con la excusa de no haber escuchado los comentarios del presidente o de quitarle importancia a cualquiera de sus acciones. 

En las últimas semanas, las acusaciones infundadas de fraude, sobre las que los abogados de Trump no han sido capaces de presentar ninguna prueba ante los tribunales, han hecho que algunos republicanos se plantaran. Los casos más llamativos han sido los de los cargos menos poderosos, como el secretario de Estado de Georgia, que se plantó ante las amenazas de Trump para que cambiara el resultado de las elecciones en este estado clave. 

Mitt Romney, el único senador republicano que votó a favor del impeachment del presidente hace un año, ha sido una de las pocas voces constantes y ha denunciado repetidamente lo que considera abusos del presidente. 

Este miércoles por la noche tenía claro también quién cargaba con la culpa de lo que estaba pasando más allá del presidente. En medio de los disparos y el asalto de la turba de seguidores de Trump, mientras los senadores estaban siendo evacuados, Romney gritó a Ted Cruz, senador republicano de Texas, y otros colegas: “Esto es lo que habéis conseguido, chicos”.

Ritos anticuados

Cruz estaba entre los senadores que decidieron alargar el proceso de certificación de los estados, un trámite ceremonial y que puede ser alargado cuestionando el resultado en varios estados. Las acusaciones de irregularidades o intentos de anular votos han sido rechazados por tribunales de todo el país, incluido el Tribunal Supremo, que ahora tiene una mayoría de jueces conservadores elegidos por presidentes republicanos. 

El sistema electoral de Estados Unidos, pensado para un país muy diferente del actual y donde los estados con menos población están sobrerrepresentados, incluye varios pasos simbólicos que alargan el proceso y que son una oportunidad para el tumulto. Los dos meses y medio entre las elecciones y la toma de posesión estaban concebidos para que al presidente le diera tiempo a desplazarse e incluyen pasos habitualmente de trámite, desde la votación de los representantes del colegio electoral hasta la certificación del Congreso.

Cada uno de esos pasos puede tener agujeros para cuestionar los resultados. Muchos republicanos se negaron a felicitar a Joe Biden y Kamala Harris, por ejemplo, hasta la certificación oficial del colegio electoral el 14 de diciembre pese a que lo habitual es reconocer el resultado unas pocas horas después de las elecciones de noviembre. 

Las acciones de Cruz y otros que quisieron alargar el debate en el Congreso este miércoles no tenían consecuencias prácticas puesto que no había una mayoría de republicanos como para anular el resultado de las elecciones. Se podían permitir el debate justamente porque no tenía efectos y no suponía anular la decisión de más de 81 millones de estadounidenses, como dijo Mitch McConnell, el jefe de la mayoría republicana en el Senado y tradicional aliado de Trump, en su último discurso antes del asalto del Capitolio. 

“No voy a fingir que ese voto es un gesto de protesta inofensivo mientras se depende de que otros hagan lo correcto. Votaré para respetar la decisión del pueblo y defender nuestro sistema de gobierno”, dijo. 

A menudo, él y otros republicanos le quitaban importancia a los tuits y acciones del presidente. “No lo he visto. Me lo estás contando tú. No leo Twitter, sólo escribo”, decía el senador republicano Marco Rubio ante las preguntas de la prensa sobre el último tuit con falsedades de Trump en junio y con una respuesta común entre sus colegas.

Esta vez McConnell temía las consecuencias de mirar hacia otro lado.

“Las elecciones no estuvieron especialmente ajustadas... Si estas elecciones fueran anuladas por meras acusaciones del lado perdedor nuestra democracia entraría en una espiral mortal”, dijo el republicano minutos antes de tener que ser evacuado del Capitolio ante el asalto de la turba de partidarios de Trump. 

Control de la guardia nacional

El escaso despliegue inicial de la guardia nacional tiene que ver con el control de esta fuerza clave, que está en manos de la Administración Trump. Así fueron denegadas las primeras peticiones de la alcaldesa de Washington -que no tiene los poderes de otros lugares ya que el territorio no es un estado- para reforzar la seguridad ante el mitin del presidente animando a los suyos a asaltar el Capitolio. La decisión de mandar a la guardia nacional la tomó el vicepresidente Mike Pence, en una cadena de mando inusual. 

Ante el sitio del Capitolio, dimitieron varios cargos de la Casa Blanca, entre ellos, la secretaria de Transportes, Elaine Chao, el viceconsejero de Seguridad Nacional, la secretaria de Educación, Betsy DeVos, el ex jefe de gabinete de Trump y ahora asesor y parte del personal de la oficina de Melania Trump. “Ayer nuestro país asistió a una experiencia traumática y completamente evitable cuando seguidores del presidente asaltaron edificios del Capitolio después de un mitin suyo”, dijo este jueves Chao, que además es esposa de McConnell. “No hay duda del efecto de tu retórica en la situación, y ése es un punto de no retorno para mí”, dijo DeVos en su carta de dimisión dirigida a Trump.

Cuando lograron volver al Congreso para la certificación del resultado de madrugada, muchos republicanos se mostraron contritos. La senadora saliente de Georgia y otros colegas cambiaron de posición y decidieron no participar en el debate cuestionando sin fundamento los resultados.

Lindsey Graham, uno de los senadores que se ha mostrado más fieles a Trump y sus políticas, se dirigió a Trump y a los que todavía le apoyaban: “No contéis conmigo. Ya basta… Joe Biden ganó, es el presidente legítimo de Estados Unidos”. 

Romney les pidió a sus colegas que reconocieran el resultado: “La mejor manera de mostrar respeto a los votantes que están enfadados es diciéndoles la verdad. Esa es la carga, es el debate, del liderazgo. La verdad es que el presidente electo Biden ganó las elecciones. El presidente Trump perdió”. 

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