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La OTAN, el Ejército de la Guerra Fría que cumple 70 años

El secretario de Estado de EEUU, Dean Acheson, firma el tratado de la OTAN, el 4 de abril de 1949. El vicepresidente Alben W. Barkley, a la izquierda, y el presidente Harry Truman conversan durante la firma.

Andrés Gil

4 de abril de 1949. La Segundo Guerra Mundial había terminado hacía cuatro años, se había fundado la Organización de Naciones Unidas y el mundo ya estaba dividido en dos. De un lado, los territorios liberados del nazismo por los aliados. De otro; aquellos liberados por el Ejército Rojo. De un lado, la economía de mercado; de otro, el socialismo real. 

Eran dos proyectos de sociedad, de economía y de vida antagonistas, que se edificaron sobre la derrota del nazismo y el fascismo, y que se desarrollaron en paralelo. Pero no sólo en Europa, también en América, en Asia, en África. 

Aquel 4 de abril de 1949, Estados Unidos y sus aliados alumbraron la Organización del Tratado Atlántico Norte, una alianza militar que comprometía a sus miembros a defenderse entre sí de cualquier ataque que sufriera cualquiera de ellos –por parte de la Unión Soviética, se asumía–: se venía de una Guerra Mundial y nadie descartaba que hubiera otra a la vuelta de la esquina. No en vano, entre el final de la Primera y el comienzo de la Segunda apenas pasaron dos décadas. 

Pero, aunque el temor a una guerra era evidente en un continente cuya historia había estado jalonado de guerras, se optó por los enfrentamientos indirectos. Sangrientos, pero indirectos, lo cual aseguraba que no se produjera la destrucción mutua, aunque no evitaba los muertos: la Guerra de Corea (1950-1953); Vietnam (1955-1975); la crisis de los misiles (1963); la guerra de Afganistán (1978-1992).

 

Se optó por los enfrentamientos, y también por la lucha por la hegemonía política, cultural, militar y geoestratégica a lo largo del planeta: las maniobras de EEUU en América Latina –bahía de Cochinos, golpe de Pinochet, apoyo a la dictadura argentina...– y también soviéticas –apoyo a la revolución cubana y las guerrillas latinoamericanas–, o en Oriente Próximo: Washington, con Israel y las potencias colonizadoras; Moscú, con los árabes y los países descolonizados: ya lo decía Lenin: el imperialismo es la fase superior del capitalismo–.

El mundo estaba partido en dos, y la OTAN fue uno de los primeros edificios construidos en una parte del mundo. En respuesta, se fundó el Pacto de Varsovia (1955) y, a continuación, se construyó el Muro de Berlín (1961). Al otro lado del muro, en 1952 ya se había fundado la CECA, embrión de la actual Unión Europea.

 

La OTAN extendió la presencia militar en Europa hasta las fronteras del bloque soviético y ampliando sus filas –incluida España, que entró definitivamente en 1986 con Felipe González a pesar de la campaña de 1981 del PSOE contra la OTAN–.

 

Y lo mismo hacía, el Pacto de Varsovia, que extendió el Ejército Rojo hasta los límites del telón de acero: soldados, bases militares, misiles y carros de combate. En la RFA y en la RDA, en Polonia y en Reino Unido; en Hungría y en Italia. Una carrera armamentística que desbordó los límites del planeta tierra para llegar al espacio: desde la perrita Laica y Yuri Gagarin hasta el escudo antimisiles de Ronald Reagan. Las dos superpotencias se medían, hasta que cayó el Muro de Berlín, se desplomó el bloque soviético y la Guerra Fría terminó. 

Pero la OTAN sobrevivió como bloque militar único, adjudicándose las tareas de defensa y seguridad de todo el hemisferio norte. Y, cosas del destino, si en los 40 años de Guerra Fría nunca entró directamente en combate, lo hizo en los Balcanes y cuando ya no existía Unión Soviética y en territorio de la antigua Yugoslavia, país perteneciente al grupo de No Alineados.  

 

Primero fue la incursión en 1995 en la República de Bosnia y Herzegovina contra las fuerzas serbias y  en 1999, hace exactamente dos décadas, contra la República Federal de Yugoslavia –Serbia y Montenegro entonces–, destinada a parar las matanzas en Kosovo contra la población civil.  De acuerdo con diversas fuentes, las 11 semanas de bombardeos de la OTAN, que en aquel entonces dirigía el socialista español Javier Solana, causó 2.500 víctimas civiles y otro millar entre soldados y policías. 

 

A partir de ahí, la OTAN ha ido participando en operaciones militares –ya sea con ayuda logística o con efectivos militares– lideradas por Estados Unidos: en Irak –primera y segunda guerra del Golfo–, Afganistán  –tras los ataques contra las Torres Gemelas– y Libia –para derrocar a Gadafi–, entre otras. 

Sin embargo, o quizá precisamente por eso, en los últimos meses ha resucitado el debate sobre el ejército propio. La vieja Europa siempre ha tenido problemas para congeniar con los presidentes republicanos. Ronald Reagan, George Bush –padre e hijo– o Donald Trump: demasiado extemporáneos; demasiado desacomplejados; demasiado poco intelectuales; demasiado atrevidos... Y, también, demasiado amigos de las amenazas y del ardor guerrero. 

Los cuatro representan las cuatro últimas décadas de la influencia neocon y neoimperialista desde la Casa Blanca. Pero cada uno es distinto. El último, el presente, Donald Trump, el jefe actual de la OTAN, ha ido mostrando su enfado ante los discursos de líderes europeos como Emmanuel Macron y Angela Merkel, a favor de un ejército europeo.

A Trump le ofende el esfuerzo económico que hace EEUU con la OTAN, y también que Emmanuel Macron haya reivindicado una defensa europea propia, como hizo Angela Merkel en el Parlamento Europeo, en Estrasburgo:  “He propuesto un consejo de seguridad europeo, una tropa de intervención rápida europea y seguir trabajando en la visión de que tengamos un auténtico ejército europeo. Un ejército europeo demostraría al mundo que entre los países de Europa nunca puede haber una guerra. Y no es un ejército contra la OTAN, es un buen complemento de la OTAN, nadie quiere echar por la borda una alianza que se ha probado valiosa”.

 

Trump critica la “ridículamente injusta” relación con Europa al insistir en que “o pagan por la protección militar” de Washington o deberán “protegerse a sí mismos”.

Una idea parecida defendió el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ante el Parlamento Europeo en Estrasburgo: “Para garantizar la seguridad de nuestros ciudadanos y reforzar nuestro papel en el mundo, como auténtico actor global, es necesario avanzar con decisión, con determinación, en la Europa de la Seguridad y de la Defensa. Hace algo más de un año lanzamos la Cooperación Estructurada Permanente. Estamos dando los primeros pasos para la creación de capacidades propias en el ámbito de la defensa tras décadas de parálisis. Y este es el momento de hacerlo con decisión. De avanzar, abiertamente, en la creación de un verdadero ejército europeo”.

Una estrategia de defensa europea que, según la Comisión Europea, debe ser “complementaria a la OTAN”, como respondía recientemente el vicepresidente Jyrki Katainen en la presentación de un proyecto de defensa europeo de 500 millones de euros. 

Con el debate del Ejército europeo sobre la mesa, la OTAN, el Ejército de la Guerra Fría, cumple 70 años. Y lo celebra este jueves con una cumbre de ministros de Exteriores en Washington.

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