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Lucha de símbolos en el golpe de Estado de Bolivia: Biblias contra wiphalas

Biblia en mano, de Bolivia para suceder a Evo Morales

Diego Aitor San José

La Paz —

Del “la Biblia vuelve al Palacio” al “la wiphala se respeta, carajo”. Los símbolos juegan una batalla fundamental por la hegemonía cultural y la construcción de un relato. En Bolivia, después del golpe de Estado que derrocó a Evo Morales, hay dos  narraciones totalmente diferentes: los que hablan de que a Evo le obligaron a renunciar en un golpe cívico-policial que contó con la colaboración final del ejército y los que defienden que fue un movimiento ciudadano que restableció la democracia. Y cada relato tiene su símbolo y su sentido. 

Minutos después de que Evo Morales anunciase su renuncia como presidente del país, algunos seguidores de la oposición decidieron descolgar banderas wiphalas, la que representa a los pueblos originarios (a cuadros con disposición diagonal y varios colores) y a quemarlas. A estos actos se unieron algunos policías, que los días antes se habían amotinado contra el gobierno, quienes se arrancaron del uniforme esta enseña y lo cortaron. Vídeos en las redes sociales con unas acciones que los pueblos indígenas, hasta 36 en toda Bolivia, sintieron como una agresión. 

Casi a la vez, uno de los líderes de las protestas, el presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, entraba en el Palacio Quemado, la antigua sede presidencial, con una biblia. “La Biblia ha vuelto al Palacio”, tuiteó en su cuenta con una imagen en la que se le veía arrodillado, cara hacia abajo, con la bandera boliviana extendida sobre el suelo y el libro sagrado de los cristianos. La frase se repitió dos días después cuando Jeanine Áñez, senadora de la coalición derechista Unidad Demócrata, se acababa de autoproclamar presidenta del país. La Biblia y cualquier mención a Dios acababan de ganar la batalla a las banderas indígenas. 

La Constitución boliviana establece, por una parte, el laicismo del Estado, un “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” que separa las labores políticas de la Administración con la Iglesia, lo que no quita que siga teniendo influencia. Por otra, la constitución de 2009 considera a Bolivia como un Estado Plurinacional. A diferencia de España, esta plurinacionalidad no la expresan los territorios sino los diferentes pueblos y etnias que viven en el país. En total, 36 diferentes, uno de los países con mayor riqueza. Aimaras y quéchuas son los mayoritarios, pero se añaden otros como los guaraníes o los araonas. Esta riqueza cultural queda reflejada en la Constitución incluyendo no sólo el apelativo plurinacional sino también señalando a la wiphala como un símbolo propio del Estado. 

Que la oficialidad de la wiphala fuera aprobada con Evo Morales como presidente, quien a su vez fue el primer presidente indígena del país, la convierte en un símbolo de sus seguidores. Pero también lo es contra la intolerancia y el racismo que ha vivido el país hasta hace apenas una década y media. “Quieren que volvamos atrás, a que volvamos a tener vergüenza de ir de pollera (vestimenta típica aimara que se caracteriza por las faldas largas y anchas)”, dice Glenda Yáñez de 40 años quien recuerda que su abuela cuando emigró a la ciudad dejó de vestir a sus hijas con la prenda clásica para evitar problemas. “Antes había en sitios en la ciudad en los que no podían entrar esas mujeres que venían del campo”, añade la paceña, hoy diseñadora que apuesta por este tipo de trajes como leit motiv. 

Ver quemar la bandera de los pueblos originarios ha generado una reacción contra los que hoy se consideran nuevos gobernantes del país. El escritor indianista Carlos Macusaya señala que el ataque contra la wiphala se ha tomado “como una agresión” a los pueblos originarios que han sido históricamente olvidados y discriminados. “Hay mucha gente que ha salido a la calle a protestar contra la oposición no por Evo Morales sino por la wiphala y por actitudes racistas que ha tenido la oposición durante las manifestaciones”, agrega. El “si hacen esto a la bandera ahora que acaban de llegar, qué van a hacer conmigo si gobiernan” es un temor entre poblaciones indígenas que, además, están vinculadas con localidades con menores ingresos económicos. 

La derecha boliviana ha intentado remediar el asunto. Ha vuelto a colgar algunas de las banderas que habían sido retiradas de la Plaza Murillo, el kilómetro cero de la política boliviana, o del Palacio de Gobierno. El que fuera segundo candidato más votado en las pasadas elecciones de octubre, Carlos Mesa, ha condenado la quema de wiphalas y ha pedido a los autores que pidan perdón por sus acciones. La policía también ha intentado limpiar su imagen y ayer izaron banderas wiphala “como símbolo de unión de todos los bolivianos”. 

Lo que sí que está claro es que mientras en las manifestaciones opositoras de la semana pasada la bandera que protagonizaba la vista era la nacional tricolor, en las marchas de apoyo a Evo Morales y condena del golpe de Estado es la wiphala. Esta batalla de banderas va más allá y es una percepción de la propia Bolivia, o la República asociado a formas de gobierno elitistas o el Estado Plurinacional donde muchos pueblos originarios sienten representadas sus diferentes identidades. 

El otro símbolo es la religión. “Bolivia es un país en el que convive la creencia católica con prácticas indigenistas que integran muchos elementos de la Iglesia”, explica el politólogo Ludwig Valverde. La llegada del MAS al poder fue aparejada de una apuesta por un Estado laico. Hasta 2006, los presidentes y los demás altos cargos juraban su cargo ante la Biblia, mientras que ahora prometen con el puño izquierdo en alto y la mano derecha en el corazón, aunque son libres de hacerlo según el credo que se considere. En los últimos meses la creencia de movimientos católicos y evangélicos está tomando cada vez más fuerza. Lo demuestra la irrupción del candidato Demócrata Cristiano, Chi Hyun Chung, quien con un mensaje racista, homófobo y ultra católico consiguió el  9% de los votos con apenas nueve semanas de campaña. 

El mensaje cristiano tiene especialmente fuerza en la zona del Oriente, donde la oposición siempre ha tenido más fuerza. Tanto Camacho como Áñez son de la llamada media luna oriental (Santa Cruz, Beni y Pando) que en 2008 hizo una revuelta autonomista contra el entonces presidente. Esta región es la que tiene menor porcentaje de población indígena y es donde grupos como Unión Juvenil Cruceña, de extrema derecha, tienen apoyo en sus ataques contra los que ellos llaman “collas”, una forma despectiva de referirse a los indígenas andinos. Por ello es donde el cristianismo tiene más presencia y menos influencia de prácticas o credos indigenistas. 

“La Biblia está volviendo a Palacio de Gobierno. Nunca más volverá la Pachamana. Bolivia es Cristo” fue uno de los mensajes de Camacho estas semanas denigrando las creencias indigenistas sobre la naturaleza. “Qué año nuevo aymara ni lucero de alba!! satánicos, a Dios nadie lo reemplaza!!” (sic) fue un tuit de la hoy autonombrada presidenta del país, Jeanine Áñez.

Otros tuits difundidos en las últimas horas y atribuídos a Áñez son falsos; este es real y aunque lo ha eliminado, aún queda rastro en Internet.  La Biblia y la wiphala, el cristianismo como forma de separarse de la herejía comunista contra la cosmovisión indígena que también ha incluido al catolicismo. Los símbolos, más que significantes vacíos, resultan en este caso la tinta del modelo de país hacia el que deberá caminar Bolivia.

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