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Muere a los 100 años Henry Kissinger, el despiadado artífice del pragmatismo estadounidense durante la Guerra Fría

Fotografía de archivo del 5 de agosto de 1990 donde aparece el exsecretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, durante una visita a Madrid (España). EFE/Rafael Blanco

Javier de la Sotilla

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El diplomático más influyente de la historia moderna de Estados Unidos, Henry Kissinger, ha fallecido esta noche a los 100 años de edad en su residencia en Connecticut. Permanecerá el despiadado y sangriento legado que caracterizaron sus ocho años al mando de la política exterior estadounidense, entre 1969 y 1977, durante las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford. Y será recordado en el país norteamericano como un hombre de estado, que priorizó los intereses de EEUU en detrimento de los derechos humanos en la etapa de distensión de la Guerra Fría, que fue el artífice de las tardías y secretas negociaciones de paz en Vietnam, y que apoyó el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973, así como otras dictaduras en América Latina, mediante el conocido como Plan Cóndor.

Kissinger, que a lo largo de su vida llegó a asesorar a 12 presidentes distintos, se mantuvo activo hasta los últimos días de su vida mediante su consultoría geopolítica, Kissinger Associates, escribiendo libros de geopolítica y artículos de opinión sobre asuntos como la guerra de Ucrania y realizando viajes de alto nivel al exterior. Ya cumplido el centenar, en mayo se reunió con el presidente Xi Jinping en China, donde fue recibido con honores de estado.

Allí, aún se le recuerda el papel que tuvo en la normalización de relaciones diplomáticas con el país, que sirvió para retomar el comercio y fue precursora del reconocimiento oficial de la República Popular China en 1979. Ocho años antes, Kissinger viajó en secreto a Pekín, donde realizó un primer acercamiento diplomático, planificó la visita oficial de Nixon y esbozó el borrador del Comunicado de Shanghái. Este texto, emitido durante la visita del mandatario un año después, reconocía el “interés mutuo” de ambos países en la distensión y materializaba el giro estadounidense hacia la política de “una sola China”, que mantiene a día de hoy.

Nacido de una familia de judíos alemanes en 1923, sus padres se exiliaron con él a Nueva York huyendo de la persecución nazi. Kissinger, que nunca perdió su acento alemán, se asimiló rápidamente a la cultura estadounidense y estudió Ciencias Políticas en Harvard, donde posteriormente fue profesor, obtuvo una maestría y realizó un doctorado en Relaciones Internacionales. Desde la vertiente académica, asesoró a varias consultorías de defensa, como la RAND Corporation –muy vinculada al ejército, al que se alistó durante la Segunda Guerra Mundial–, hasta que tuvo el encargo de asesorar a la mayor empresa del país: el gobierno estadounidense.

Realpolitik en plena la Guerra Fría

En 1968, Richard Nixon ganó las elecciones presidenciales, en una campaña embarrada por los asesinatos del presidente John F. Kennedy y su hermano Robert Kennedy, así como por el recrudecimiento de la guerra de Vietnam y su impopularidad en EEUU. Nixon vio en Kissinger las virtudes para ser consejero de Seguridad Nacional y, de facto, la mano derecha del presidente. El académico llevaba años ligado al Partido Republicano y había asesorado a Nelson Rockefeller, gobernador de Nueva York y candidato a las primarias en 1960, 1964 y 1968, lo que le llevó a ser conocido en la escena nacional.

Durante su primer mandato, se implicó, más allá de sus funciones, en todos los aspectos de la política estadounidense. Fue influyente, entre otras decisiones, en el bombardeo secreto de Camboya entre 1969 y 1970, en un intento de Washington de convencer al bloque comunista del norte de Vietnam de que era capaz de cualquier atrocidad para terminar la guerra. Esta estrategia, que recibió el nombre de “teoría del loco” (madman theory), resultó más bien contraproducente, pues no aceleró la negociación de paz y la guerra siguió activa hasta 1975.

En 1972, Nixon volvió a ganar las elecciones, en gran parte, gracias al capital político que le otorgó Kissinger. En su segundo mandato, Nixon elevó su cargo al de Secretario de Estado, es decir, jefe de la diplomacia estadounidense. En los años posteriores se ganaría el reconocimiento de hombre fuerte, carismático y negociador, pero no menos controvertido. Cambió el enfoque de la política exterior del país con su promoción de la deténte, la distensión de las relaciones con la Unión Soviética, entonces liderada por Leonid Brézhnev. Después de años de hostilidades, momentos de tensión como la crisis de los misiles y un gasto militar estratosférico, con la guerra de Vietnam de por medio, el deshielo significaba un paso lógico para ambos países.

Kissinger lideró las negociaciones para el breve alto el fuego en Vietnam en 1973, por lo que se le otorgó el Premio Nobel de la Paz junto al vietnamita Le Duc Tho, quien rechazó el galardón, consciente de que la paz no sería duradera. Mientras se estaban dando dichas negociaciones, Kissinger había dado orden de iniciar una serie de bombardeos sobre población civil en diciembre de 1972, que recibieron el nombre de “bombardeos de Navidad” y mataron a 1.600 vietnamitas. Tras un breve cese de hostilidades, la brutal guerra seguiría hasta 1975, dejando un total de 58.220 soldados estadounidenses muertos en veinte años de conflicto y la humillante derrota ante el régimen comunista del norte de Vietnam.

Durante sus años al mando de la secretaría de estado, Kissinger también tuvo que lidiar con la guerra de Yom Kipur (1973), en la que Egipto y Siria atacaron por sorpresa a Israel durante la festividad hebrea y recuperaron los territorios del Sinaí y los Altos del Golán, conquistados por Israel seis años antes, en la guerra de los Seis Días. EEUU tenía una relación estrecha con el estado judío desde su misma fundación, pero el contexto de distensión con la URSS le llamaba a mantenerse al margen y buscar la paz. Esta fue la posición de Kissinger, aunque Nixon decidió oponerse a su mano derecha y llevó a cabo una operación militar aérea, que desencadenó en la crisis del petróleo de 1973.

Apoyo al terrorismo de estado en América Latina

Kissinger siguió ejerciendo el cargo de Secretario de Estado incluso después de la dimisión de Nixon por el escándalo del Watergate, que dio paso al mandato de otro republicano, su entonces vicepresidente, Gerald Ford (1974-1977). Para darle un lavado de cara a su administración, hizo dimitir a la mayoría de ministros: solo Kissinger y el secretario del Tesoro, William Simon, permanecieron en sus puestos. Más allá del cambio de estilo hacia dentro, hubo continuidad en la política exterior, entre otros asuntos, con respecto a América Latina, donde se puso en marcha una política de apoyo a los regímenes totalitarios anticomunistas. 

En Chile, Kissinger fue el principal artífice –junto con la CIA– de la política para desestabilizar el régimen del presidente socialista Salvador Allende, elegido democráticamente en las urnas, y apoyó el golpe de estado de Augusto Pinochet en 1973. Posteriormente, hizo la vista gorda ante su represión y asesinatos a disidentes, incluido un atentado con coche bomba en las mismas calles de Washington contra un político en el exilio, Orlando Letelier. Durante años, miembros del departamento de Estado pidieron a Kissinger que denunciara los abusos de Pinochet, pero este siguió haciendo caso omiso.

A partir de 1975, la política de apoyo a los regímenes latinoamericanos, en pro de la lucha anticomunista, cobró un nombre: Plan Cóndor. El 28 de noviembre de ese año, representantes de Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia y pactaron un acuerdo secreto para perseguir y eliminar a militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles: una suerte de Interpol anticomunista. 

Todos esos países eran dictaduras o estaban camino de serlo. En Argentina, por ejemplo, Kissinger apoyó a la junta militar que en 1976 depuso a la presidenta peronista María Estela Martínez de Perón e impuso a Jorge Rafael Videla como presidente. En Paraguay, se puso del lado de la larga dictadura militar de Alfredo Stroessner, en el poder desde 1954. En Uruguay, de Juan María Bordaberry, que había sido elegido democráticamente, pero disolvió las cámaras e instauró una dictadura en 1973. Y así con la mayoría de países del cono sur americano.

El plan secreto no se descubrió hasta que en 1992 se hallaron en Paraguay los llamados “Archivos del Terror”, que cifran en 50.000 las personas asesinadas, 30.000 las desaparecidas y 400.000 las encarceladas. Durante ese tiempo, las administraciones de Nixon, Ford, Carter y Reagan ayudaron en la planificación, coordinación y formación para llevar a cabo el terrorismo de estado. Con un apellido en el fondo: Kissinger.

El legado sangriento del diplomático dio la vuelta al mundo: en 1975 dio luz verde a la invasión de Timor Oriental por parte de Indonesia, que causó la muerte de más de 100.000 civiles. Según se supo recientemente por unos documentos publicados por la organización National Security Archive, Kissinger le dijo al general Suharto, líder indonesio, que su uso de armas estadounidenses “podría crear problemas” legales a EEUU, pero añadió: “Depende de cómo lo interpretemos: si es en defensa propia o es una operación extranjera”. Una Comisión de la Verdad de Timor Oriental concluyó años más tarde que el apoyo político y militar estadounidense a Suharto fue “fundamental para la invasión y ocupación indonesias.”

A lo largo de su vida, tras abandonar la secretaría de Estado en 1977, Kissinger reconoció algunos de estos actos, justificándolos en el interés de la seguridad nacional, y trató de ocultar o negar otros tantos. Su argumentación siempre fue el pragmatismo o, como según la doctrina académica en Relaciones Internacionales, el realismo. Esta visión de la política internacional, fundamentada en las ideas de autores como Maquiavelo o Hobbes, parte de una visión pesimista de la naturaleza humana y entiende que, igual que el individuo, los países están destinados al conflicto por el poder. La trayectoria geopolítica de Kissinger, manchada de sangre y de patriotismo estadounidense, se puede describir a través de la frase hecha mal atribuida a Maquiavelo: “el fin justifica los medios”.

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