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Alepo pierde la esperanza en un alto el fuego real en Siria

Un niño bebe agua del lugar donde ha caído un misil en Alepo

The Guardian

Martin Chulov - Gaziantep —

La guerra por el control de Alepo se había mantenido bastante lejos de su casa en el centro de la ciudad, por lo que Umm Khaled y su familia tenían la esperanza de poder salir ilesos. Eso cambió hace una semana, cuando las bombas, que durante mucho tiempo se habían lanzado lejos del casco antiguo de Alepo y la simbólica ciudadela cercana, cayeron sobre el edificio de al lado.

“Estábamos cenando”, cuenta Khaled dentro de una tienda del campo de refugiados de Turquía al que llegaron este martes ella y 17 familiares suyos. “Entonces cayeron las bombas. Polvo, cemento y hierros cayeron sobre la comida. Fue entonces cuando supimos que teníamos que irnos”.

Khaled y su familia son algunos de los pocos que han conseguido llegar a Turquía de entre los 30.000 refugiados que huyeron de Alepo y del campo hacia el norte. Los demás han pasado la semana acampados cerca de la frontera, y la mayoría son demasiado pobres para tan siquiera contemplar la posibilidad de la caminata de 10 horas por las montañas por la que los miembros de la familia de Khaled pagaron cada uno 500 dólares (unos 440 euros).

La familia describe una ciudad que ya estaba desintegrada antes de los bombardeos rusos lanzados durante las conversaciones internacionales de paz de hace dos semanas. Una ciudad que desde entonces es uno de los lugares más peligrosos del planeta. A las puertas de Alepo y de los pueblos en ruinas de alrededor, acechan infinidad de fuerzas con lealtades dispares que son ahora más difíciles de entender o de seguir que en cualquier otro momento de la guerra.

Mientras Rusia acuerda con Estados Unidos buscar un cese de las hostilidades que empiece dentro de una semana, los pocos grupos de la oposición que quedan dentro de la ciudad creen que para entonces quedará poco por lo que luchar. En cualquier caso, en la exhausta oposición hay poca fe en que las potencias mundiales puedan orquestar una salida política mientras prevalece la fuerza militar.

“El régimen está avanzando con bastante rapidez”, comenta Bahar Al Halabi, miembro del Ejército Libre Sirio (FSA) en Alepo. “Hay una colaboración obvia entre el régimen, los kurdos y los rusos. Ahora tenemos que luchar contra tres gigantes al mismo tiempo. Nos queda muy poco. Nada puede cambiar ya las cosas. No puedo mentir diciendo que la posición del FSA es fuerte”, agrega. “Al régimen no le interesa una solución política salvo que obtenga todo lo que quiere sobre el terreno. Podría acordar un alto el fuego, pero lo usará para rodearnos”.

Todos aquellos que huyeron de Alepo y consiguieron llegar a Turquía hablan de una sensación de derrota y desamparo. “Hemos estado dos años advirtiendo de este día”, lamenta Ahmed Othman, otro recién llegado al campo de refugiados, a una hora al sur de la ciudad turca de Sanliurfa. “Nadie lo escuchó. Y eso es porque a nadie le importaba”.

Khaled y su familia emprendieron el viaje este lunes. Primero salieron de la ciudad vieja de Alepo, después condujeron más allá de la ciudadela, que ha resistido 3.000 años de luchas e insurrecciones pero ahora tiembla bajo la presión de esta guerra devastadora.

Justo al oeste de la ciudad vieja, que hace de frontera entre el lado rebelde, al este, y las zonas controladas por el régimen, la vida sigue con relativa normalidad. Alepo es la historia de dos ciudades: una medio arruinada, la otra aún funcionando y sin la amenaza de los aviones de guerra.

Casi todo el éxodo reciente viene de los pocos barrios que se han mantenido habitables en el este, o del campo que se extiende hacia Turquía. Los aviones rusos y sirios no sobrevuelan el oeste, aunque los misiles lanzados desde el lado opositor a veces caen en sus barrios periféricos.

La familia fue en coche hacia el norte, saliendo de la arruinada mitad este de la ciudad, que ha sido diezmada por bombas de barril lanzadas por helicópteros sirios mucho antes de que llegaran los aviones rusos. No queda en pie ningún hospital en Alepo este, bastión de la oposición a Asad desde mediados de 2012. Muchas de sus panaderías están destruidas. Lo mismo ocurre con las plantas de electricidad y con las escuelas.

El éxodo les llevó por una zona industrial que una vez fue el corazón de la economía de Siria pero que ahora es un vertedero de escombros, coches quemados y cráteres de bombas. The Guardian ha seguido la misma ruta en más de diez visitas a Alepo desde julio de 2012. Sigue siendo la única vía segura de salida fuera de la mitad este, pero desde que las milicias fieles a Asad, lideradas por Hezbolá, organizan su ofensiva más coordinada para reducir distancias, los rebeldes que quedan temen que estarán ya sitiados para cuando empiece el alto el fuego propuesto.

“Cada vez que veíamos un puesto de control, ya fuese del FSA, de los yihadistas, de Hezbolá o de cualquier otro grupo, lo rodeábamos a 10 kilómetros de distancia”, relata Abu Ihab, sobrino de Khaled. “Los desvíos nos llevaron a la frontera, y entonces tuvimos que pagar todos al contrabandista. Todos salvo los niños”, explica. “Nunca estábamos seguros de quién estaba con nosotros y quién contra nosotros, así que no nos arriesgamos. No había ley, y era muy peligroso”.

A lo largo del camino, los aviones trazaban arcos en un cielo pálido, en formaciones que la familia no había visto durante los años en que el régimen sirio los había estado atacando. Los mismos surcos de aviones se pueden ver desde el sur de Turquía, donde los guardias fronterizos patrullan con intensidad los pasos fronterizos y las sendas de las montañas.

“Fue una bomba rusa lo que nos golpeó. Lanzaban cinco o seis a la vez, bombardeaban todo lo que quedaba en pie”, asegura Abu Ihab. “Subimos la montaña durante otras diez horas. A lo largo de todo el camino estábamos aterrorizados. Si nos hubieran visto los turcos, nos habrían disparado”.

Los médicos de la localidad siria de Azaz cuentan que han tratado a más de diez personas por heridas de bala provocadas por los guardias fronterizos en el paso cercano. Turquía ha prometido enviar ayuda a los hombres, mujeres y niños acampados a lo largo de la frontera, en olivares y edificios colindantes. Decenas de miles de los refugiados sirios más recientes siguen atrapados en la zona.

En Azaz, un portavoz del FSA, Mohammed Al Sheikh, cuenta que en lo que queda de las filas del grupo se burlan de las conversaciones sobre el alto el fuego. “No creo en eso y no me importa”, manifiesta. “El régimen nunca ha sonado sincero cuando ha hablado de un alto el fuego. Nadie se lo cree. Hablar de un alto el fuego se ha vuelto una rutina. Pero es un proceso inútil”.

Traducido por: Jaime Sevilla

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