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Cansancio, coste de la vida y necesidad de cambio: Nueva Zelanda podría virar a la derecha en las próximas elecciones

Chris Hipkins, primer ministro de Nueva Zelanda, durante su campaña en Wellington el 6 de octubre de 2023.

Charlotte Graham-McLay

Wellington (Nueva Zelanda) —
13 de octubre de 2023 13:01 h

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En lo que podría ser uno de los cambios más bruscos de la era de la COVID-19, los sondeos sobre las elecciones neozelandesas que se celebrarán el 14 de octubre muestran que los votantes están dispuestos a dejar caer al Gobierno de centroizquierda del país, muy popular hasta la pandemia, en favor de una coalición de centroderecha cuyas políticas pondrían fin definitivamente a una era marcada por las políticas de Jacinda Ardern.

Con los principales partidos, el Partido Laborista de izquierdas y el Partido Nacional de derechas, disputándose el centro, el cambio en la intención de voto no se debe a un claro auge de la derecha. Los neozelandeses, agotados por la pandemia, la crisis del coste de la vida y la frustración con sus dirigentes, se están decantando por la derecha en lo que algunos analistas consideran unas elecciones de “cambio”.

“Si eres votante y has tenido casi seis años de Gobierno laborista y el coste de la fruta y la verdura es muy alto y no están aplicando un impuesto sobre el patrimonio”, explica Lamia Imam, comentarista política y antigua colaboradora laborista, “entonces, es normal que digas: 'Eh, quiero algo diferente' para ver qué pasa”.

El clima no podría ser más diferente al de las elecciones de 2020, cuando los neozelandeses, exultantes por una estrategia de contención de la pandemia que fue aplaudida en el mundo, votaron con entusiasmo para mantener el Gobierno laborista y rechazaron las exhortaciones al populismo que se habían impuesto en el extranjero.

Sin embargo, en los tres años transcurridos desde entonces, las encuestas han empezado a registrar que la mayoría de los votantes considera que el país va por mal camino, revirtiendo dos décadas de constante satisfacción pública tanto bajo gobiernos del Partido Laborista como del Partido Nacional de Nueva Zelanda. En un sondeo de 1News Verian publicado hace dos semanas, los laboristas –que obtuvieron más del 50% de los votos en 2020– caían hasta el 26%. El partido de la oposición, El Partido Nacional, lideraba con un 36%, aunque sus cifras no han variado desde la encuesta anterior.

Según Ben Thomas, analista político y antiguo miembro del Partido Nacional, en 2023, a medida que los partidos de todo el espectro reducían sus políticas a una sola cuestión, cómo bajar el elevado coste de la vida, la campaña se volvió insulsa. “Ninguno de ellos cree que sus planes sirvan para solucionar la crisis del coste de la vida”, añade. La falta de entusiasmo por los principales partidos podría no dejar un camino fácil hacia el poder ni al Partido Nacional –liderado por Christopher Luxon, exdirector ejecutivo de Air New Zealand y un recién llegado al Parlamento–, ni al Partido Laborista –liderado por el primer ministro y político de carrera Chris Hipkins–.

Coste de la vida

Los gobiernos neozelandeses suelen estar formados por coaliciones, pero los últimos sondeos sugieren que el Partido Nacional y su socio tradicional, Act, un partido libertario menor, no obtendrían suficientes escaños para gobernar. Para convertirse en primer ministro, Luxon podría depender de un inconformista de largo recorrido, Winston Peters, cuyo partido Nueva Zelanda Primero podría mantener el equilibrio de poder. Peters, populista declarado, ya ha sido un partido determinante para formar gobierno en el pasado, y ha llevado al poder tanto al Partido Laborista como al Nacional. Después de un período en el desierto político cuando su partido no pudo volver a entrar en el Parlamento en 2020, Peters ha atraído a nuevos admiradores en una plataforma de denuncia de la primera respuesta del gobierno de Ardern a la pandemia de la COVID-19 (fue ministro del gabinete en 2020), la igualdad transgénero y las iniciativas para el pueblo indígena maorí de Nueva Zelanda (Peters es maorí).

Luxon ya avanzó en septiembre que estaría dispuesto a unirse a Peters si esta fuera su única vía para llegar al poder. Hipkins y Peters, que ya han gobernado juntos en el pasado, han descartado tajantemente volver a formar coalición. Según numerosos sondeos, incluso con el creciente apoyo a sus tradicionales socios de izquierdas –el Partido Verde y Te Pati Māori–, los laboristas estarían muy lejos de formar gobierno.

Hipkins accedió al cargo de primer ministro en enero, después de que Ardern anunciara por sorpresa su dimisión. Aunque inicialmente las encuestas le dieron un empujón, la luna de miel política no duró mucho. Cuatro ministros del gabinete laborista se marcharon uno tras otro, cada uno en circunstancias incómodas.

La crisis del coste de la vida eclipsó los problemas internos de los laboristas, impulsada por una recesión mundial, una inflación que alcanzó máximos de tres décadas, precios récord de los comestibles y una serie de subidas de los tipos de interés. En enero, Hipkins se comprometió a centrarse únicamente en asuntos de “primera necesidad”, descartando las promesas culturales y medioambientales que caracterizaron el mandato de Ardern. También descartó un impuesto sobre el patrimonio, para disgusto de algunos de sus partidarios. Janet Wilson, jefa de prensa del líder del Partido Nacional antes de las elecciones de 2020 y ahora comentarista política, dice que el laborismo bajo Hipkins “no ha sido fiel” a lo que esperaban los votantes.

“Si eres un partido que se presenta y afirma: ”Estos son nuestros principios“, y tres años después te presentas y dices: ”Ahora no vamos a defenderlos“, pierdes votantes”, afirma Wilson. El Partido Nacional, por su parte, “carece de ideas nuevas e innovadoras”, afirma. En este contexto, los partidos minoritarios de izquierda y derecha han atraído nuevos apoyos.

Cambio político y social

Tras las elecciones de 2020, Ardern prometió “reconstruir mejor a partir de los aprendizajes de la pandemia de la COVID-19”. La realidad no resultó ser tan sencilla. En aquel momento, Nueva Zelanda había sofocado en dos ocasiones la propagación interna del virus y había registrado 25 muertes. Pero en los años siguientes, a medida que las variantes posteriores se extendieron ampliamente, los confinamientos y el cierre de las fronteras se prolongaron y la recesión mundial empezó a hacer mella, el país se vio obligado a hacer frente a todas las consecuencias de la pandemia mucho después de que lo hicieran muchos otros países.

A medida que aumentaba el coste de la vida, algunos de los que habían apoyado las estrictas medidas para frenar el avance de la pandemia cambiaron de opinión. Ardern, el rostro de la exitosa respuesta a la pandemia, se convirtió en una figura más polarizadora. Ahora, dice Imam, los laboristas apenas se atreven a mencionar su gestión durante la crisis de salud pública. “No presumen del éxito de las políticas de contención de la pandemia ni de sus logros”, afirma. “Si prometes exactamente lo mismo que tus oponentes, y has sido tú quien ha estado en el Gobierno, la pregunta es: '¿Por qué no lo hicisteis entonces?”. afirma Imam.

Sin embargo, el resultado esperado no es el mismo bandazo a la derecha que se ha visto en otros países de Occidente en los últimos años, cuando el descontento público alcanzó su punto álgido; los dos principales partidos de Nueva Zelanda no están tan polarizados como en Estados Unidos. Pero con una sola cámara del Parlamento que permita a los vencedores promulgar una agenda política, la votación podría ser un impulso para el cambio político y social.

En la batalla por el coste de la vida, el Partido Nacional ha prometido recortes fiscales frente a las promesas laboristas de créditos fiscales e iniciativas como la eliminación de impuestos a la fruta y la verdura. También ha prometido recortes del gasto público y medidas contra la delincuencia y el fraude social. Los expertos no tienen claro hasta qué punto el atractivo de las políticas conservadoras ha seducido a los votantes de la derecha, y hasta qué punto se explica por el fenómeno, muy neozelandés, de virar hacia el otro extremo.

Thomas afirma que un gobierno liderado por el Partido Nacional sería más conservador que el enfoque político de “gran visión” de Ardern. La exprimera ministra fijó objetivos ambiciosos y mensurables –a veces con resultados dispares– combinados con iniciativas sociales “radicales y transformadoras”. “Es irónico, porque la pandemia de la COVID-19 mostró que un gobierno sólido era capaz de hacer algo grande”, añade Thomas. “Pero la resaca económica ha hecho que la gente desconfíe de las grandes promesas”.

Imam, citando el número de legisladores conservadores en el cónclave del Partido Nacional y la perspectiva de un mayor protagonismo del partido minoritario Act, afirma que un gobierno de centroderecha sería “mucho más de derechas” que sus predecesores.

“Creo que el Gobierno neozelandés dará un bandazo a la derecha, pero no creo que el electorado los acompañe necesariamente”, afirma. “Sí creo que estas elecciones van a mover al país en una dirección diferente”.

Traducido por Emma Reverter.

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