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The Guardian en español

Ford y el misterio del coche con un conductor disfrazado de asiento

Se trata de una iniciativa de Ford y del Virginia Tech Transportation Institute.

Olivia Solon

San Francisco (Estados Unidos) —

A principios de agosto, los habitantes de Arlington, en el estado de Virginia, vieron un automóvil Ford Transit sin distintivo alguno que circulaba por la ciudad sin conductor al volante.

La página web de noticias local ARLnow captó una imagen del vehículo fantasma y especuló sobre la posibilidad de que formara parte del programa de investigación de conducción autónoma que lleva a cabo el Virginia Tech Institute. Unos días más tarde, el periodista de NBC Adam Tuss pudo acercarse al vehículo y echar un vistazo al interior, y vio que del interior del asiento del conductor salían unos brazos que iban hasta el volante. El “coche sin conductor” sí tenía uno, y estaba escondido en el asiento.

Este “disfraz de asiento” es una idea conjunta de Ford y el programa de investigación del Virginia Tech Transportation Institute. El objetivo es explorar cómo interactúan los vehículos autónomos con los peatones, los conductores “humanos” y los ciclistas.

Los humanos se hacen señales muy sutiles sobre el asfalto y este tipo de comunicación desaparece cuando un coche deja de tener un conductor: contacto visual del conductor con el peatón para confirmarle que lo ha visto, un movimiento de cabeza para indicarle a otro conductor que tiene prioridad o un movimiento de mano para indicar un cambio de carril si hay mucho tráfico.

“Necesitábamos probar un nuevo tipo de iluminación que pueda transmitir las intenciones del vehículo autónomo, pero si sigues teniendo a un conductor tras el volante es imposible que este no se comunique con su entorno como lo haría un humano, por ejemplo, estableciendo contacto visual”, indica Andy Shaudt, responsable del equipo de Virginia Tech que participó en este proyecto: “Así que era necesario que pareciera un vehículo autónomo”.

Y es aquí cuando entró en acción el “disfraz de asiento”. El equipo de Shaudt añadió una parte falsa al asiento del conductor, parecida a la tapicería del asiento del acompañante. El conductor solo tenía que sentarse en el asiento real y cubrir su torso con el “disfraz de asiento” que se pega al asiento real con cuatro imanes. También tenía que cubrirse la cabeza con una capucha negra que parecía un reposacabezas.

“Primero la sensación es extraña e incómoda”, indica Shaudt, que se convirtió en uno de los seis conductores que probó este disfraz. “Lo estuvimos probando en un circuito de pruebas para acostumbrarnos a coger el volante por abajo”, explica. “Luego lo único que tienes que hacer es poner el aire acondicionado más fuerte de lo normal y circular”.

También instalaron extensiones en los indicadores para que el conductor oculto pudiera controlar las señales con sus manos, escondidas en la parte inferior del volante. Además, el conductor llevaba pegada a sus piernas una caja de mando que le permitía ir probando el sistema de iluminación experimental que envía señales a los peatones y a los conductores.

“Algunas personas desconfían de los vehículos autónomos, pero si estos se comunicaran e intentaran transmitir sus próximos movimientos, tal vez estas personas se sentirían más cómodas y los aceptarían”, indica John Shutko, un experto de Ford que investiga cómo mejorar la tecnología para adaptarla al factor humano y que ha trabajado codo con codo con los expertos de Virginia Tech.

Shaudt y su equipo pasaron más de 150 horas al volante del coche autónomo falso y acumularon más de 3.000 kilómetros. Unas cámaras registraron la reacción de las personas a las señales que enviaba el vehículo. 

El equipo Argo de inteligencia artificial de Ford entrenó a los conductores para que los movimientos del vehículo parecieran los de un coche sin conductor. “Nos enseñaron a no acelerar o reducir la marcha de forma demasiado brusca y a seguir todas las reglas de circulación a rajatabla, como no sobrepasar nunca el límite de velocidad y no saltarse un stop”, explica Shaudt.

Seguir las reglas a rajatabla puede impacientar a los otros conductores. En una ocasión, el coche tardó en reaccionar cuando el semáforo cambió de rojo a verde. “El coche que estaba detrás se puso al lado del vehículo y el conductor empezó a gritar ‘vamos, apártate’ pero entonces se calló y dijo ‘¡dios mío, este coche va solo!’”, indica Shaudt.

El nombre en código de este proyecto es “cortina”. “Utilizamos una técnica al más puro estilo Mago de Oz, basada en la idea de no prestar atención al hombre detrás de la cortina”, explica Shaudt.

El equipo aún no ha estudiado todas las imágenes registradas, pero a excepción de varios reporteros observadores, en general nadie se percató del engaño.

“La mayoría de la gente se comportó como siempre lo hace”, explica Shaudt. “Algunas personas lo señalaron con el dedo, pero el vehículo no provocó la indignación general y nadie intentó sabotear o confundirlo”.

“A veces algunas personas miraban fijamente el ‘asiento’ y parecía que me estaban mirando a la cara aunque en realidad no me estaban viendo. Es una sensación muy extraña. Sonreía y entonces apartaba la vista para no establecer contacto visual, pero en realidad este gesto no era necesario porque la capucha me permitía verlos, aunque ellos a mí, no”.

Barry Brown, investigador de la Universidad de Estocolmo que estudia la relación entre los ordenadores y las personas, ha estado analizando las imágenes captadas por vehículos autónomos o semiautónomos fabricados por Tesla, Google, Honda y Volvo para ver cómo reaccionan ante las señales que les hacen los conductores humanos.

Ha descubierto que los cambios de carril de los pilotos automáticos de los Tesla serían considerados de mala educación por los conductores humanos. En una ocasión, un Tesla cortó el paso a otro vehículo que había empezado a acelerar.

“Nos gusta que los otros conductores se comporten de forma previsible. Los cambios de carril de los Tesla pueden ser imprevisibles. Se interpreta como de mala educación pero podría llegar a ser peligroso”, indica Brown.

“Durante un siglo, los humanos han conducido y han establecido un código de comunicación entre ellos”, añade. “Ahora, estas máquinas que conducen no comprenden estos gestos sutiles de interacción social y eso complica las cosas”.

Traducido por Emma Reverter

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