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En primera persona

He estado en Parler y es un pozo negro de racismo y odio sin tapujos

En un mensaje en la red este fin de semana, el consejero delegado de la empresa, John Matze, ya había adelantado a los usuarios que Parler podría estar fuera de servicio varios días, mientras se encuentra otra plataforma en la que alojar sus contenidos. EFE/EPA/IAN LANGSDON

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“La guerra civil se acerca”.

Vi este mensaje en la red social Parler en noviembre, unas dos semanas después de que se anunciara la victoria de Joe Biden. El post amenazante siguió a un mensaje aún más desgarrador de otro usuario. “Nuestra gente también tiene armas... ¡¡es hora de que las usemos!! Como en los viejos tiempos”. El mensaje incluía una fotografía de una soga.

Parler, que desde entonces ha sido vetada por la tienda de aplicaciones de Apple y de Amazon, se ha presentado como una plataforma de “libre expresión” para la “plaza del mundo”. El otoño pasado, sin mucho esfuerzo, aprendí que esta plaza es una donde una extrema derecha cada vez más violenta baila digitalmente con los conservadores mainstream e influyentes.

El hecho de que Parler tenga un aire de legitimidad –a diferencia de otras plataformas conocidas por sus bases de usuarios explícitamente de extrema derecha– normaliza la violencia racista contra los negros y cualquier persona asociada a ellos.

Como los policías blancos y los “respetables” funcionarios públicos que se unieron al Ku Klux Klan después de la guerra civil de Estados Unidos, o las familias blancas que se divirtieron bajo los cuerpos linchados de los hombres negros, la América blanca ha continuado su amor intergeneracional con el racismo público. Los métodos simplemente han mutado. Los memes que piden nuestras muertes son las postales de linchamiento del siglo XXI. Compartidas entre las masas, hacen del terror de los afromericanos un asunto casual. Para los que comparten estos memes no es suficiente creer simplemente a nivel personal en la violencia blanca, sino que la experiencia colectiva es el objetivo.

Me uní a Parler en noviembre, antes de que varias compañías tecnológicas anunciaran planes para sacarlo de la red. No me llevó mucho tiempo encontrar un grupo de hashtags y posts nostálgicos de la guerra civil. A finales de noviembre, había más de 10.000 posts que incluían el hashtag #civilwar (guerra civil) y sus variantes. La persona que publicó “La guerra civil se acerca” respondía a un post de Wayne Root, un personaje mediático conservador con más de 100.000 seguidores en Twitter. Root lanzó las mismas acusaciones no probadas de fraude electoral que Donald Trump, usando los mismos gritos de batalla que después usarían los grupos racistas en su asalto al Capitolio de Estados Unidos la primera semana de 2021.

Mientras que algunos en la extrema derecha probablemente se retirarán a las sombras proyectadas por los resultados electorales, muchos no lo han hecho. Cualquier percepción de progreso para los afroamericanos, incluso si este progreso no existe sustancialmente, perpetúa la violencia contra nosotros y los percibidos como nuestros aliados (izquierdistas, marxistas y demócratas), todos nombrados por los usuarios de Parler como enemigos en esta hipotética guerra civil.

Decir que los usuarios de Parler, o cualquier estadounidense que se deleita con temas de poder blanco y memes violentos son “extremistas” es equivocado. Lo que llamamos extremismo es, en todo caso, una tradición estadounidense común. Millones de estadounidenses, si no apoyan proactivamente la violencia, la admiten silenciosamente. Votan por ella. La visten con palabras como “tradición” y “libertad de expresión”.

Me crié siendo testigo de ello. Hay un monumento en honor a los soldados confederados en mi ciudad natal de Stone Mountain, Georgia. El monumento no es una estatua ordinaria erigida en una mundana plaza pública. Es un relieve de casi 2.000 metros cuadrados tallado en la enorme piedra de cuarzo y granito que da nombre a nuestra ciudad. Se necesitarían ocho kilómetros para rodear la base de la formación rocosa, convirtiéndola en el monumento confederado más grande del mundo. En el instituto hicimos excursiones a Stone Mountain, como si fuera un parque de atracciones y no el mayor monumento confederado del mundo.

Stone Mountain se ha convertido ahora en la chispa para el conflicto. Fui de caminata a la montaña en un reciente viaje de vacaciones con mi madre, días antes de que los hombres blancos con armas de fuego protestaran contra el amplio movimiento de retirada de las estatuas confederadas. Intentamos hacer otra excursión otro día, pero nos bloquearon la entrada. Estaba cerrado por una contramanifestación de afroamericanos que aparecieron también con armas.

Cuando hables con los sureños blancos sobre el honor de la Confederación, oirás mucho sobre el legado. Lo he escuchado toda mi vida. Lo escuché cuando nuestra bandera estatal mostraba el símbolo de la Confederación durante mi infancia y en los debates para eliminarlo. Leí sobre ello cuando decidí convertirlo en uno de mis temas de debate para una clase de un curso de verano en mi último año de instituto. Pero lo que rara vez oirás es cuando esta herencia ha sido conmemorada de forma selectiva. El monumento confederado de Stone Mountain se inauguró en el centenario del asesinato de Lincoln. Esto también es la cultura Parler.

“Es hora de deshacerse del yugo que se llama a sí mismo demócrata”, alguien escribió en respuesta al post de la revolución de Wayne Root.

“Cada pueblo necesita decidir sobre un lugar de reunión donde una ciudadanía armada se haga cargo de todo... cada traidor debe ser ejecutado”, escribió otro.

No basta con desestimar a la derecha radical como una simple diferencia de opinión, o explicarla como una población de hombres blancos marginados y de clase trabajadora a los que se puede recuperar usando la razón y pidiendo un ingreso básico universal.

Las recetas universales son necesarias, pero insuficientes. Esta es una tradición estadounidense de terror –una cultura de deshumanizar todo lo relacionado con las personas afroamericanas que se extiende por el mundo–. Son los disparos que escuché mientras informaba en Kenosha, cerca de donde Kyle Rittenhouse mató a dos manifestantes blancos de Black Lives Matter. Es la facilidad con la que hombres blancos se pasaeban armados por otra plaza pública, el Parque del Centro Cívico, en el centro de Kenosha, horas antes. Es la osadía de esos vigilantes blancos gritando a la novia de Philando Castile, de la que yo estaba a pocos metros en el parque, mientras defendían su derecho a matar para proteger la propiedad. Por supuesto, Philando fue asesinado mientras ejercía su venerado derecho a llevar armas, pero ese derecho está claramente reservado a algunos estadounidenses más que a otros.

Puede que Parler se haya quedado sin hogar, pero hay un mundo entero que acoge el odio y la violencia que cultiva. Por muy amenazante que sea, la plataforma probablemente será reemplazada por otra cosa. El terror público es el objetivo.

  • Malaika Jabali es un abogada de política pública, activista y columnista del Guardian EEUU.

Traducido por Lara Lema

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