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ANÁLISIS

Hasta qué punto la masacre de Bucha sigue el patrón de Putin en Siria y Chechenia

El cadaver de un hombre con las manos atadas a la espalda yace en un calle de la pequeña localidad ucraniana de Bucha, cerca de Kiev. EFE/EPA/MIKHAIL PALINCHAK

Daniel Boffey

Kiev —

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A medida que salen a la luz nuevas imágenes y testimonios de la matanza en Bucha, la ciudad ucraniana situada a 27 kilómetros al noroeste de la capital, Kiev, resulta cada vez más probable que Vladímir Putin haya actuado en el norte de Ucrania siguiendo un manual que ha servido a Rusia durante décadas, aunque con un alto coste para su ejército.

En primer lugar, son destacables los errores iniciales, entre los que se encuentra subestimar al enemigo, como el intento de derrocar a los dirigentes ucranianos en Kiev a los pocos días de su invasión, iniciada en la madrugada del 24 de febrero.

Ya sea por arrogancia o porque su círculo de confianza no fue sincero con Putin en lo que respecta a los límites de la capacidad del Ejército ruso ha habido una confianza excesiva en la superioridad de las fuerzas armadas del país que les ha llevado a intentar conducir largos convoyes de blindados directamente hacia sus objetivos y a caer en repetidas emboscadas de sus enemigos.

Cuando los paracaidistas rusos se lanzaron sobre el aeropuerto de Hostomel, en las afueras de Bucha, al principio desaparecieron de la vista, según los lugareños. Se suponía que iban a avanzar rápidamente hacia Kiev como parte de un intento de derribar el Gobierno de Volodímir Zelenski e instalar un gobierno alterativo afín a Moscú, con el apoyo de parte de la población. 

Sin embargo, las fuerzas rusas se enfrentaron a una fuerte resistencia y tuvieron que librar una dura batalla en Bucha y otros lugares, al norte y al noreste de Kiev, solo para mantener el territorio inicial que habían asegurado. Según los testimonios de los habitantes de la ciudad, el Ejército ruso reapareció al cabo de unos días con consecuencias fatales.

Un escenario similar condujo a los brutales castigos que Moscú aplicó en Grozni, en Chechenia, en los años 90 y principios de los 2000 y que ahora se le acusa de aplicar en varios lugares de Ucrania. La estrategia nace de la creencia de que la fuerza bruta mediante el uso indiscriminado de la artillería, que puede resultar en la destrucción total de una ciudad, pondrá de rodillas a la población.

Bucha, la última de la lista

En 2003, Naciones Unidas calificó a Grozni como la ciudad más destruida de la tierra. Durante el asedio a la ciudad por parte del Ejército ruso murieron entre 5.000 y 8.000 civiles. En otro contexto, la guerra en Siria, las fuerzas rusas aliadas con el presidente sirio Bashar al-Ásad participaron en la batalla de Alepo en 2016 y recuperaron zonas de la ciudad controladas por los rebeldes mediante una campaña de bombardeos aéreos de un mes de duración, en la que murieron hombres, mujeres y niños.

En Ucrania, Bucha ha sido la última ciudad atacada por el ejército ruso pero Chernígov, Mariúpol y Járkov han sufrido un trato similar en las últimas semanas. La estrategia de la ofensiva rusa consistió, en primer lugar, en provocar un apagón de las comunicaciones y el corte de los servicios esenciales de electricidad, gas y agua. Más tarde, el ejército ruso bombardeó de forma indiscriminada objetivos civiles. También prometieron, para luego incumplirlo en varias de esas urbes, que abrirían corredores humanitarios para permitir la salida de la población civil. Atacaron y destruyeron infraestructuras, hospitales, refugios antibombas y escuelas.

El Gobierno ucraniano ha afirmado que Rusia está llevando a cabo la deportación forzosa de personas de Mariúpol a Rusia. Es probable que a muchos de los que suben a los autocares con destino a Rusia no les importe el destino, siempre que sea lejos del infierno en que se ha convertido esa ciudad portuaria. La creencia de Rusia es que ante semejante tormento, el deseo de resistencia de la población se derrumbará y habrá una aceptación de un gobierno alternativo, por muy cuestionable que sea.

Futuro incierto

Asad sigue en el poder. En Chechenia, Putin recurrió al hijo del que fuera muftí principal, Ramzan Kadyrov, que desde entonces ha dado apoyo a las fuerzas rusas tanto en Siria como en Ucrania. Lo que nos lleva al último movimiento: la normalización de nuevas instituciones afines a Rusia. Esto requiere un nivel de cinismo y debilidad por parte de Occidente con el que Putin considera que ha contado durante mucho tiempo: que Estados Unidos y la Unión Europea hagan la vista gorda ante lo sucedido dada la imposibilidad de cambiar la “nueva normalidad”.

En el caso de Ucrania, sin embargo, no está nada claro que el terror vaya a prevalecer, y el reagrupamiento forzado de las fuerzas de Putin en el este sugiere que puede haber renunciado a su ambición inicial de capitulación total. En su lugar, puede tratar de establecerse en el este, si puede vencer la resistencia en esta parte del país. Pero eso seguirá siendo un camino difícil, sobre todo si la economía nacional se hunde debido a las sanciones económicas de Occidente. La otra piedra en el zapato de Putin es que quizás esta vez Occidente sea fiel a sus promesas de solidaridad con Kiev y endurezca su régimen de sanciones. Los nombres de Bucha, Mariúpol y Járkov bien pueden convertirse en un grito de guerra para Zelenski con el fin de alcanzar ese objetivo.

Traducción de Emma Reverter

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