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La vida de los ancianos que se han quedado en Bucha: destrucción, frío y trauma por la ocupación rusa

Liuba, una vecina octogenaria de Bucha junto a su casa, destruida por la invasión rusa.

Gabriela Sánchez / Olmo Calvo

Enviados especiales a Bucha (Ucrania) —

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Solo hablar de unas jarras de cerámica azul turquesa hace llorar a Galina, como para subir a casa y verlas esparcidas por el suelo junto a todo lo demás. Se niega a que alguien le recoja aquellas piezas que siguen intactas entre los escombros, tras el bombardeo que destrozó su casa en Bucha el pasado 27 de febrero. Le aterra volver a abrir esa puerta que antes le llevaba a su hogar, y ahora le despierta el dolor más profundo. 

La destrucción de las casas y edificios de Bucha, tras la marcha de las tropas rusas, se percibe en cada calle y en cada testimonio de quienes permanecieron durante semanas bajo la ocupación. Ya en los alrededores empiezan a percibirse las señales de la devastación a medida que la distancia se estrecha: pisos calcinados, casas arrasadas por los proyectiles, balas en el suelo, manchas de sangre, disparos en cafeterías, supermercados y comercios, máquinas de vending tiradas en el suelo, en lo que un día pudo utilizarse de barricada en la lucha por la recuperación de la ciudad. 

Por sus carreteras, vecinos y voluntarios hacen cola para acopiar mantas, botellas de agua o algo de comer. Porque, más de diez días después de la liberación de Bucha, los ciudadanos que permanecen en esta ciudad de la periferia de Kiev aún carecen de suministro de electricidad o acceso al agua. Apenas se ven niños ni mujeres jóvenes, pero sí se han quedado decenas de ancianas y ancianos que aún hoy se niegan a abandonar la localidad en la que vivieron durante más de un mes aterrados en el sótano. 

Varios pedazos de páginas de libros quemados esparcidos por el suelo, cristales rotos y restos de ceniza. Las escaleras del edificio de Galina, vecina de 71 años de Bucha, ocupada por las tropas rusas durante más de un mes y epicentro de la masacre de civiles, dan pistas de lo ocurrido en este edificio, como en tantos otros, días después del inicio de la guerra. 

Abrir la puerta a la que a la mujer le cuesta acercarse, en el cuarto piso, provoca una corriente de aire frío. Un gato castaño se cuela en el interior y camina por los restos de lo que fue la vida de Galina. Solo hay ruinas y una gran pieza metálica de lo que parecen las migajas de un proyectil. Entre los cascotes se distinguen las tazas y jarras que Galina solía comprar con su marido en sus viajes de trabajo por Ucrania. También decenas de cubiertos, varias cacerolas, una bañera cargada de escombros y una cocina destartalada. 

Galina estaba, como la mayor parte del último mes hasta la liberación de Bucha, en un sótano abarrotado de civiles cuando un bombardeo impactó en su vivienda. La primera vez que vio su estado se desmayó, cuenta. La segunda, recogió “una pequeña vela, un poco de agua, unas cerillas”. También las pocas prendas de ropa que pudo salvar y que ahora viste unas sobre otras, para evitar el frío que no hay quien alivie en la ciudad, donde aún no hay electricidad ni agua. 

“Cuando subí arriba tenía dos puertas dobles. Abrí la primera puerta, luego la segunda. Cuando vi cómo estaba todo, no conseguí estar bien. Me dicen que me desmayé y ya no volví a intentar verlo pasados unos cinco días”, cuenta la septuagenaria.

-¿Usted no ha pensado en irse?

-¿A dónde? A dónde iría. 

En función de la zona de Bucha, los vecinos tuvieron más o menos enfrentamientos con las tropas rusas durante las semanas de ocupación. “No me atrevía a salir cuando estaban cerca. Estábamos callados, callados, para que no nos molestasen, y apenas salía de casa o del sótano”, cuenta Galina. En una de las calles con mayor presencia de soldados del Kremlin, donde los militares se asentaron, hablan de algunas de las atrocidades documentadas por la prensa. “Nos dijeron que, si salíamos, nos mataban”, dice una señora, que permaneció encerrada todo el tiempo de la ocupación. “Se metían en las casas de muchos vecinos y les decían que se quedasen en el sótano, desnudaban a los hombres por si tenían algún tatuaje. En esta calle, mataron a tres civiles solo por salir”. 

Encuentro con soldados chechenos

Según el alcalde de la ciudad, se han localizado en Bucha 403 cuerpos de civiles muertos, de los cuales 163 ya han sido identificados. Otras 16 personas se consideran desaparecidas. “Las autoridades competentes realizarán los trámites correspondientes. Ya se han identificado 163 personas. El número de muertos aumentará: policías, militares, servicios especiales pasan por cada barrio, cada casa, encuentran entierros en áreas privadas, levantan cuerpos. Queda por limpiar cuatro barrios más pequeños”, ha precisado.

Tras la liberación, Galina reside en un piso vacío de una de las familias que optaron por abandonar la ciudad, pero, como la mayoría de vecinos y vecinas de Bucha, prefiere estar fuera que en el interior de su casa tras la retirada de los ocupantes rusos. “Hace más frío dentro”, dice Irina, una amiga que se queda sentada en una silla de escritorio colocada en la entrada de su edificio. 

Irina cuenta que los soldados del bando ruso molestaban a los habitantes de Bucha y robaban sus pertenencias: “Yo les dije que por qué estaban aquí. Me respondieron que por dinero. Eran chechenos”. ¿No le dio miedo? Sí, pero tenía que hacerlo. “Me dijeron que si no me callaba me quitarían la lengua”, añade Irina, con una sonrisa de orgullo y mientras carga varias garrafas de agua para repartir entre sus vecinos. 

“¿A dónde vamos a ir?”

En las calles de Bucha, para soportar las frías temperaturas que aún continúan en Kiev y organizarse para cocinar, vecinos y voluntarios han creado estufas caseras y cocinas de leña en el exterior. En varios puestos improvisados, varios ciudadanos preparan comida típica ucraniana y café para ofrecerla a quien la necesite. Otros se dedican a cortar madera para alimentar el fuego que permita calentar sus manos. Ayudan a los más mayores e intentan cubrir sus necesidades básicas, pero no siempre es fácil. 

Unos prefieren estar en la calle y otros optan por continuar su vida en los sótanos de la ciudad periférica de Kiev, entre ellos, Sergey y sus padres, también mayores. Junto a otros conocidos, han habilitado el refugio con un generador eléctrico, por lo que una decena de vecinos continúan durmiendo allí a pesar del restablecimiento de la seguridad en la zona. Ahora buscan refugiarse del frío. 

En otro punto de Bucha, en una de las calles principales, donde aparecieron decenas de cadáveres y tanques calcinados tras la retirada de las tropas rusas, Liuba señala nerviosa la zona trasera de su terreno y apunta a una casa completamente destruida. Con 84 años, estaba en la cocina cuando un proyectil impactó en su hogar. Ella cayó y resultó herida entre los escombros. “Me la encontré con la cara ensangrentada, estaba inconsciente”, dice la vecina de al lado. No fueron al médico por miedo al Ejército ruso, que entonces ya ocupaba la ciudad. “Nos encargamos nosotras, ¿a dónde íbamos a llevarla?”, dice su cuñada. 

Solo le quedó una lesión en la muñeca, pero mucho miedo en el cuerpo. Las octogenarias, que caminan con la ayuda de un andador, piden ayuda. Aseguran que apenas ha ido nadie por allí para apoyarlas a realizar una serie de gestiones necesarias tras la destrucción de la vivienda. “¿Cómo vamos a pedir ayuda? ¿A dónde vamos a ir? Si tenemos 80 años, no caminamos bien y no funciona el teléfono, ni la luz, ni nada…”, se pregunta Ludmila. La mujer pide insulina, agobiada al ver que las dosis le empiezan a escasear.

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