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El Rincón del Buen Decir: errores que me rodean

Rioja2

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Queridos lectores, ¿han creído alguna vez que estaban pronunciando una palabra correctamente cuando en realidad estaban cometiendo un sonoro error? Esta semana quiero acercarles varios términos que usualmente escucho en mi entorno y que son variaciones de las palabras correctas. Muchas veces por desconocimiento, otras por mala costumbre, y otras por lapsus momentáneos. Lo cierto es que en no pocas ocasiones, decimos o escribimos de forma errónea multitud de palabras comunes.

En esta ocasión, dedicaré el Rincón para hacer una reflexión de las palabras que en mi día a día y en mi entorno suelo escuchar habitualmente, invitándoles, queridos lectores, a colaborar con todas las observaciones que consideren oportunas.

Recuerdo de pequeña un viaje al pueblo de mi padre, que guardaré en secreto pues desvelarlo sería dar la razón a algunos que dicen de los oriundos del lugar ciertas barbaridades, en el que escuché como mi tía decía algo así: “trae el arradio del cuarto”. En un principio me costó desvelar el significado, hasta que vi llegar a su marido con un aparato de radio convencional. “Aparcó en la puerta el amoto”, explicó en ese momento mi tía, haciendo referencia a que mi primo había dejado la motocicleta estacionada delante de la puerta de entrada. Es cierto que estas dos palabras siempre las he oído en boca de una persona mayor, bastante entrada en años, y con escaso nivel cultural, sin embargo no es extraño escucharlas.

Les contaré ahora una anécdota que no hace mucho oí de paso en una carnicería. Las dependientas hablaban entre ellas: “Oye, ¿cómo es albóndiga o almóndiga?”, le preguntaba una a la otra. Tal fue su indecisión que la segunda le contestó: “Aplástala y pon que son filetes rusos”. La carcajada es inevitable, sin embargo, hay muchísima gente que sigue utilizando el segundo término propuesto, tanto es así que el Diccionario de la Real Academia lo recoge, remitiendo a la palabra correcta: albóndiga.

Como se han dado cuenta, el Rincón va de aventurillas, y la de ahora me ocurrió por querer jugar con el lenguaje. Cuando sólo era un retaco, probé a mezclar palabras para crear términos nuevos. En concreto jugaba con la palabra 'foie gras' y sus diferentes pronunciaciones. Tanto y tanto lo dije mal que hoy es el día en el que me encuentro incapaz de pronunciar correctamente 'fuagras', realizando una creación única, algo parecido a “fuagruas”, cómo llegué a esto no lo sé, y lo cierto es que la única solución que encuentro para no sonar ridícula es llamarlo paté.

Pongo un ejemplo que me ocurrió hace pocos días. Se trataba de una especie de juego, había que adivinar en qué bote tenía mi madre escondida una piedra. Mi padre, seguro de acertar, observó las tapas detenidamente y finalmente afirmó: “es éste, la pegatina lo dilata”. No, queridos, no quería decir que lo hacía más largo, mi padre, en un arrebato de emoción por ganar el juego, confundió el término “delatar” con “dilatar”, haciendo una construcción de lo más original. No sólo de palabras mal dichas vamos a hablar, también de cambios de significados o errores “delatores”.

Mi “agüela” tiene mil y un ejemplos de estas palabras mal dichas. Y sí, lo sé, acabo de decirles “agüela” cuando la forma correcta es abuela, de hecho si buscan en el DRAE su significado verán qué definición más extraña utilizo para referirme a la madre de mi madre, ya que agüela significa 'Renta de los derechos sobre préstamos consignados en documento público', pero es una palabra que he escuchado mil y una vez y no me veo haciendo caso a la Real Academia.

Les decía que mi “agüela” tiene cientos de ejemplos de este tipo. Por ejemplo, en Navidad no hace croquetas, sino “cloquetas” o en su defecto “cocretas”. Para tapar una herida no utiliza esparadrapo, sino “esparabrapo” o en ocasiones “esparatrapo”. Siempre se seca las manos con una “toballa” y nunca ve “furbol” en la tele, sólo “pogramas” del corazón. Cuando era pequeña me llevaba a las “pistina” y siempre merendábamos “cascagüeses” que llevaba en un saquito de tela cerrado con “belcror”. Además, cuando escuchaba el ruido de un helicóptero

nos sacaba a la ventana para ver, según ella, el “elicotero” volando por encima de nuestras cabezas.

Espero, queridos lectores, que este artículo no produzca ninguna “discursión” entre lo que está bien y lo que no, y desde aquí les animo a que manden aquellas palabras con las que ustedes conviven y que, como las que les presento, están mal dichas.

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