¡Qué gaita!

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Soy una de esas personas privilegiadas que tiene pueblo (bueno, en realidad dos), y estas últimas semanas de agosto he podido disfrutarlo. Pasear, respirar aire puro, conversar con la gente y disfrutar de sus fiestas, son un aliciente veraniego que te permite, de alguna manera, cargar pilas para afrontar la rutina de septiembre. Y en estos días, viendo danzar a las chicas y chicos del pueblo, no he podido evitar pensar en La Gaita Mixta de Cervera del Río Alhama (La Rioja).

Para quien no sepa de qué estoy hablando, les diré que las mujeres no pueden participar en el baile de La Gaita, el baile característico de esta comarca. Es por ello por lo que se creó la denominada Gaita Mixta, dónde hombres y mujeres bailan, aunque sin poder acceder a la Iglesia junto con La Gaita oficial. Este hecho, como imaginan, ha producido malestar y un ambiente irrespirable. Además, en 2023, las cofradías de Santa Ana y San Gil reformaron sus estatutos vetando la incorporación de las mujeres a La Gaita oficial. Y yo me pregunto cómo hemos llegado hasta aquí.

Dicen que es “culpa” de la tradición, pero yo no me lo creo. La tradición no puede amparar la discriminación de la mitad de la población, como tampoco se entendería que apoyara una exclusión de los hombres.

Dicen que hay que conservar la historia, pero yo no me lo creo. Las cosas no son como antes, ¡exageradas!, ¡que hemos evolucionado! Mira tú, en Ortigosa de Cameros (La Rioja) la participación en las danzas estaba reservada exclusivamente a los hombres, pero en 2024 tres mujeres se integraron en el grupo y pudieron celebrar la fiesta.

Dicen que la “culpa” es de la Iglesia, pero yo no me lo creo. Si ya decía el Papa Francisco que la “Iglesia es mujer”, instando también a defender que las mujeres se introduzcan activamente en “todos los ámbitos de la sociedad”.

Dicen que algunos callan, que no es fácil tomar posición, pero yo no me lo creo. La fiesta, la celebración, define cuál es el papel en la sociedad de unos y otras, y cuesta imaginar la callada por respuesta si a la hija, nieta, sobrina o hermana de alguien no le dejaran bailar por el hecho de ser mujer. 

Dicen que la “culpa” es de ellas, por querer bailar, que a quién se le ocurre, pero yo no me lo creo. En pleno siglo XXI, educamos a nuestras hijas (e hijos) en que ellas pueden, que no son menos que nadie, que luchen por sus sueños, que con esfuerzo lo lograrán.

Dicen que las administraciones públicas lo tienen claro, que esto es un asunto local, pero yo no me lo creo. Los poderes públicos no pueden permanecer pasivos, esperando, como si ello les fuera ajeno, porque no lo es. La propia ley autonómica de igualdad señala que corresponde a las administraciones públicas riojanas “adoptar las medidas necesarias para que en las manifestaciones artísticas, culturales, festivas o tradicionales no se realice ningún tipo de discriminación en materia de igualdad o por orientación sexual o de género, ni se reproduzcan estereotipos y valores sexistas”. 

Dicen…y mientras dicen, el tiempo pasa, y yo sigo mirando a las niñas que con una enorme ilusión bailan este año por primera vez en las danzas de mi pueblo, y no puedo imaginar otro futuro que no sea contando con ellas. Celebrando, compartiendo. Con ellos.

Nota al pie:

La Sentencia del Tribunal Constitucional 132/2024, de 4 de noviembre resolvió el recurso de amparo de una mujer excluida de una cofradía religiosa en Tenerife. La exclusión de las mujeres estaba establecida en los estatutos de la entidad desde su fundación en el siglo XVII. Los tribunales inferiores consideraron que esta práctica suponía una discriminación, pero el Tribunal Supremo anuló estas resoluciones al entender que la cofradía era una asociación de carácter religioso y que sus estatutos quedaban protegidos por el derecho de asociación y la libertad religiosa. Sin embargo, el Tribunal Constitucional consideró que la autonomía de las asociaciones no es absoluta, y que la libertad de asociación no puede amparar la exclusión de las mujeres en celebraciones tradicionales cuando la entidad organizadora ejerce un control decisivo sobre la vida cultural local.

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