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Precipicios y renuncias

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En 2005, la psicóloga Michelle Ryan y su colega Alexander Haslam de la Universidad de Exeter (Reino Unido) acuñaron el término “precipicio de cristal”, para identificar una situación que venía dándose entre grandes firmas tecnológicas tras el estallido de la burbuja “puntocom”. Muchas de esas empresas cuando entraban en números rojos y tenían que encarar un momento crítico, ponían al frente a mujeres con la intención, por un lado, de que fueran capaces de capear el temporal, y por otro, que el desprestigio tuviera nombre femenino si no lo conseguían.

Estas últimas semanas, me ha venido a la cabeza en varias ocasiones este término, al hilo de los nuevos nombramientos orgánicos en el PSOE. Un medio de comunicación decía estos días que le “llamaba la atención” el número de mujeres elegidas, que además incluía a una nueva secretaria de Organización (la primera en 15 años). Sin embargo, la “sorpresa” no debiera ser tal, cuando la realidad muestra que las mujeres tenemos más posibilidades de liderar proyectos o iniciativas cuando las circunstancias son adversas y, por tanto, hay más probabilidades de fracasar. Recuerden, por ejemplo, a Inés Arrimadas, que asumió el liderazgo de Ciudadanos después de que su antecesor, Albert Rivera, perdiera 47 escaños, o a Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos, presentada como la persona que debía salvar a un partido que encaraba las elecciones con mal pronóstico.

Obviamente, considerar a una persona para un puesto de responsabilidad se entiende por lo general como un reconocimiento al trabajo, pero no es menos cierto que, en muchas ocasiones, la feminización del poder viene de la mano de las crisis y no siempre parece responder a un “deseo” sino a una “necesidad”.

Por otro lado, hace unos días, la Asociación de Mujeres Juezas de España lamentaba la noticia de la renuncia presentada por las magistradas Ana Ferrer y Pilar Teso a presidir las Salas 2º y 3º del Tribunal Supremo, de las que eran candidatas, y ponían “negro sobre blanco” que su renuncia (en beneficio de dos hombres) no era una casualidad, y que los hombres seguían siendo inmunes a las presiones y sacrificios que sí se les exigía a ellas.

A pesar de todo ello, llegar a la conclusión de que las mujeres tenemos que “tomar” el poder para intentar (al menos) cambiar algunas cosas, tampoco ha sido fácil. Y es que la relación que tenemos las mujeres con el poder es compleja, pues en muchos casos se etiqueta de “egoísmo” (¿cómo has podido?) o “culpabilidad” (¿y quién cuidará a los niños?), palabras que generalmente no se vinculan con los hombres.

Pero ¿hemos avanzado algo? Sí, sin duda, aunque entre precipicios y renuncias toca resignificar el poder, y abordar cambios en las estructuras que faciliten que las mujeres no estemos solo “de paso” o que ni siquiera “lleguemos”. Como bien dijo Madeleine Allbright, primera mujer en convertirse en secretaria de Estado en el gobierno de Estados Unidos: “Me llevó mucho tiempo desarrollar mi propia voz, y ahora que la tengo no me voy a quedar callada”.

Nota al pie:

Según ONU Mujeres, en todo el mundo, hay 21 Estados en los que las mujeres ocupan menos del 10 por ciento de los escaños en cámaras bajas o parlamentos unicamerales, incluidas tres cámaras bajas en las que no hay ninguna mujer.

Según la profesora de Derecho Constitucional de la Universidad de Extremadura, Silvia Soriano, a nivel local las mujeres políticas repiten mucho menos en el cargo que los hombres.

Algunos estudios revelan que los grupos parlamentarios priorizan a los hombres en las comisiones asociadas a las llamadas carteras de Estado, mientras que ellas ganan presencia en comisiones asociadas a igualdad, educación o cuidados sociales.

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