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Entrar gratis en Fitur, los Reyes y el ‘Spanglish’

La reina Letizia y el rey Felipe VI, posan en el estand de Marruecos, en la 42ª edición de la Feria Internacional del Turismo, Fitur 2022

Víctor Honorato

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Hace ya unos años que a Justo Sanz no le dan invitaciones para Fitur. Su restaurante del barrio de Canillas le daba de comer todos los años, asegura, a los trabajadores del expositor oficial de Málaga, así que el pase gratuito lo tenía garantizado. Hoy, ya jubilado, le han fallado los contactos, y como cree que el acceso en el día de apertura de la feria, que cuesta 25 euros (solo para profesionales del sector, en principio) se pasa de precio, va preguntando en la entrada a cualquiera del enjambre de periodistas, funcionarios y empresarios varios que entran y salen del recinto si les sobra una entrada. No está teniendo suerte, pero al sol de mediodía no se está mal en Fitur, así que no desespera. 

La feria internacional de turismo de Madrid ha recuperado pulso este año, tras un 2021 modesto a causa de la Covid, y ha abierto con 600 expositores, aún lejos de los 900 de 2020, antes de que se declarase la epidemia. En el arranque todo es ajetreo, porque se anticipa la llegada de los reyes, en un recinto que antes de las 11h todavía está relativamente poco concurrido. “¿Te han hecho sacar el trípode?”, pregunta extrañado un operador de cámara de televisión a una colega, mientras esperaba en la cola por la acreditación. El paseo real es sagrado, en efecto, y los medios no escatiman en recursos. 

Las restricciones por el coronavirus siguen en pie, por otra parte, y para entrar en Fitur hay que acreditar que no se está contagiado mediante prueba PCR o test de antígenos, o bien presentar el pasaporte COVID. La gran mayoría (los cargos de Vox, no) opta por lo segundo, pero eso no evita que las colas se alarguen. También es preciso llevar en todo momento una mascarilla reforzada FFP2, aunque esto sigue siendo Madrid; es decir, si a alguien se le olvida y aparece solo con la quirúrgica, se le da una o directamente se hace la vista gorda. 

Entre el mogollón de reporteros y cargos públicos pasa caminando a buen ritmo por el pabellón 9, donde empezarán el recorrido monarca, esposa y adláteres, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a la que no se vitorea como en la feria de hostelería del año pasado pero que recibe un “¡guapa!” de unos conocidos. Ella se ríe. El vicepresidente de la Junta de Andalucía, Juan Marín, se acerca a la entrada pensando que ya vienen los reyes, pero como todavía se demoran, da otra vuelta por el pasillo con sus acompañantes.

La monarquía, a salvo en Fitur

Si la monarquía está en peligro, no será por Fitur: cuando por fin avanzan Felipe VI y Letizia, solo se ven codazos y teléfonos móviles al aire para inmortalizar la estampa. Rey y reina pasan por el ‘stand’ de Galicia, donde este año se hace trampa por el coronavirus y vuelve a haber Xacobeo, aunque no cuadre con el calendario. Saludan al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. Acto seguido giran hasta el de Canarias, que se ha atrevido con el eslogan “un volcán de agradecimientos” y ya organiza rutas para visitar la colada, según explican en el expositor. Después cambian de Pabellón y se detienen en la caseta de Marruecos, lo que parece ser que tiene connotaciones diplomáticas positivas, tras la tensión de los últimos meses con España. Solo unos temerarios o despistados del pabellón 9 siguen con el programa original como si tal cosa: se trata de un panel de cata de los quesos de Murcia, denominación de origen protegida.

El director de la Oficina del Español en Madrid, Toni Cantó, se quejaba el martes de que el parlamento catalán “siguiese pagando ‘supersueldos’ a exfuncionarios sin trabajar”, quizás anticipando la ardua jornada que se le vendría encima a él si decidía pasarse por Fitur. “Treat yourself”, era el lema de la expedición andaluza, que ocupaba todo un pabellón de los reservados a las comunidades autónomas. La expresión significa algo parecido a “dese un capricho” y era más evocadora que el directo “Benidorm. City and beaches [ciudad y playas]” de la localidad alicantina. Hay que entender que en una feria de este estilo hay muchos visitantes extranjeros y el inglés es lengua franca en el mundo del turismo, pero se dan ejemplos límite como, por ejemplo, el de una empresa de ‘software’ de gestión hotelera que promocionaba sus competencias en “revenue management” y emplazaba a sus clientes potenciales: “Optimiza tu business mix; recibe forecast precisos”. No se podía llamar a la policía ante esos desmanes lingüísticos porque tampoco había muchos agentes disponibles; la seguridad estaba principalmente en manos de la empresa Prosegur, lo que permitió ver a un vigilante de seguridad ordenar el tráfico de taxis en los accesos soplando enérgicamente por un silbato. 

La sed de clientes y negocio tras la sequía del coronavirus empujó a los diseñadores de los espacios de exposición a imaginar reclamos vistosos. Bajo el letrero de Catalunya estaba el Ferrari de Fernando Alonso y Felipe Massa (ambos perdieron el campeonato con ese coche en la última carrera). ¿Por qué? Porque el circuito de Montmeló está en la provincia “y a los ideólogos les debió de parecer un reclamo chulo”, decía entre risas la mujer que atendía las preguntas de los visitantes. En el pabellón de Latinoamérica había una persona disfrazada de pato de plástico, de los de la bañera, acompañada de jóvenes con top escaso y flotadores, también de patos. Anunciaban una conocida discoteca de Cancún. 

En una esquina estaba el puesto de la aerolínea Plus Ultra, que le sirvió a la oposición de ariete contra el gobierno a cuenta de las ayudas públicas que recibió por la pandemia. “No lo hemos notado, de hecho, hemos abierto dos rutas nuevas”, respondía una de sus responsables. El modesto pupitre del Aeropuerto de Castellón estaba desocupado, como la propia infraestructura, pero no abandonado, pues la silla tenía colgado un abrigo del respaldo.

Los pabellones de Europa y Asia eran un remanso de paz en medio de los graves conflictos geoestratégicos de la actualidad. A la espera de nuevos choques entre la OTAN y Rusia a cuenta de Ucrania, la oficina de turismo de Moscú repartía llaveros. Azerbaiyán tenía mayor presencia que Francia, mientras que Armenia no tenía representante oficial, al contrario que Siria. Israel y Palestina estaban convenientemente alejados. 

Corea del Sur recibía a los visitantes invitándolos a un videojuego de los de hacer ejercicio en los que los participantes tenían que mover brazos y piernas para hacer que las hojas del otoño cayesen sobre unos jarrones de cerámica típica, o así se explicaba en las instrucciones. “You have to be more dynamic’. Tienes que ser más dinámico”, alentaba educadamente en inglés y castellano un joven de la organización a un señor que se había animado a jugar pero que no estaba muy en forma. El atractivo no explícito de Maldivas, que apuesta por un turismo elitista, es visitar el país antes de que desaparezca bajo el mar, víctima del calentamiento global. Para las 16.30h estaba previsto, en este sentido, una mesa redonda sobre “turismo sostenible en la coyuntura actual”, una de las decenas de actividades y foros que se sucederán hasta el domingo. 

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