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Nadar con discapacidad, una prueba de obstáculos en la gran piscina olímpica de la Comunidad de Madrid

Piscina cubierta olímpica del Centro de Natación Mundial 86, en Madrid

Víctor Honorato

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Varias pancartas con mensajes que señalan virtudes deportivas penden de los ventanales de la piscina olímpica Mundial 86 de Madrid, dependientes del gobierno autónomo y gestionadas por la Federación Madrileña de Natación. “Disciplina, respeto, pasión, lucha, igualdad, esfuerzo, éxito, superación”, pueden leer para motivarse los nadadores que salen del vestuario. Cuesta mentalizarse, sin embargo, cuando uno tiene la movilidad del torso muy reducida, con una discapacidad del 51% por una escoliosis congénita, y debe pararse repetidamente en cada largo para evitar dar manotazos a los deportistas con quienes comparte calle, hasta el punto de hacer el ejercicio inviable, como protesta un vecino.

La piscina olímpica está dividida en dos mitades y un total de 24 calles. La mitad están destinadas al nado libre. El resto, a clases. Esta división es inquebrantable, como pudo comprobar Tomás Bárbulo, de 64 años, que se presentó en el centro con instrucciones precisas del médico: nadar solo a crol y con tubo de buceo para evitar girar el cuello. Aunque haya calles libres en la zona de clases y pese a que el centro dispone de otra piscina contigua —reservada para los entrenamientos de nadadores federados—, las reglas son inflexibles, también para discapacitados. “Cada día es un calvario”, lamenta.

El nadador frustrado propuso alternativas, como pagar una clase para nadar en la zona reservada para lecciones, aunque yendo a su ritmo. No se aceptó. La monitora que le hizo la prueba de nivel negó que solo pudiese nadar a un estilo y cerró toda posibilidad de entendimiento, según critica. Tras porfiar en distintos horarios para evitar las aglomeraciones, Bárbulo acabó renunciando. Ahora paga la cuota de un centro privado y nada sin agobios.

Cada día es un calvario

El director del M-86 es Marcos Pantoja. Lleva 10 años en el cargo y es literal en el cumplimiento de la normativa interna. “Las clases de natación, como su propio nombre indica, son clases de natación. Tienes que hacer lo que te dice el monitor”, justifica. Dice que no se puede garantizar a nadie que nade solo en una calle, aunque asegura que a mediodía hay una afluencia moderada que permite a quien acuda compartir espacio con solo una persona, extremo del que el afectado discrepa. “¿Conoces alguna piscina donde puedes nadar en una calle tú solo?”, inquiere el director. “No podemos hacer un producto a la carta”, añade.

Alquilar una calle a “45 euros por hora”

Pantoja asegura que en todo su mandato nunca ha recibido quejas similares: “Tenemos gente que viene con problemas en los brazos y en las piernas y no tiene ningún problema. Y si tiene algún problema con algún usuario, para eso están los socorristas; se les dice y nosotros lo atendemos”. Al respecto, cabe señalar que, en una visita al centro un día entre semana a mediodía, la grúa que permite introducirse en el agua a las personas con menos movilidad está situada en la zona de clases, no en la de nado libre.

No podemos hacer un producto a la carta

Marcos Pantoja, director del M-86

Como única alternativa, Pantoja propone que el nadador alquile una calle para él solo, a razón de “unos 45 euros por hora”, casi el mismo precio que un bono de 10 usos para adultos. Un portavoz de la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte añade que la reclamación no consta por escrito y que en el centro deportivo hay registrados 370 usuarios con algún grado de discapacidad “que no han generado ninguna queja”.

A la privada por no discutir

La falta de flexibilidad con los nadadores con discapacidades frustra desde hace años a Javier Font, presidente de la Federación de Asociaciones de Personas con Discapacidad Física y Orgánica de Madrid (Famma), con 214.000 representados, a quien no sorprende la ausencia de quejas. Fanma lleva años intentando que las administraciones —sobre todo la municipal, de la que más piscinas dependen en la ciudad— se adapten a las muy diversas necesidades de las personas con discapacidad, como la necesidad de nadar con tubo. Apenas ha tenido éxito: “La gente está cansada. Se va a las privadas para no discutir”.

Font señala la “pasividad administrativa […] tediosa y desalentadora” y lamenta un desinterés que entiende generalizado: “Da igual qué administración sea, solo llaman cuando hay votos”. La necesidad de flexibilizar la normativa “no cala en los equipos técnicos, en el funcionario que siempre está ahí”, indica, y agrega: “[Cada vez que hay elecciones] hay que retomar los temas… Es muy tedioso y desalentador, no me extraña que la gente al final decaiga”.

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