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Orcasur: un jardín de piedras como síntoma de un urbanismo degradante en el extrarradio de Madrid

Un parque de piedras punzantes en Orcasur construido por decisión de la cooperativa de los vecinos de la plaza.

Marta Maroto

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A pocos metros de la Plaza del Pueblo de Orcasur, en el distrito madrileño de Usera, una cooperativa de vecinos decidió hace más de tres años cambiar sus zonas verdes abiertas a la calle por cemento y rocas para impedir que se convirtiera en un lugar de reunión de personas con problemas de adicción y jóvenes ruidosos que no les dejaban dormir por las noches, según relatan los residentes de la zona.

El espacio se ha convertido así en un parque de pedruscos afilados, que supone tan solo un síntoma de un barrio deprimido y de una planificación urbanística fracasada. Una zona de Madrid sometida a un olvido sistemático por parte de la administración.

“Nos envenenaban las plantas y usaban las puertas como porterías de fútbol” defiende Rosa, vecina de uno de los dos bloques que comparten ese jardín de piedras levantado en una plaza de unos 20 metros cuadrados. Además, una deficiente construcción del suelo hacía que el agua se filtrarse al garaje. Así que primero quitaron los bancos y luego los árboles, aunque los perros seguían yendo a hacer sus necesidades a la arena. Después, pusieron una rampa que terminó por convertirse en una piscina con las lluvias, hasta que finalmente la cooperativa se decidió por las piedras. “Si no nos dejan disfrutarlo a nosotros, que no lo disfrute nadie” es la lógica de esta vecina.

Más allá de la controversia que puedan generar la estética y la seguridad de este jardín, lo más llamativo es lo poco que sorprende dentro del paisaje urbanístico de Orcasur. Se trata de un barrio de aluvión que comenzó a configurarse a finales de la década de los ochenta del siglo pasado y que se terminó de construir a mediados de los noventa a golpe de realojo de familias procedentes de núcleos chabolistas.

Una infraestructura construida de forma rápida y barata, pensada para albergar a los que causaban problemas en otras partes -como relata el concejal de Más Madrid Félix López-Rey-, sumado a años de desidia por parte de la Administración –“Cariño, aquí llamas a la Policía y no viene”, se queja la misma vecina del jardín de pedruscos– han situado a Orcasur entre los barrios con peores estadísticas de la capital. Tiene los índices más altos de desempleo y fracaso escolar, además de una menor esperanza de vida, con hasta siete años de diferencia respecto a los barrios más acaudalados de la ciudad.

Un breve paseo por el conocido como 'barrio del carburo', por lo tarde que llegó la red eléctrica, muestra una arquitectura y un uso público del espacio que anticipa y pronostica ese declive. Calles amplias y aceras descuidadas se suman a zonas de rastrojos donde hace años que los confusos límites entre las competencias de las distintas administraciones provocan que no se recoja la basura que, en ocasiones, llega a provocar incendios. El mercado municipal, que quebró en abril de 2018, sigue con las persianas echadas a pesar del concurso público que se puso en marcha para facilitar su reapertura.

Enfrente se sitúa el centro comercial El Caracol, una estructura medio abandonada con prácticamente todos sus comercios cerrados y en cuyos rincones ahora habitan la basura y personas sin hogar. En esta zona es mejor no hacer fotos ya que en uno de los laterales se sitúa un bar bastante concurrido de hombres jóvenes sin mascarilla que fuman y juegan a las cartas, que en realidad es un punto de encuentro para los pequeños camellos y las bandas de la zona.

Las zonas comerciales cerraron mucho antes de la pandemia. Los soportales y bajos de las viviendas, pensados para albergar tiendas y locales, están cerrados, y los residentes aprovechan las infraestructuras abandonadas para tender la ropa, aparcar los coches o reunirse a la sombra.

“Estos espacios de refugio, oscuros, son nidos de delincuencia perfectos. Además, hay pocos entornos agradables para el ocio y los servicios llegaron tarde al barrio”, explica David Rus, arquitecto y urbanista, que sentencia que este barrio es ejemplo del “fallo de un modelo urbanístico que no tenía malas intenciones, pero que no se ejecutó de forma adecuada”.

“Esto es un contenedor de problemas, no hay identidad, no hay nada, es parcheo permanente”, explica en un paseo por el barrio Félix López-Rey, dirigente vecinal en Usera desde que emigró en los años cincuenta del siglo XX, y actual concejal por Más Madrid. Tiene grabada en su memoria la fecha en la que, con su familia, dejaron la chabola y comenzaron a vivir en una casa equipada, el 20 de marzo de 1980, en el marco de un programa para evitar la infravivienda impulsado por el exalcalde Enrique Tierno Galván.

Él ha vivido en primera persona la construcción del barrio de Orcasitas, en el lado oeste de las vías del tren que le separan de Orcasur. A diferencia de este último, Orcasitas se construyó de manera asamblearia entre todos los vecinos, que “eligieron hasta el color del baldosín que tendrían las cocinas”, explica López- Rey.

La ONU ya eligió en 2008 a Orcasitas como modelo de construcción ciudadana y su callejero ya habla de ese consenso: Plaza del Movimiento Ciudadano, Plaza de la Solidaridad, de las Asambleas o de la Memoria Vinculante son algunos de los nombres que se pueden contemplar en el callejero del barrio.

“Pasarán generaciones e intuirán que aquí había pasado algo”, explica apasionado el concejal, que también lo fue por Izquierda Unida desde 1987 y hasta el 1999. Otra de las muestras de esta desigualdad entre barrios es que cada sábado la Fundación José María de Llanos reparte comida a más de 500 familias, de las que cerca del 90%, según explica López-Rey, proceden de Orcasur.

La marginalidad y el abandono al que desde hace años están sometidos los vecinos de Orcasur, encajonados entre el ruido de la M-40 y el Hospital 12 de Octubre, son otros de los factores que explican la peculiar transformación de una zona común con jardines en una plaza de piedras punzantes.

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