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La Pinocha de Ayuso, el ninot para luchar por un centro de salud y que molesta a la derecha

El muñeco de Isabel Diaz Ayuso que puede verse en las manifestaciones en defensa de la sanidad.

Peio H. Riaño

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El monigote ha escapado de las llamas en las que dentro de un mes arderán otros protagonistas de la política española. No estamos en València. Aquí los vecinos no han salido a la calle a disfrutar de las fiestas. Esto es Madrid y aquí el personal está cabreado. “Y muy harto de las mentiras”. En el barrio de Butarque (Villaverde) tienen un solar reservado para el material con el que se construyen las promesas. Ahí debería haberse levantado hace años un centro de salud, pero pasan las legislaturas del PP y no crece más que mala hierba y rabia. Ya son 17 años esperando un servicio básico, que Ayuso aseguró resolver para julio de 2022. Ahí está el cartel, que anuncia las obras que no empiezan y que alimenta la ira de los vecinos. De hecho, prometió más de 20 ambulatorios y ninguno se ha inaugurado.

Fruto del hartazgo madrileño nació en València un ser enorme, de tres metros de altura y casi 30 kilos de peso, que ha enfurecido hasta la ofensa a la ola conservadora de la capital. Desde que apareció entre el público, en marzo de 2021, ha molestado a Toni Cantó, Rafael Hernando, Juan Carlos Girauta, Alfonso Serrano, Carlos Herrera, Javier Negre... y el columnista Cristian Campos preguntó dónde guardaban el monigote “entre manifa y manifa”. Un medio de extrema derecha lanza un tuit: “Podemos guarda en una sede la pinocha que usa la izquierda para decir que Ayuso es una asesina”. “Duermo cada día en Villaverde”, contestó la cuenta de La Pinocha este lunes, el día de la resaca de la multitudinaria manifestación contra la privatización de la sanidad pública madrileña. Allí está la asociación de vecinos de Butarque, donde esperan desde hace 17 años el centro de salud. 

Hasta que se cansaron de la espera. A una de las vecinas de la asociación se le ocurrió convertir a la presidenta de la Comunidad de Madrid en un Pinocho mentiroso. Y había que hacerlo con los modos y las formas de la sátira de una tradición declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad: las fallas. La Unesco no miente. Conocía a un maestro fallero, Ximo Esteve, de 63 años de edad y 47 de oficio en València. Le interrumpimos por teléfono mientras apura cada jornada para rematar el encargo de las seis fallas para este año. “No está bien pagado esto. Yo lo llevo mejor porque pude adquirir el taller, pero en diez años esto se termina y mis hijos no van a seguir el oficio. Las fallas desaparecerán”, arranca agorero Esteve. La Pinocha tampoco le va a cuadrar las cuentas, porque la hizo por amor al arte. Bueno, a la sanidad pública. 

Ximo pertenece a una sana estirpe que hermana el arte con la libertad de expresión. Sucede también en los carnavales de Cádiz. “Hay que criticar y hacerle burla a todo. Mucho humor sin insultar. No nos asustemos. Si Ayuso ha mentido y no ha entregado el centro de salud que prometió, no es un insulto. Simplemente, no ha cumplido con su palabra, ¿no?”. Así explica el sentido de su obra, que no arderá en las fallas pero que abrasa a los partidarios de la presidenta de la Comunidad de Madrid. “Me jode que la derecha sea tan reaccionaria”, cuenta Esteve. Él recuerda que la intención era hacerla para una salida, la de marzo de 2021. Y entonces se convirtió en la estrella de la manifestación por la sanidad pública. “Es una repercusión inesperada y tendrá una larga vida, porque no van a parar de usarla”, augura. 

Es una reivindicación popular modelada en poliespán y compuesta de poliéster y fibra de vidrio. Color a mano y una figura que destaca sobre las masas de manifestantes por su altura, pero sobre todo por un parecido extraordinario. “Eso es primordial. Por mucha pancarta que lleves... un ninot es invencible”, remata Esteve. Y deja para el final el ingrediente secreto, la ironía. La sanidad pública es el patrimonio nacional del Estado de bienestar español y para mantenerlo se necesita, apunten la receta del maestro fallero, solidaridad, hospitales y mucha crítica.

Así es como el arte popular se convierte en el mejor arte político. Ejecutado fuera de galerías y museos, lejos de las ferias de arte contemporáneo, la Pinocha es el mejor ejemplo de un arte sin artistas, impertinente, hecho por vecinos y vecinas que, unidos y desobedientes, quieren mejorar su comunidad. Un arte para la calle, que no se vende ni especula. Un símbolo inesperado que se ha convertido en monumento del pueblo, contra el poder político que incumple con su palabra. 

En Madrid, ahora, conviven dos símbolos: el legionario de Martínez-Almeida, armado que carga contra el que se le ponga delante y excluye a la parte de la población que no piense como él, y la Pinocha de los de Butarque, que empieza su gira –la llaman Pinochatour– por la Comunidad para defender otros conflictos. La parada siguiente es Vallecas, para celebrar el carnaval por la sanidad pública. No piden nada a cambio de usarla, sus propietarios solo reclaman que la traten con cuidado. Y que preparen unos 100 euros del alquiler de la furgoneta, porque se necesita una caja de tres metros para transportarla. 

La Pinocha nació un domingo, el 14 de marzo de 2021, en una Marea Blanca. Y en abril paseó por la Puerta del Sol, frente a la sede de la Comunidad de Madrid, para defender la sanidad pública y recordar los “años de mentiras con el centro de salud de Butarque”. También visitó ese mes el Hospital Doce de Octubre y estuvo con los vecinos de La Latina. En diciembre de aquel año apareció con la masa de la primera manifestación en defensa de la atención primaria. Pero fue en noviembre de 2022, con la marcha masiva para salvar la sanidad pública, cuando saltó a la fama y los telediarios. Volvió a salir a las calles en enero, para la colocación simbólica de la primera piedra en la parcela donde no está el centro de salud de Butarque. Y este pasado fin de semana ha vuelto a protagonizar la segunda manifestación contra la demolición de la sanidad pública en la Comunidad de Madrid. 

Ya están haciendo camisetas con ella y los de El Mundo Today también se han fijado en ella: “El monigote de Ayuso con nariz de Pinocho ya supera a Ayuso en las encuestas”. Y continúan: “Mientras que Ayuso es una figura que genera mucha polarización, numerosos expertos en política coinciden en que el monigote gusta tanto a los votantes conservadores como a los progresistas, aunque por motivos distintos”, concluyen. 

¿Qué te dicen? “La insultan muchísimo. Se nota la frustración de la gente. Pero en cuanto salgo de dentro, mucho amor. Que si quiero algo, que qué necesito”. Responde Iván Bonilla, el forzudo costalero que carga con la Pinocha. Dice que el día en que la estrenaron, en Atocha, trató de levantarla y echar a andar y fue imposible. Pensó que no podría. No es sencilla de manejar, sobre todo con viento. Dos años después son uña y carne. Además, le preocupa más el centro de salud que su centro de gravedad. A Ximo le habían pedido apenas una figura de cabezuda, pero el fallero se vino arriba y construyó una giganta. Le mandaba fotos a Antonio Abueitah, portavoz de la asociación vecinal del barrio, del proceso de creación y los vecinos no podían creérselo. No esperaban que fuera a ser tan grande. ¡Tan visible! Tan Pinocha.

“Enseguida vimos que tenía tirón. En Cibeles, en marzo de 2021, todo el mundo quería hacerse fotos con ella. No ha parado de crecer en popularidad desde entonces”, comenta Antonio en el local de la asociación vecinal que los medios de la derecha se afanan en encontrar. La Pinocha descansa al fondo, cubierta. Como si la hubieran arropado para descansar. Tiene que estar lista para la reivindicación vallecana. Otros colectivos han reclamado el muñecote de Butarque para lanzar sus denuncias ciudadanas a Ayuso, pero la Pinocha ha ganado tanta repercusión que terminaron por asustarse. Temen molestar demasiado y prefirieron cambiar de planes y no portar al ninot. 

No es fácil ser un impertinente y lograr el consenso vecinal. Siempre hay personas que se sienten atacadas con estas estrategias de comunicación. “Estos símbolos generan rechazo”, dice Antonio. En Butarque hubo reticencias a invertir los ahorros de la venta de bocadillos para pagar a Ximo. Aunque fuera un “precio de amigo”. Los votantes del PP que viven en este barrio sin servicios y quieren el centro de salud tampoco están conformes con la llamada de atención fallera. Pero llegaron a ponerse de acuerdo. Hace años les pasó lo mismo: querían reunirse con la exalcaldesa Manuela Carmena o con su polémico concejal de urbanismo, José Manuel Calvo, pero no les respondían. Empapelaron el barrio con carteles de “Se busca” y la cara de la alcaldesa y el concejal. Un día después de la acción, y gracias al revuelo levantado en medios, consiguieron su cita. “Este barrio es malo hasta para manifestarse, porque lo que hacemos aquí, aquí se queda. No trasciende. Tenemos que ponerle mucha imaginación”, cuenta Antonio, sentado a la mesa del local que también hace labores de almacén. 

El efecto de La Pinocha sobre sus reclamaciones es incuestionable. Después de 15 años exigiendo el centro de salud y de las promesas sin cumplir, el estrellato mediático del ninot de Ayuso provocó el concurso de licitación del ambulatorio. “Es un primer paso, las obras de deberían haber empezado en julio. Y si conseguimos que acaben el centro de salud no nos vamos a conformar con el edificio, queremos que el continente tenga contenido. No un centro de salud sin dotación, vacío”, advierte Bonilla. Es decir, que a la Pinocha le queda mucha vida. 

Eso no es lo que se merece un ninot. Mucho menos uno que está cumpliendo con los vecinos de Butarque y que va camino de convertirse en un símbolo de la lucha contra la destrucción de la sanidad pública en toda la Comunidad de Madrid. Annabella quiere un final apropiado y que arda en una buena hoguera. “Como las fallas”, dice. Es la valenciana de la asociación. Gracias a ella existe esta pesadilla política aclamada en las manifestaciones. Por qué no un ninot con la cara de Isabel Díaz Ayuso convertida en Pinocho. Y llamó a su amigo Ximo, que por entonces estaba parado por culpa de la COVID-19. El confinamiento y las medidas para frenar el coronavirus dieron una oportunidad a los vecinos. Sin fallas a la vista, Ximo estaba libre y les dio el 'sí' de inmediato. Tendrían su Pinocha y la presidenta de la Comunidad de Madrid, su caricatura. 

Arco, la feria del arte contemporáneo, está a la vuelta y no veremos ninguna pieza política con tanta repercusión e influencia como La Pinocha. “Bueno, ellos hacen arte con la política y nosotros hacemos política que, de repente, se convierte en arte”, matiza sabio Iván. Cree que el PP se ha molestado con la figura de poliespán porque “no trabajan la autocrítica”. “No asumen los errores y por eso no aceptan que los llamemos mentirosos, aunque mientan”, añade. “Sacan el mismo muñeco, ese de Ayuso con la nariz muy larga, que no sé dónde lo guardan entre manifestación y manifestación. ¿Dónde lo guardan? ¿Se lo lleva alguien a su casa? ¿Tienen un hangar para guardar el muñeco?”, se preguntaba preocupado este lunes, día mundial de la radio, el periodista Carlos Herrera, en la Cope

Aquí, a 40 minutos andando de la parada de Metro más próxima, el local está abierto a todos los vecinos de Butarque. Es muy sencillo encontrarlo, a pesar de que esté lejos de todo, atrapado en un agujero entre la M40 y la A4. “Están las cosas como para prender fuego al bicho”, dicen los vecinos. Hace unos días se viralizó un vídeo en el que un vecino mostraba a la Pinocha, tumbada: “Ahora la tenemos como muchos querrían, con las tripas fuera”. En ningún momento se refiere a la presidenta, pero Díaz Ayuso aprovechó el vídeo del particular para denunciar que la izquierda quería verla así. “La reacción de la derecha ha sido indignarse con el ninot, pero no con los recortes en la sanidad pública”, apunta Antonio. No era un símbolo fácil cuando nació y, según pasan las manifestaciones, más ofensiva parece. 

“La Pinocha tampoco gusta a la oposición”, sentencia Iván Bonilla. No solo soporta al ninot, también las redes sociales de La Pinocha. Y estos días ha tenido que gestionar la ira de la derecha más extrema contra la caricatura. Sin apoyo de ningún otro grupo. “Ni se acercan. No se hacen una foto con ella, y tampoco muestran en redes sociales su parecer. Ni un favorito ni un retuiteo a algo que tenga que ver con ella”, explica Bonilla antes de cerrar el local. Son casi las ocho de la tarde y la reunión de vecinos toca su fin. Mañana hay que trabajar. Hay que regresar a casa.

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